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De Diana Spencer a Princesa de Gales: el legado de Lady Di

Diana de Gales con Guillermo y Enrique en un parque de atracciones

Billones de personas alrededor del mundo vieron la espectacular entrada de Lady Di en la catedral de San Pablo donde el Príncipe Carlos, el heredero de la corona de Inglaterra, le esperaba el 29 de julio de 1981. Miles de ciudadanos de todas las nacionalidades conmocionados y consternados por su pérdida peregrinaron hasta el Palacio de Kensington y depositaron allí -en el que, hasta ese fatídico 31 de agosto de 1997 fue su residencia oficial como Princesa de Gales- centenares de ramos de flores como muestra de gratitud y cariño hacia su princesa.

Los ramos de flores cubren la entrada del Palacio de Kensington

Millones siguieron de cerca desde las calles de Londres el cortejo fúnebre custodiado por sus dos hijos el seis de septiembre y otros tantos la despidieron a través de las pantallas de televisión a lo largo y ancho de los cinco continentes. Veinte años después de su trágica muerte en el túnel del Puente del Alma de París, Diana de Gales sigue más viva que nunca y cientos de miles de personas la recuerdan, porque como le cantó su amigo Elton John en su funeral your legend ever will (tu leyenda siempre perdurará).

Lady Di no solo se convirtió en la Princesa de Gales. Traspasó fronteras, rompió moldes como mujer, madre y miembro de la realeza, tambaleó los cimientos de la monarquía británica, una de las más antiguas y regias de Europa, y se convirtió en la princesa del pueblo.

Con su boda de cuento de hadas, el mundo quedó hechizado con Diana. El interés de la prensa por su figura escaló hasta límites insospechados y se convirtió en un fenómeno de masas que transgredió los límites reales establecidos. Admirada, seguida y perseguida en todos los rincones del mundo, fue objetivo de las cámaras que retrataron hasta el momento de su muerte y fuente de inspiración para millones de personas por su estilo y carisma.

Diana de Gales, una vida en imágenes

Con tan sólo 20 años, Diana tuvo la responsabilidad de criar al futuro rey de Inglaterra, el Príncipe Guillermo. Una tarea que no iba a ceñirse a la educación que le correspondería por su condición. Tal y como relata el jefe de seguridad de la Princesa entre 1986 y 1993, Ken Wharfle, en el documental My mother Diana, "una parte esencial de la educación que la princesa quería transmitir a su primogénito era enseñarle cómo vive otra gente" y "abrirle los ojos hacia el otro lado del mundo" matiza por su parte Richard Kay, corresponsal de la Casa Real del Daily Mail entre 1986 y 2004. Según recuerda el entorno de Lady Di, ella consideraba que había otra vida más allá de ser royal que traspasaba las barreras del Palacio Real.

Diana insistía en que sus hijos disfrutaran de las cosas que los niños de su edad podían hacer. Pasar el día en un parque de atracciones, comer hamburguesas en uno de los restaurantes de la cadena de comida rápida estadounidense o ir al supermercado eran algunas de ellas. Sin embargo, las experiencias lejos de palacio no iban a centrarse únicamente en lo divertido y Lady Di también hizo hincapié en mostrarle a Guillermo la otra cara de la realidad. Ken Wharfle recuerda perfectamente la visita de Diana y Guillermo al centro de día The Passage -que ofrece ayuda a vagabundos y desahuciados- donde el príncipe sirvió una taza de té a una de esas personas que había pasado la noche en la calle.

Diana de Gales junto con Guillermo y Enrique

En su labor humanitaria, la Princesa de Gales viajó en solitario alrededor del mundo donde visitó los lugares más inhóspitos y no aptos para royals. Aprovechando al máximo su condición social y el poder de atracción que generaba cada una de sus apariciones públicas, Diana puso el foco en los más en los más vulnerables, desfavorecidos de la sociedad. Una misión solidaria que la llevó a estrechar lazos con la Madre Teresa de Calcula y a romper barreras al abrazar a niños enfermos de VIH ante la mirada atónita de una sociedad que, en aquella época, rechazaba a los seropositivos y vivía atemorizada por la probabilidad de ser contagiada.

También vivió de cerca el dolor que supone una amputación provocada por las minas antipersona en Angola. En una de las regiones más letales de este país africano y bajo la bandera de la Cruz Roja, la Princesa de Gales llevó a cabo una ferviente campaña a favor de la extinción de estas bombas ocultas en el subsuelo. Ataviada con un chaleco antibalas y un protector de metacrilato, recorrió uno de los campos de minas ya desactivados. Un acto de valentía que 25 años después repetiría su hijo el Príncipe Enrique. Tanto él, como su hermano han heredado el espíritu humanitario de Diana de Gales.

Diana de Gales y el Príncipe Enrique en Angola 25 años después

Diana, a su manera, quiso cambiar el mundo. Plantó cara a problemas ajenos como la lucha contra el VIH y las minas antipersona. Y en su lucha, también hizo frente a sus propias inseguridades y miserias al exponer sus problemas y su infelicidad ante el mundo. En este sentido, su hijo, el Príncipe Guillermo, declaró recientemente que estaba orgulloso de su madre por "hablar alto y claro de su problema con la bulimia".  

El Palacio de Buckingham, en cambio, quiso tapar el problema cuando la preocupación por el estado de salud de Lady Di conmovió a la opinión pública. Richard Kay, corresponsal real del Daily Mail declaró en el citado documental que "palacio atribuyó la delgadez de la princesa a su reciente maternidad y la carga de trabajo que suponía su posición como miembro real". 

Los Príncipes de Gales junto con sus hijos

La situación de indiferencia de los Windsor hacia Diana se acrecentaba. Y la princesa lo sabía. En diciembre de 1992 el Parlamento Británico anunciaba la separación del Príncipe y la Princesa de Gales que pronto terminaría en divorcio. Tal vez por eso Lady Di decidió que si la familia real no quería ayudarla, ella misma se dirigiría al pueblo. Y la confirmación de su valentía llegó con la entrevista que concedió a la BBC en el año 1995 en la que declaró "éramos tres en mi matrimonio. Y eso era demasiado".

Diana marcó la diferencia. Su breve paso por la monarquía sirvió para transformar el ambiente regio de esa clase y su figura trascendió los límites de la fama. Supo poner en jaque a los Windsor y su muerte, además de crear un mito, hizo tambalear la monarquía británica. No en vano, la reacción de la reina, su silencio y encierro en su residencia estival de Balmoral durante los cinco días posteriores a la muerte de Diana casi le hacen perder la partida. A pesar de todo, y motivada por las críticas, Isabel II tuvo que ceder y rendir pleitesía a la madre de sus nietos en un discurso en televisión desde los alrededores de Buckingham. De luto riguroso y cariacontecida por la tragedia, la reina propició un acto sin precedentes al dirigirse al pueblo en una fecha distinta al clásico 25 de diciembre. 

Veinte años después, el recuerdo de Diana sigue vivo. Su figura marcó un antes y un después no sólo en la familia real, sino en todo el mundo. La fuerza, el valor y la necesidad de ser honesta con ella y con los demás, son algunas de las virtudes que la convirtieron en una de las personas más admiradas en todo el mundo. 

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