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Opinión

Guerra al Borbón: El Rey, nuevo objetivo a batir por el separatismo

Imagen de la inauguración de los Juegos Mediterráneos

"El Gobierno de España jamás ha hecho política con un evento como este y tampoco la va a hacer. Estamos en un proceso de normalización de la vida democrática, aspiramos a tener -en justa reciprocidad- las mismas respuestas por los distintos gobiernos. Es decir, la normalización democrática que propone el Gobierno debe ser respondida con la normalización democrática que apetezcan otras comunidades autónomas” (sic). Como en el famoso diálogo de los hermanos Marx, “La parte contratante de la primera parte, será considerada como la parte contratante de la primera parte”. El copyright de esta farragosa y casi ininteligible cita pertenece a esa virtuosa de la oratoria cervantina que es la nueva ministra portavoz Isabel Celaá, una joya, un descubrimiento, ¿cómo hemos podido vivir sin ti hasta ahora? La perla de ese maravilloso Gobierno que Pedro Sánchez se sacó de la manga y que en dos días se nos ha quedado en nada. Ya es oficial: para Sánchez, en Cataluña no pasa nada. No hay ningún problema. Algo tan sencillo como eso no fue capaz de descubrirlo la listísima Soraya en sus años de oposiciones a la presidencia del Gobierno en Moncloa.

Y como no hay problema, no hay nada que arreglar. Así de sencillo. Todo se reduce a tender la mano, ser muy simpáticos y llevarse bien con el catanazi Torra y sus chicos. “Estamos en el empeño de normalizar, evitar tensiones y avanzar en ese territorio que nos parece muy favorable. Es necesario iniciar la cura, el tratamiento”. Si no hay enfermedad, ¿para qué necesitamos tratamiento? Por desgracia, parece que sí hay problema. El miércoles, Kim Jong-Torra remitió una carta al Rey conminándole a disculparse por el discurso del 3 de octubre en el que, ante el pánico del patético Rajoy, el monarca instaba al Gobierno a hacer cumplir la Ley en Cataluña. El Jefe del Estado debe disculparse ante el racista Torra. Esas tenemos. Y el viernes, quizá para que se enterara la pobre Celaá, el citado se largó un discurso que cabe calificar de quintaesencia de la arrogancia totalitaria contra un Estado que ha optado por ponerse de rodillas, en lugar de mantener “la dignidad de la andadura vertical y del paso erguido del hombre”, que decía Bloch, para anunciar que no asistiría a la inauguración de los Juegos del Mediterráneo que esa misma tarde iba a tener lugar en Tarragona con la presencia de Felipe VI y de Sánchez. Pero eso no es todo: “El Govern rompe relaciones con la Casa Real” de manera que, a partir de ahora, ningún miembro del equipo Torra asistirá a actos organizados por el Monarca. Al final hizo acto de presencia en el palco, a la izquierda del Rey y del propio Sánchez. Y como un corderillo.

Guerra al Borbón. Estaba cantado. Desaparecido el enemigo que ha mantenido cohesionado al separatismo, muerto Rajoy como sujeto de todos los males del “pueblo de Cataluña” y por tanto desinflado el “relato”, el separatismo ha decidido fabricarse un enemigo nuevo y de mayor arboladura para mantener viva la llama de la gran mentira. Y apuntan nada menos que al Jefe del Estado, al que se le exige que se disculpe por algo ocurrido ocho meses antes, y cuya capacidad de maniobra es muy escasa reglado como está su papel por el mandato constitucional. Cansados de provocar y no obtener respuesta, los separatistas han decidido elevar la apuesta, apuntando a lo más alto, disparando a la cabeza, deslegitimando al Jefe del Estado como garante de la unidad de España. Ya no es el presidente del Gobierno del PP, sino la institución monárquica; ya no es el pelele Rajoy, sino el Rey, y tras el Rey iría por el desagüe el régimen de libertades que consagra la Constitución del 78. El desafío es total, convencidos de que romper España es el paso obligado para lograr su independencia. Con el añadido de que en la guerra contra el Rey, los catanazis  esperan verse acompañados por la asilvestrada izquierda española.  

Y no hay noticia de que el señor Sánchez haya salido al corte de esa intoxicación, haya dado un solo paso para cortar en seco semejante perversa estrategia. Obligado por razón de cargo a hacer de pararrayos institucional, Sánchez no ha dicho esta boca es mía. Bueno, sí, ha mandado en plan avanzadilla a la Celáa para decir que en Cataluña no pasa nada: “Estamos en un proceso de normalización de la vida democrática”. ¿No es maravilloso? Ocurre, en realidad, que Pérez-Castejón no puede decir nada porque quienes le han llevado al poder, los responsables de esa auténtica “conjunción planetaria” –ésta sí, Leire, este sí ha sido un auténtico alineamiento astral, y no lo de Obama y Zapatero con sus respectivas circunstancias- que por sorpresa ha colocado a Sánchez en la presidencia del Gobierno de España han sido precisamente los separatistas, en compañía de otros artistas del mambo de similar compostura.

Iceta adelanta la fórmula de la rendición

Por fortuna, Sánchez, especialista en perder cuantas elecciones ha disputado y cada vez con peores resultados, insiste en haber llegado al Gobierno sin hipotecas, sin deberle nada a nadie. Menos mal. La del dúplex con vistas al mar que se acaba de mercar en la carrera de San Jerónimo podría, sin embargo, salirnos muy cara a los españoles. El gran Iceta se encargó este miércoles –primera sesión de control al Govern en el parlamento catalán- de darnos un avance del tipo de interés a aplicar: “la propuesta socialista para Cataluña pasa por reformar Constitución y Estatut a la vez, y someter los cambios a referéndum”. No está claro si ese referéndum se celebraría sólo en Cataluña, aunque, ya puestos, es muy posible, o en la totalidad del Estado. Por ahí van los tiros. Por aceptar en todo o en parte los planteamientos del nacionalismo supremacista, las exigencias del 47% de catalanes que votaron a las formaciones independentistas en las últimas autonómicas, con desprecio a la voluntad del 53% restante que, para Torra y sus nazis, no son catalanes y, por tanto, no existen.

Porque Sánchez, nuestro ZPII o ZP2 si se quiere, dice que no hay tiempo en dos años –en contra de la solemne promesa efectuada cuando anunció la moción de censura, pretende gobernar dos años sin someterse al refrendo de las urnas-, para arreglar lo de la financiación autonómica, uf, qué lío, que decía Mariano, pero parece que le va a sobrar para, además de arruinar las cuentas públicas, que eso va de suyo tratándose de un Gobierno PSOE, a meterle mano a esa pequeñez llamada “problema catalán”, esa que Soraya ni siquiera olió durante el tiempo que ejerció como virreina, con la intención de arreglarlo él solito y consagrarse cual moderno Espartero capaz de llegar al abrazo con el nuevo Zumalacárregui carlista catalán, a quien previamente, suponemos, habrá convencido de que los españoles tenemos nuestros defectillos, desde luego, qué se le va a hacer, pero no somos esa descerebrada raza inferior con la que no merece la pena hablar porque ni siquiera sabe hacerlo. Él solito va a lograr el milagro. Si Ortega y Azaña levantaran la cabeza, volverían a morirse del susto.

Para adentrarse en la cueva del dragón, Sánchez quiere contar con la inestimable ayuda de Pablo Iglesias. Tal vez harto del saltimbanqui Iceta, el nuevo presidente quiere convertir a Pablenin en su “Sorayo” particular, su virrey catalán, un auténtico sin sentido que solo se explicaría en el supuesto de que el socialista pretendiera tener al chavista entretenido en este tipo de juegos, te voy a pedir un favor importante, me vas a engrasar una negociación como solo tú y tu amigo Xavier Domènech podéis hacer, algo tan importante como Cataluña, y además vas a ser mi socio de referencia en el Congreso, vas a tener ese estatus especial, porque si de verdad Sánchez cree haber encontrado un apoyo leal en Iglesias es que es más tonto de lo que parece o es que a Iván Redondo se le ha subido el éxito de su golpe de mano del 1 de junio a la cabeza y se ha vuelto gilipollas. De esto hablaron Sánchez e Iglesias en la entrevista secreta que mantuvieron en Moncloa hace escasas fechas. Un encuentro del que muy poco o nada se conoce y sobre el que la tropa periodística podemita guarda escrupuloso silencio. ¿Qué pactos se alcanzaron en esa reunión? Nadie lo sabe, pero el miércoles, en el Congreso, al marqués de Galapagar solo le faltó repetir con Sánchez el famoso beso en la boca a lo Brézhnev que ya ensayó con su conmilitón Domenech. De babero.

Acabar con el régimen constitucional del 78

El separatismo se ha crecido. Porque ahora en Moncloa habita un tipo bizcochable dispuesto a tragar carros y carretas con tal de asegurar su presidencia (“este es un Gobierno para seis años”, dijo a sus íntimos tras presentar días atrás su Gabinete-ensalada). Es la consecuencia directa de la traición de Mariano y su insólita decisión de servir el Poder en bandeja a un oportunista sobre el que nadie sabe qué es lo que quiere hacer con España, al margen de mucho Aquarius, mucho Valle de los Caídos, mucha Manada, y mucho folclore en plan memoria histórica. Mariano se exilia en Santa Pola y deja un PP abierto en canal, con serias posibilidades, tras el voluntario apartamiento de Feijóo, de que Soraya, su eterna ama de llaves, se haga con el control del partido dispuesta a convertirlo en un reflejo de su propia personalidad: una cosa indefinible a medio camino entre la tecnocracia y la nada, una especie de partido socialdemócrata bis, más que dispuesto al famoso “diálogo” con Cataluña, es decir, a ceder a las pretensiones de los enemigos de la unidad de España y su libertad. Dispuesta incluso a certificar al alimón con Sánchez el final del régimen constitucional del 78, que este es el meollo de lo ocurrido el 1 de junio. ¿El “rebote del gato muerto” del bipartidismo? Tal vez sea lo que explique la rendición de Mariano ante una moción que hubiera podido desmontar fácilmente con su dimisión. A Ciudadanos se lo están poniendo como dicen las crónicas se lo ponían a Fernando VII con el billar, porque ninguno ha contado con el pueblo español para estos tejemanejes. ¡Albert, despierta!

 

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