España

Carne sí, pero no así: por qué las 'macrogranjas' tienen en contra a todos los partidos en la España vacía

Ganaderos tradicionales, organizaciones e instituciones de las zonas rurales llevan años en pie de guerra por la proliferación de estas instalaciones de cría intensiva, que contaminan masivamente

Imagen de archivo de una macrogranja porcina en España. EP

Los perjuicios para la salud por el exceso de consumo de carne -roja, en particular- es una evidencia científica desde hace años. También su impacto sobre el medio ambiente, y sobre todo debido a las 'macrogranjas'. Así lo dijo en su polémico vídeo el ministro de Consumo, Alberto Garzón, sin afirmar nada nuevo a lo que asume la comunidad científica. Pero la campaña que Garzón ha emprendido esta semana ha desatado las críticas de todo tipo de voces, desde el sector ganadero hasta dentro del propio Gobierno, y por supuesto en los partidos de la oposición que, sin embargo, se muestran contrarios al modelo intensivo en la España vacía.

La ganadería extensiva -es decir, la tradicional- lleva décadas cediendo espacio a la ganadería industrial. Se trata de un modelo acarrea instalaciones altamente contaminantes, que requieren grandes cantidades de agua y crean pocos puestos trabajo. Así lo han reconocido todos los grupos políticos en diputaciones como las de Palencia, Albacete o Ciudad Real, algunas de las muchas provincias donde existe una fuerte oposición a este tipo de industria, que en otras provincias, como Jaén o Granada, ha evitado en los últimos años la apertura de 'macrogranjas'.

El principal problema estas instalaciones son los purines de los animales. Tal y como denuncian organizaciones como Ecologistas en Acción o Greenpeace, los purines, tarde o temprano, acaban filtrándose en el subsuelo, contaminando así las aguas de la zona, y generando además un fuerte mal olor en el entorno, propiciando las plagas de insectos y multiplicando las posibilidades de infecciones.

Voluntarios de Greenpeace denuncian los vertidos contaminantes de las macrogranjas en Albacete.

La mayoría de los españoles quieren consumir carne, pero pocos están dispuestos a pagar el precio real por tenerla, con costes para la sociedad que no se incluyen en la factura final. Por eso, la industria ganadera intensiva ha puesto el foco en la España vacía, con menor densidad de población y, por tanto, menos habitantes en contra de este tipo de instalaciones y con menos poder de negociación, y más quienes se ven atraídos por las promesas de empleo que acompañan a estas instalaciones.

El número de 'macrogranjas' se ha disparado en toda España, lejos de la mirada urbana. Se concentran en las zonas rurales y hay comunidades con especial incidencia, como Castilla-La Mancha. Solo en la provincia de Cuenca, de acuerdo con los datos de la Consejería de Desarrollo Sostenible, desde 2009 se ha quintuplicado el número de cabezas de cerdo, pasando de 106.977 a las 553.848 cabezas de ahora, según informa El Salto. Entretanto, en las últimas dos décadas, en Extremadura ha disminuido a la mitad la cifra de producciones extensivas.

La ganadería sostenible también existe

El 96% de los ganaderos trabajan en pequeños producciones. Es el caso de Eíriz, una empresa cuasi artesana dedicada al jamón ibérico de bellota 100% con Denominación de Origen Protegida (DOP) Jabugo, en Huelva. Su modelo en poco tiene que ver con el de las 'macrogranjas', explican a Vozpópuli: "El ganadero que más animales tiene, tiene 200 guarros... en 650 hectáreas de dehesa". Unas cifras que contrastan con las de las instalaciones intensivas, que van desde los 2.000 animales hasta más de 100.000 en un solo año, concentradas en un mismo lugar, con procesos automatizados que permiten prescindir de mano de obra. En términos productivos, masivamente hablando, son imbatibles.

El ejemplo del auténtico jamón ibérico de bellota español choca con el modelo intensivo, porque "genera que se perpetúe el ecosistema [reserva de la biosfera] en el tiempo" y crea empleo, fijando la población al territorio.

El ejemplo del auténtico jamón ibérico de bellota español choca con el modelo intensivo, porque "genera que se perpetúe el ecosistema [reserva de la biosfera] en el tiempo" y crea empleo, fijando la población al territorio. "Claramente, estoy en contra de las 'macrogranjas' y entiendo que un consumo moderado de productos cárnicos es beneficioso para la salud", opina Domingo Eíriz, de la citada empresa jamonera, que recela de las intenciones de la campaña emprendida "a la ligera" por el Ministerio de Consumo y lamenta también la falta de una evaluación crítica por parte del ministro de Agricultura, Luis Planas: "A lo mejor debería haber empezado por preocuparse de controlar la contaminación de los purines".

Menos carne para España 2050

Pese a las declaraciones de Planas y del propio presidente Pedro Sánchez, el documento de España 2050 recoge las pretensiones del Gobierno de reducir el consumo de carne en las próximas décadas: todo un cambio económico y social. Los españoles tendrían que consumir cerca de una tercera parte de la carne que comen actualmente. Si el informe anual del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación cifró el consumo per cápita de carne en 49,86 kilogramos al año, y la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan) aconseja un consumo moderado de dos a cuatro raciones de 100-125 gramos por semana, la ingesta de carne por persona y año tendrían que caer hasta los alrededor de 18 kilogramos. 

El fin está claro. Pero el Plan de España 2050 no alumbra sobre cómo habrá de hacerse esa transición y obvia cualquier posible impacto negativo de un cambio de paradigma como el que plantea. “Un menor consumo de determinados productos no implica, necesariamente, una menor demanda”, sostiene el documento, que fundamenta su argumentación en que el dinero que deje de destinarse a esos productos irá a parar a otros que sí son sostenibles. Tampoco distingue entre tipos de carnes, ni es si son frescas, procesadas o ultraprocesadas, cuando son precisamente estas últimas sobre las que los nutricionistas ponen el foco.

Las cifras evidencian que el planteamiento es ostensiblemente más complejo y requeriría de una reconversión que no contempla el Gobierno. En España hay más de dos millones de personas -alrededor del 4% de la población- que viven de esta industria, que comprende tanto al sector ganadero como al cárnico. Ambos son referentes internacionales, con un importante peso de la exportación. No en vano, se facturan anualmente cerca de 28.000 millones de euros, apunta a este diario la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA), que insiste en que la carne es parte de la dieta mediterránea. Sí, pero no así.

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