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Cultura

'Immaturi': el terror universal a los fantasmas de niños

El periodista Javier Pérez Campos acaba de publicar su nuevo libro en el que repasa las historias de los fantasmas más temidos de la historia

immaturi
Porta de 'Immaturi' de Javier Pérez Campos.

Son los protagonistas de escenas icónicas de la historia del cine, las gemelas del pasillo en El resplandor, los niños de El espinazo del diablo, Al final de la escalera, Los otros… De todos los subgéneros del terror, el de los niños muertos, los niños fantasmas, es el que más congela la sangre. El cine japonés de terror del siglo XXI  produjo más pesadillas con niños pálidos de ojos grandes y ojeras que cualquier zombie, vampiro o psicópata destripador de adolescentes. El terror es tan intrínseco a la propia naturaleza del infante muerto que no necesitan provocar un escándalo, dar gritos o atacar al personaje que consigue verlos. Llegan al paroxismo del pavor haciendo cosas de niño, invitándote a jugar o pidiendo ayuda. 

“El fantasma del niño ha funcionado siempre por la propia tragedia del muerto a deshora, algo que entendemos que no debería suceder, y porque en este fantasma vemos reflejada nuestra propia fugacidad. Nada es justo y equilibrado”, señala en una entrevista para Vozpópuli el periodista Javier Pérez Campos acaba de publicar Immaturi, una obra que repasa el tema de los espectros infantiles.

Pero, ¿qué es un fantasma? “En el libro, intento buscar un sentido a todo eso. Acudo al arte, a la literatura, a la arqueología, a la antropología, a todas las disciplinas que de uno u otro modo se han acercado a la idea del fantasma, porque todas lo han hecho. Y no lo tengo muy claro, no sabría darte una respuesta contundente ni podría darla, porque es el gran misterio de la humanidad, es la gran pregunta. Tiene que ver con la trascendencia, tiene que ver con el dolor que no dejamos ir del todo, tiene que ver quizá con las alucinaciones de las que hablaba el neurólogo Oliver Sacks. No sabría darte una respuesta”, señala Pérez Campos.

Colaborador de Cuarto Milenio, Perez Campos reconoce haber sentido miedo en sus grabaciones para el programa y en sus investigaciones en localizaciones como la del cementerio de la Aceitunilla, en las Hurdes en la que según la tradición, el ‘Niño Blanco’ se aparece en las puertas del cementerio como un niño con una túnica blanca, mientras que otra de las visiones recurrentes, descritas desde el siglo XIX, es la de un feto todavía sin formar. 

Ropajes blancos y enterramientos especiales

La imagen canónica del niño fantasma es la del niño vestido de blanco, tradicionalmente vinculada con la novela gótica de época victoriana. Sin embargo, Pérez Campos señala que ya estaba presente en tiempos visigodos, en la historia más antigua sobre apariciones que ha localizado el autor en España, la del fantasma de Augusto, un niño huérfano fallecido en el monasterio de la Iglesia Virgen Eulalia, en Mérida, en el VI.

Las muertes prematuras, los immaturi, como eran conocidos para los romanos dejaron en España tumbas infantiles excavadas en troncos, que posteriormente fueron depositadas en lo más profundo de la cueva de Son Borna en Mallorca, en un yacimiento de la Edad de Bronce. Mientras en época romana encontramos en Mérida clavos incrustados en los esqueletos de algunos niños, o el cuerpo de una niña enterrada en el interior de una ánfora. “La manera de enterrar a los niños es una manera distinta a la de enterrar a los adultos. El arqueólogo Desiderio Vaquerizo de la Universidad de Córdoba habla de sepulturas anómalas que se llevan a cabo por un carácter de protección contra el difunto, porque había miedo a que el difunto pudiera regresar”, señala Pérez Campos. 

El fantasma de un niño está más relacionado con el dolor de los que nos quedamos que con el pequeño que se ha marchado

Los hallazgos arqueológicos son incuestionables, mientras que nunca ha habido ni una sola prueba de la existencia de los fantasmas. Desde hace más de una década, la humanidad lleva una cámara más que decente en su bolsillo, y no hay ni un solo vídeo creíble que muestre la aparición de un fantasma, incluyamos aquí cualquier tipo de aparición mariana o divina, como también ocurre con fenómenos como los aliens, u otros seres de la criptología. “No hay, y lo que hay, a mí no me parece serio, como el caso de la aparición del Palacio de Justicia de Vitoria, el 'fantasma de Andresito'. En 2005 se publicó un video de una cámara de seguridad en el que se ve a  un niño de pequeño tamaño, vestido con una especie de sábana, y con unas luces en su interior, jugueteando por el interior del edificio. Para mí no cabe ninguna duda de que se trató de una broma interna, algún vigilante de seguridad quiso gastarle una broma a otro, dejó pasar a su hijo disfrazado, y bueno, aquello se debió ir de madre y llegó a publicarse en algunos medios de comunicación. Creo que nunca he visto una fotografía que me haga despejar todas las dudas. También es cierto que quizá la tecnología espante al fenómeno, quizá se trate de sentir y tenga más que ver con la percepción personal del testigo y no tanto con algo colectivo que pueda presentarse públicamente ante cientos de personas”, señala el autor.

Pérez Campos concluye su obra con una reflexión sobre estos espectros: “El fantasma de un niño está más relacionado con el dolor de los que nos quedamos que con el pequeño que se ha marchado. Pero también creo que nuestra necesidad de apego, de retener lo que amamos, no les deja irse del todo. El amor funciona como un pegamento infinito que intenta fijar incluso los desgarrones más profundos e incurables, y se manifiesta de las formas más increíbles. De hecho, si las emociones pueden perdurar según su grado de intensidad, las que genera un hijo podrían mantenerse en el espacio y en el tiempo durante siglos. Y quién sabe si quizá ese recuerdo pueda materializarse como una proyección interna en según qué condiciones”.

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