Opinión

Zuckerberg y la libertad de expresión

Se coloca detrás de Trump para que le sirva de escudo, pero también de ariete

  • El fundador de Facebook, Mark Zuckerberg -

La semana pasada, sólo unas horas después de que el Senado certificara formalmente la victoria de Donald Trump, el director general de Meta, Mark Zuckerberg, hizo un anuncio que atrajo inmediatamente la atención mediática. En un video publicado en las plataformas de Meta (Facebook e Instagram) anunció cambios en la forma en que regularán el contenido. Por resumirlo mucho, dijo que lo iban a hacer de forma mucho más laxa de lo que lo han hecho hasta el momento presente.

A Zuckerberg se le veía seguro y convencido de lo que estaba diciendo. De hecho, podría haberse ahorrado el video. Hubiese bastado con que su departamento de comunicación hubiera enviado una nota de prensa con un vídeo corto para difundir en las redes sociales, pero decidió ponerse él delante de la cámara. El vídeo se publicó originalmente en el blog de la compañía y desde ahí se difundió al resto de redes. No es precisamente corto, dura 5:17 y en él se ve a Zuckerberg vestido de manera informal hablando directamente a cámara, seguramente leyendo un prompter.

Los cinco minutos y pico de vídeo son muy jugosos porque lo que cuenta Zuckerberg no son las vaguedades tan típicas de las empresas, especialmente de las tecnológicas, en fin, la clásica cancamusa de la inclusividad, la preocupación por el medio ambiente y el compromiso con el cliente. Zuckerberg fue claro y conciso. Fue informando de los cambios que se van a producir en la moderación de de Facebook e Instagram, las dos redes sociales más populares del mundo.

Meta se deshará de su equipo de verificadores en Estados Unidos y los reemplazará con un sistema de “notas comunitarias” en el que los usuarios podrán denunciar la información que consideren errónea o incompleta. Este sistema es el que adoptó Elon Musk en X hace un par de años

Dijo textualmente que Meta eliminará muchas restricciones sobre temas como la inmigración y el género. Sus sistemas de moderación automáticos serán menos rígidos, es decir, dejarán pasar contenidos que antes se eliminaban en el acto. Esos cambios afectarán a la normativa sobre las acusaciones de enfermedad mental o anormalidad cuando se basan en el género o la orientación sexual. Es decir, que alguien podrá decir que un homosexual es un anormal o un trastornado y no será censurado de forma automática. Como es obvio un homosexual no es ningún anormal y, mucho menos, un enfermo mental, pero si alguien quiere decirlo allá él, que es quien quedará como un patán. Seguramente habrá homosexuales que se ofendan, pero en la libertad de expresión está la de ofender. En el caso de la enfermedad mental lo que tendríamos, al menos en España, sería un caso claro de injuria que podría terminar en un juzgado. Así que quien se dedique a eso ya sabe a lo que se expone.

Otro de los cambios de Meta tiene que ver con los verificadores, un oficio que nació hace unos años y que es muy polémico. A menudo cuesta separar la verdad de la mentira, de hecho, en cuestiones políticas es muy difícil en tanto que los activistas suelen valerse de las medias verdades, que son más peligrosas que las mentiras completas. Meta se deshará de su equipo de verificadores en Estados Unidos y los reemplazará con un sistema de “notas comunitarias” en el que los usuarios podrán denunciar la información que consideren errónea o incompleta. Este sistema es el que adoptó Elon Musk en X hace un par de años y funciona bastante bien. Cuando alguien publica algo los usuarios pueden colocar una nota aclaratoria que añade contexto. Esa nota no se publica inmediatamente, necesita que otros usuarios la validen o la rechacen. Esto ha afectado mucho al activismo profesional en X, que ve como, tan pronto como publican una noticia falsa o medio verdadera, aparece la nota de la comunidad.

Sólo con lo de las notas de la comunidad ya cambiarían muchas cosas en Facebook e Instagram, dos redes sociales en las que hasta ahora la moderación era muy estricta, especialmente en la última. La libertad de expresión brillaba por su ausencia y eso era motivo de aceradas críticas. Zuckerberg vino a decir que se habían extraviado en algún punto del camino y que era hora de regresar a sus raíces, cuando su empresa respetaba y promovía la libertad de expresión.

El problema de las llamadas políticas de contenido es que suelen ser enrevesadas, los términos con frecuencia son difusos y el usuario no sabe a qué atenerse

El vídeo fue recibido con alborozo por buena parte de los usuarios. Unos porque han padecido en carne propia los sistemas de moderación anteriores. Otros, como es mi caso, porque creen que la libertad de expresión es sagrada y que su único límite debe ser la calumnia, es decir, la imputación de un delito a sabiendas de su falsedad. A partir de ahí que cada uno diga lo que le venga en gana y, si se siente injuriado o que su buen nombre está en entredicho que acuda a la Justicia. En el ordenamiento legal español y en el de todos los países existen leyes contra las injurias y en muchos hay legislación que protege el derecho al honor. Lo que no parece de recibo es que convirtamos a la empresa que gestiona una red social en una especie de tribunal que juzga, condena y elimina publicaciones por puro capricho.

Es cierto que una plataforma puede tener su propia normativa interna, su propia etiqueta si queremos llamarlo así, pero debe ser clara y no estar abierta a muchas interpretaciones. Es decir, que si mañana en X estipulasen que todos debemos tratarnos de usted sería justo sancionar a quien incumple esa regla. El problema de las llamadas políticas de contenido es que suelen ser enrevesadas, los términos con frecuencia son difusos y el usuario no sabe a qué atenerse. No cabe, además, posibilidad de apelación en muchos casos y se producen injusticias de forma habitual en función de quien incumple esas políticas. Era, por lo tanto, más el quién que el qué. Semejante incertidumbre aleja a posibles usuarios y hace que otros ni se planteen participar.

En muchos países aplicaciones como Instagram, Facebook y WhatsApp son los principales medios de información y comunicación para mucha gente. Por ahora, el fin de la verificación de datos solo se aplicará en Estados Unidos

Pero no nos engañemos. Mark Zuckerberg no es ningún paladín de la libertad de expresión, es un empresario, uno especialmente habilidoso porque se ha hecho muy rico con Meta partiendo de cero, concretamente de la habitación de una residencia estudiantil en la universidad de Harvard. Facebook tiene ya más de veinte años a sus espaldas y si algo hemos podido comprobar en este tiempo es que Zuckerberg modula las normativas de contenido de su red social estrella en función de quien esté en el poder en Washington. Tras las últimas tres elecciones ha ido rehaciendo estas políticas para agradar o al menos no ofender al nuevo inquilino de la Casa Blanca. Ahora el que llega es Donald Trump, un tipo que, a pesar de sus 78 años, es un entusiasta de las redes sociales. No le ha quedado otra opción. En tanto que la prensa no le trata bien, hace años pensó que el grueso de su comunicación debía pasar por ahí. Llegó incluso a montar su propia plataforma, Truth Social, poco después de que fuese expulsado de Twitter y Facebook a principios de 2021. Al primero, ya convertido en X, regresó el año pasado, pero sigue utilizando Truth para lo importante.

Que en Estados Unidos las redes sociales de Meta vayan a ser más tolerantes parece fuera de toda duda, lo que no está tan claro es qué sucederá con los más de 3.000 millones de usuarios que tiene Meta repartidos por todo el mundo. En muchos países aplicaciones como Instagram, Facebook y WhatsApp son los principales medios de información y comunicación para mucha gente. Por ahora, el fin de la verificación de datos solo se aplicará en Estados Unidos y desconocemos si eso lo trasladarán al resto del mundo.

Es posible que así sea, aunque esta vez más por motivos económicos que políticos. El programa de verificación de datos de Meta es complejo y caro de mantener. En él participan organizaciones independientes de más de un centenar de países y opera en más de sesenta idiomas. Estos verificadores cruzan ahora los dedos y dependen de la financiación y el apoyo de Meta. No saben si lo suyo va a durar mucho. 

En estos países no sólo importa la verificación, sino los filtros a los discursos del odio, del odio de verdad, no de lo que entendemos por odio en Europa o América, que a menudo se reduce a que otro diga algo que no nos gusta

El problema en Occidente con estos verificadores es que suelen estar muy sesgados hacia la izquierda, algo de lo que se quejan de forma continua los usuarios de derechas. Si se trata de corregir con un sesgo u otro, el verificador en sí no tiene sentido porque no aporta más valor que el que le dan los de su cuerda ideológica. En otras partes del mundo estos verificadores si son algo más útiles ya que hay lugares en los que se despacha algo más que simples noticias falsas o medias verdades. En Birmania, por ejemplo, se perpetraron auténticas masacres contra los rohinya hace unos años y en ellas Facebook tuvo mucho que ver. En aquel país esta aplicación es ubicua en todos los teléfonos móviles, hay muchos birmanos para quienes internet es sinónimo de Facebook.

Fue en aquel entonces, allá por 2018, cuando Facebook admitió públicamente que no había hecho lo suficiente para evitar que la plataforma se utilizara para fomentar la violencia étnica. De lo mismo se les acusó en otros países con problemas entre diferentes etnias como Etiopía, Sri Lanka o la India. Allí el verificador si cumple un cometido importante porque hay vidas en juego en sociedades mucho más violentas que la occidental. En estos países no sólo importa la verificación, sino los filtros a los discursos del odio, del odio de verdad, no de lo que entendemos por odio en Europa o América, que a menudo se reduce a que otro diga algo que no nos gusta. Levantar las restricciones al discurso del odio en Birmania puede ser muy costoso ya que las publicaciones de hace unos años contra los rohinyas pedían directamente asesinarles allá donde se los encontrasen.

A veces quienes difunden odio por las redes sociales son los propios Gobiernos, cuyos activistas se valen de estas plataformas para señalar a los opositores y silenciarles. Contra esos Gobiernos Meta siempre ha sido muy complaciente. Si les piden que retiren tal o cual publicación lo hacen sin rechistar por miedo a que les obliguen a abandonar el país y pierdan negocio.

Escorados a la derecha

Otro frente sería el de la Unión Europea, cuya Ley de Servicios Digitales, aprobada en 2023, impone ciertos requisitos de moderación de contenido en las grandes plataformas de redes sociales. Tras la publicación del vídeo de Zuckerberg, en Bruselas se apresuraron a recordar que los cambios en la verificación de datos no afectarán a la UE, pero que su nueva normativa sobre discursos de odio sí que lo hará. Este choque Zuckerberg ya lo tiene previsto. En el vídeo dejó claro que trabajará con la administración Trump para combatir a los Gobiernos de otras partes del mundo que atacan a las empresas estadounidenses.

Resumiendo, que se coloca detrás de Trump para que le sirva de escudo, pero también de ariete. Quizá ha visto que a Elon Musk no le va nada mal a su sombra o quizá es que quiera congraciarse con los usuarios de unas redes sociales que, como el mismo electorado, se han escorado a la derecha en los últimos años. A diferencia de Musk, Zuckerberg no pretende cambiar el mundo ni enviar humanos a Marte, se conforma con ganar dinero y seguir expandiendo su imperio digital. Para eso ha demostrado tener un olfato inigualable.

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