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Opinión

X, una historia ejemplar

La España actual no sólo está muy enferma de partitocracia sino que dentro de los partidos el poder del líder es absoluto

X, una historia ejemplar
Colas formadas para votar en el acceso al Colegio San Agustín, en Madrid. EFE

X tiene 52 años y nunca se había visto en una situación como la que está viviendo: lleva ya nueve meses en el paro y no vislumbra en el horizonte ninguna perspectiva de encontrar trabajo, y eso que se conforma con cualquier cosa, aunque sea con un sueldo que no llegue a la tercera parte de lo que había estado ganando hasta ahora. Porque tiene que mantener a los dos hijos de su primer matrimonio, que aún no han terminado sus carreras en unos centros privados, y tiene que hacer frente a la hipoteca del piso en el que vive, con su segunda y otro hijo pequeño, en una urbanización de lujo o semilujo.

Cuando se quedó sin trabajo y sin sueldo hace nueve meses creyó que eso sería un accidente que duraría poco tiempo, y ha tardado bastante en darse cuenta de que se ha quedado colgado de la brocha y de que le han quitado la escalera definitivamente. No acaba de entender lo que le ha pasado, a pesar de que cualquiera que conozca su trayectoria vital y profesional lo entiende perfectamente. Es más, cualquiera que se asome a la biografía de X no sólo comprende por qué está ahora en este estado de ruina y desesperación, sino que también puede comprender muchas de las razones por las que la política española está como está.

El resultado fue que X salió concejal y, además, en las alturas de su partido se empezó a comentar que ese chico tiene garra, está entregado a trabajar en política

X empezó la carrera de Derecho a sus 18 años y muy pronto sintió el gusanillo de la política, lo que le hizo participar en algunos debates y asambleas de su facultad. Antes de terminar el segundo curso se apuntó a las juventudes de uno de los grandes partidos españoles y empezó a participar con entusiasmo en las actividades que allí le proponían; sobre todo le requerían para actuar de figurante en los mítines de los líderes del partido porque a todos los partidos les gusta que sus líderes aparezcan rodeados de chicos y chicas jóvenes; el resultado fue que, como el partido le exigía tiempo y energías, no logró aprobar todas las asignaturas de ese curso.

Antes de terminar tercero, uno de los jefecillos del partido le propuso ir en la lista de las elecciones municipales de un pueblo y aceptó encantado; se lanzó con entusiasmo a hacer aquella campaña y demostró cierta habilidad y capacidad dialéctica en algunos debates que mantuvo con candidatos de otros partidos; ese entusiasmo lo complementaba con un comportamiento siempre amable y obsequioso hacia los jefes. El resultado fue que X salió concejal y, además, en las alturas de su partido se empezó a comentar que ese chico tiene garra, está entregado a trabajar en política, defiende bien las ideas del partido y, muy importante, a los líderes que mandan en el partido. Salió concejal y se puso a ganar, a sus veinte años recién cumplidos, más de 2.000 euros, cuando sus compañeros del Instituto y de la Facultad andaban dependiendo de la paga que pudieran darles sus padres. ¡Ah! de las asignaturas de tercero de Derecho no tuvo más remedio que olvidarse porque la concejalía le llevaba mucho tiempo y enredar en el partido, mucho más.

De concejal en un pueblo no muy grande pasó a diputado regional en las siguientes elecciones y de esos 2.000 euros a unos 3.500. Después de dos o tres legislaturas dedicadas a votar lo que le decían y a participar en algunas comisiones, como su partido tenía que gobernar la comunidad autónoma, a X le hicieron director general de alguna cosa y el sueldo se hizo aún mayor, ya estaba por los 4.000 euros. De ahí pasó otra vez a diputado, pero ya con cargo en la Mesa del Parlamento, y de ahí a viceconsejero de otra cosa, y de ahí a diputado nacional o a senador con el sueldo creciendo. Con esos sueldos pudo casarse, descasarse, volverse a casar, educar a sus hijos a lo grande y meterse en hipotecas. A cambio tenía que aplicar con más o menos habilidad las técnicas de gestión de la cosa pública que había ido aprendiendo sobre la marcha y, sobre todo, tenía que demostrar una sumisión perruna al líder del partido, que es el que hace las listas y, el que, después, puede darte buenos puestos en la administración municipal, regional o nacional.

La consecuencia es que en las siguientes elecciones, aunque se arrastró jurando fidelidad al líder, al que antes no se la había guardado, ni le pusieron en las listas ni le ofrecieron un puesto de consolación

X había demostrado una especial habilidad para capear crisis internas y externas y llevaba ya más de treinta años viviendo de apparatchik, pero no contó con que en el partido se produjo una crisis –pudieron ser unas primarias o el enfrentamiento entre dos facciones- y eligió, por primera vez en su vida de superviviente, la opción equivocada. La consecuencia es que en las siguientes elecciones, aunque se arrastró jurando fidelidad al líder, al que antes no se la había guardado, ni le pusieron en las listas ni le ofrecieron un puesto de consolación como asesor en alguna consejería o concejalía. Por eso ahora está como está.

Los sueldos y la política

De la historia ejemplar de X, que puede ser hombre o mujer y estar en uno o en otro partido, se pueden extraer muchas moralejas: desde la poca importancia que en los partidos se da a la formación de los candidatos que presentan a las elecciones hasta el absurdo de que, cuando a un chico que estudia Medicina le cuesta seis años de carrera más cuatro de MIR llegar a ganar 1.500 euros, su compañero de curso en el Instituto, por dedicarse a la política, enseguida se pone a ganar un sueldazo.

Pasando por la moraleja principal y es que, con la vigente Ley Electoral y con los vicios que el funcionamiento de los partidos ha ido criando, la España actual no sólo está muy enferma de partitocracia, es decir que quien manda en España son los partidos y no el pueblo, como exige la democracia, sino que dentro de los partidos el poder del líder es absoluto porque es dueño de las vidas y las haciendas –sobre todo, de las haciendas- de sus súbditos, es decir, de la infinita cohorte de apparatchiki que los partidos han ido creando y que tienen como principal misión aplaudir al jefe porque si no, les puede pasar lo que le ha pasado a X.

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