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Opinión

Emputinados

La cuestión es que Putin ha conseguido poner sobre la mesa su propio relato sobre la seguridad europea

Vladimir Putin

La biografía de una persona dice mucho sobre ella, de hecho, lo dice casi todo, especialmente cuando se está al borde de los 70 años y casi todo lo que se tenía que hacer en la vida ya se ha hecho. La biografía de Vladimir Putin es pública y bien conocida por todos desde que se convirtió en primer ministro de Rusia en 1999. En aquel entonces no había cumplido aún los 47, pero se decidió a escribir su autobiografía, que tuvo lista para la imprenta un año después. Se titula En primera persona y se publicó tanto en ruso como en inglés. En esa biografía, Putin cuenta que uno de los elementos que definen su carácter es que le gusta asumir riesgos, que, según le dijeron los psicólogos de la KGB cuando le reclutaron, calibra el peligro de forma diferente al común de la gente. En 1989, cuando se encontraba trabajando para la KGB en Dresde vio como una multitud se dirigía hacia el edificio en el que estaban los agentes soviéticos con intención de asaltarlo. No se inmutó, salió a la calle y fingió ser un simple traductor para que no la tomasen con él. Meses más tarde volvió a la URSS e ingresó en la Universidad de Leningrado como profesor de Relaciones Internacionales.

Un par de años más tarde, en 1991, la Unión Soviética, en cuyos servicios de inteligencia trabajaba desde 1975, dejó de existir. Para él, todo un patriota ruso, aquello fue, según sus propias palabras, la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. Rusia se quedó con la mayor parte del territorio de la URSS, pero perdió el 40% del PIB y el 48% de la población que había tenido la Unión Soviética, incluidos varios millones de rusos étnicos que se habían asentado en otras repúblicas soviéticas. Rusia también perdió el estatus como superpotencia que podía mirarse cara a cara con EEUU.

De aquello han pasado ya 30 años y más de 20 desde la llegada al poder de Putin. Es ahora cuando está haciendo la mayor apuesta de su carrera en un intento por recuperar la gloria perdida de Rusia y redimir los desaires recibidos en pasado. Su último movimiento amenaza con desatar una guerra terrestre de consecuencias catastróficas, mientras trata de reescribir el equilibrio de fuerzas en el continente europeo con la idea de, al menos en parte, dulcificar la humillante derrota de Rusia en la Guerra Fría. Lo que le interesa es lo segundo, no lo primero. Lo primero es un medio, lo segundo es el fin. El medio, no lo olvidemos, puede modularse en función de las circunstancias. El hecho es que, independientemente de lo que al final decida hacer, Putin ha logrado mantener ocupados a los diplomáticos occidentales en los últimos meses.

En uno de los lados Rusia acumula fuerzas terrestres, en el otro se prepara la batería de sanciones sin descuidar el envío de armamento, asesores y una flota de guerra al mar Negro por si acaso

Todo comenzó cuando movilizó tropas desde el interior de Rusia hasta la frontera con Ucrania. No era la primera vez. Rusia ha trasladado tropas a esa zona en otras ocasiones y desde el Kremlin insisten que les asiste el derecho hacerlo porque están en su territorio, lo cual es cierto. Pero también es cierto que Rusia ha invadido Ucrania en dos ocasiones a lo largo de la última década, una en Crimea y otra en el Donbás, y permanece en ambos lugares desde 2014.

No sorprende que Estados Unidos y sus aliados europeos se hayan alarmado de esta manera, advirtiendo a Putin de que una invasión de Ucrania le costaría muy cara. Lloverían las sanciones y quizá alguna cosa más. En esas estamos ahora. En uno de los lados Rusia acumula fuerzas terrestres, en el otro se prepara la batería de sanciones sin descuidar el envío de armamento, asesores y una flota de guerra al mar Negro por si acaso. Pero, y esta es una pregunta que deberíamos hacernos, ¿y si este espectáculo diplomático fuera exactamente lo que Putin buscaba? ¿Qué pasaría si Occidente le estuviera haciendo el juego tratando de disuadirlo? ¿Nadie se ha planteado que Occidente esté cayendo en una trampa cuidadosamente planeada y llevada a término?

La realidad es cruel para la Rusia de Putin. Es fácil retratarla como un país decadente. La economía, que depende de la exportación de materias primas, está lejos de ser boyante, y no parece haber ningún esfuerzo real para que se diversifique y prospere como, por ejemplo, la de las repúblicas bálticas. Rusia es enorme, pero está vacía porque buena parte de su territorio es inhabitable. Su PIB es sólo algo mayor al de España e inferior al de Italia. Su población y, más importante aún, su nivel de formación, están yendo a menos. Algunos indicadores como la esperanza de vida dan fe de los problemas sociales que arrastra el país. En Rusia la esperanza de vida al nacer es de 73 años, la misma que países como Libia, El Salvador o Cabo Verde y muy lejos de los 81 años que viven los británicos, los 83 de los españoles o los 84 de los japoneses. El Gobierno ruso parece haber renunciado a que los rusos vivan más y mejor mientras se concentra en perpetuar el régimen personalista de Vladimir Putin. 

En este contexto de crisis y cierto desencanto, el régimen busca otros medios para apuntalar su legitimidad como presentarse como el sucesor de una Unión Soviética virtuosa e instigar la paranoia colectiva de que Occidente quiere acabar con la Rusia milenaria. Y, lo que es más importante, fomentar la creencia popular muy extendida entre la población de que Rusia sigue siendo una superpotencia y tiene mucho que decir en el mundo.

No es una impresión, es un hecho, la larga mano del Kremlin se dejó sentir en el referéndum del Brexit, en las elecciones estadounidenses de 2016 y en la crisis de Cataluña de 2017

La realidad es que, en el escenario internacional, Rusia puede destruir, pero no puede construir. Apoya a ciertos dictadores y les ayuda a mantenerse en el poder. Ahí tenemos el caso de Bashar Al Assad en Siria o de Nicolás Maduro en Venezuela. Emplea grandes recursos en propaganda dentro y fuera del país. Fuera trata denodadamente de interferir en Occidente para debilitarlo. No es una impresión, es un hecho, la larga mano del Kremlin se dejó sentir en el referéndum del Brexit, en las elecciones estadounidenses de 2016 y en la crisis de Cataluña de 2017. 

Más allá de eso, su presunto estatus de superpotencia se sostiene sobre el hecho de que Estados Unidos sigue tomándose a Rusia en serio en tanto que cuenta con el segundo arsenal nuclear del mundo. Sobre eso y sobre los suministros de gas natural a Europa occidental es donde reside su poder. Putin lo sabe y emplea ambos recursos con maestría. 

Las últimas semanas han sido muy beneficiosas para los intereses de Putin. Primero, tomó la iniciativa y se apoderó de los titulares. Le ha recordado al mundo y a sus propios súbditos lo que puede hacer si se decide a ello. Puede invadir Ucrania si lo desea, puede cortar el gas con sólo un movimiento de muñeca. Prueba de ello es lo temeroso que se ha mostrado la Unión Europea a que Putin lo haga. Para un régimen que depende tanto de la fuerza, ver a los que tiene por adversarios tan nerviosos y atemorizados es ya de por sí una victoria muy significativa.

Las divisiones están a la vista entre los miembros de la Unión Europea, la mayoría de los cuales también son miembros de la OTAN. A veces, incluso aparecen divisiones dentro de los Gobiernos

Al llevar a sus tropas junto a la frontera con Ucrania, Putin ha provocado un pánico que hoy recorre toda Europa y Estados Unidos. De llevar a cabo la invasión probablemente le caerían unas cuantas sanciones y se convertiría en un paria internacional. Antes de eso los miembros de la OTAN discutirían acaloradamente si merece o no la pena luchar. La conclusión principal que sacaría Putin de todo esto sería esa misma, que Occidente está fracturado. Las divisiones están a la vista entre los miembros de la Unión Europea, la mayoría de los cuales también son miembros de la OTAN. A veces, incluso aparecen divisiones dentro de los gobiernos, como en Alemania. Rusia a menudo mete aviones militares en el espacio aéreo de sus adversarios, empujando a sus defensas aéreas para observar cómo reaccionan. Eso le proporciona información útil en caso de que un día quiera atacar de verdad. 

Con esto muestra a Ucrania que sus presuntos amigos occidentales son débiles e indecisos. Se reúnen, se muestran todos muy preocupados, discuten las sanciones, tal vez incluso las imponen como hicieron tras la invasión de Crimea, pero nada más. Ahí queda todo. No defenderían a los ucranianos ni impedirían que los rusos entrasen. Es un recordatorio simple de entender. Le está diciendo a Ucrania que está sola y que eso le pasa por haber salido de la órbita rusa. Moscú, en cambio, si ayuda a sus amigos. Lukashenko duerme tranquilo en su palacio de Minsk y a Tokaev, el presidente de Kazajistán, le solucionaron los problemas en un par de días hace sólo un mes. 

Todo esto viene a demostrar que Estados Unidos sigue siendo el garante principal en la seguridad en Europa. Eso también es una buena noticia para Putin. Tus enemigos te definen quizás mejor que tus amigos. A Putin le encanta que le perciban como la contraparte del presidente de EEUU. Entre medias está la Unión Europea, que nada pinta porque a efectos geopolíticos nadie la tiene en cuenta. Es por ello que se dirige a EEUU ninguneando a sus aliados, unos pobres diablos que nada tienen que decir en este asunto. 

La cuestión es que Putin ha conseguido poner sobre la mesa su propio relato sobre la seguridad europea que se cifra en un mantra fácilmente reproducible por la propaganda: Occidente actúa de forma agresiva contra Rusia y le obliga a actuar en defensa propia. Para resolver eso, la OTAN tiene que comprometerse por escrito a no seguir ampliándose. Todo lo ha logrado con un simple movimiento de tropas. Pase lo que pase en las próximas semanas, Putin ya ha logrado avances de calado gracias a la forma en que Europa y Estados Unidos han reaccionado a su bravata. Los ha “emputinado” a placer introduciendo su propio relato en la opinión pública occidental que ahora se debate en si habría que resistir o transigir. El daño ya está hecho, pero no harían mal en plantearse cómo afinar su respuesta ahora que todavía hay tiempo antes de un desenlace fatal. Occidente necesita una sola voz y, sobre todo, discreción. Hoy por hoy no tiene ninguna de las dos cosas.

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