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Del Bosque cobra hasta en los entierros

Di Stéfano no se lo merecía. No acabar convertido en una simple excusa para que cierto madridismo ultra, y muy obediente, se aplique en el linchamiento de su víctima favorita: Del Bosque. Un hermano de sangre, uno de los suyos, al que van a hacer pagar hasta la tortura no se sabe muy bien qué traición o pecado, posiblemente haberse animado a tener diferencias con el jefe mayor. Haga lo que haga, el todavía seleccionador español (que ya no debería serlo) se lleva bofetadas. También por no asomar el bigote en la capilla ardiente instalada en el Santiago Bernabéu para despedir a su futbolista bandera. 

Y que sí, que habría estado bien ver a Del Bosque entre la hilera de personalidades que despidieron al finado. Pero de ahí a pasar lista hay un trecho. Hay personajes que sienten la necesidad de salir en la foto; que, más allá de lo que les conmueva el fallecido, entienden que este tipo de actos sociales representa una obligación política, una oportunidad única de figurar. Y chirría verlos y escucharlos, protagonizar los entierros no se sabe muy bien por qué, desde luego no por el parentesco. Pero aún así, pese a la sensación de espectáculo, se les agradece. Lo importante es el fallecido y su familia, no los respetuosos figurantes. Y tampoco los que decidieron no figurar.

Más allá de que su explicación aportada sea frágil, Del Bosque en estas cosas no es dudoso. Pero da igual: el entierro del mejor fubolista de la historia del Real Madrid no puede empañarse con una discusión sobre presencias y ausencias. Porque además no es eso lo que se discute, no nos engañan; el combate es otro y de difícil solución. Lo indiscutible es que el funeral por Di Stéfano no es el lugar más indicado para montar un ring. Ni para recuperar maneras de la santa inquisición. Mejor llorarle con respeto que dejarse llevar por rencillas miserables.

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