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Bienestar

La lengua, la gran olvidada de la higiene bucodental: cómo limpiarla y por qué es importante

Encías y dientes marcan el paso en lo que a higiene bucodental nos solemos referir. Sin embargo, pensar que la lengua no es importante a la hora de pasar el cepillo puede hacer que ciertas bacterias campen a sus anchas por nuestra boca

Pensar que el cepillo tiene todo hecho al pasar por nuestros dientes es un error si hablamos de higiene bucodental. Toda la cavidad bucal es un compendio de tejidos que son susceptibles de acumular bacterias si no se les trata de manera correcta. Lógicamente, suelen ser los dientes los que más acaban sintiendo a largo plazo los efectos de una higiene deficiente, pero hacer repasos en profundidad de toda la boca beneficiará al conjunto.

Las encías y la lengua cierran así un círculo virtuoso al que no debemos dejar de prestar atención en cuestiones de limpieza. Razón por la que aparte del cepillo, gran protagonista de estos lavados, y de la pasta de dientes, hay otros elementos que deben estar en nuestro armarito del baño sí o sí.

Hablamos de enjuagues y colutorios, pero también hablamos de cepillos interdentales o de la siempre socorridas seda dental, encargados de que esos pequeños espacios entre dientes no se conviertan en un inesperado 'almacén' donde las bacterias tengan una auténtica despensa a su servicio.

También es conveniente que le hayamos echado un ojo a los irrigadores bucales, bastante en boga en los últimos años, y que son otra opción fácil (aunque no siempre económica) de acabar con esos indeseados restos alojados entre nuestras muelas. Todos ellos forman parte del kit que deberíamos tener a mano en el baño para que nuestra salud dental, ese orfeón entre dientes, encías y lengua aparezca saludable y resplandeciente.

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Las bacterias que se acumulan en la lengua también pueden ser responsables de, entre otras causas, de la halitosis o mal aliento. ©Unsplash.

Por desgracia, el tiempo no siempre abunda, y tampoco sabemos realmente cómo tener una correcta higiene dental. Además, amén de faltar horas o de no prestar la atención debida, también solemos cometer pequeñas faltas como tardar mucho en cepillarnos los dientes después de comer, permitiendo que las bacterias se pongan las botas. Aunque hay excepciones, claro, porque no siempre deberíamos cepillarnos los dientes justo después de una comida.

Lo que sí deberíamos hacer es empezar a vigilar mejor nuestra lengua, a veces la gran olvidada de estos repasos higiénicos, porque no prestarle atención supone un riesgo añadido para que el conjunto de la boca acabe dañada.

Los riesgos de no cepillar también la lengua

Prácticamente un 40% de nuestra boca está ocupada por la lengua, una cantidad que no deberíamos infravalorar si a la hora de 'lavarnos los dientes' pensamos que ella no tiene nada que ver. Para ello, hay que entender que toda la cavidad oral es un vergel donde las bacterias se acumulan. Aquí aprovechan su abundancia y la falta de higiene para ir penetrando en el esmalte y luego dañando la dentina, dando lugar a las incómodas caries y lastrando nuestra boca con todo tipo de patologías.

Entre las más comunes, aparte de la consabida caries, la gingivitis (inflamación de las encías), la periodontitis (que surge tras complicaciones de la gingivitis y que puede poner en riesgo las piezas dentales), pasando por otras aparentemente más inofensivas como la halitosis (el mal aliento) o la presencia de llagas y aftas bucales (a las cuales no les viene nada mal volver a las gárgaras).

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En las papilas gustativas se pueden acumular bacterias que luego comprometan el resto de la salud bucodental. ©Gtres.

Aquí es donde el factor lengua importa y por eso debemos tener en cuenta su 'orografía'. La superficie lingual está cubierta de pequeñísimas protuberancias, minúsculas e inapreciables al ojo humano, las famosas papilas. Sí, las mismas que nos sirven para identificar sabores y que están distribuidas por este incansable y poderoso músculo. Distribuidas en una especie de surcos, las papilas acumulan así bacterias, células muertas de la propia piel y restos de alimentos, de los que esas propias bacterias se nutren.

Causan mal aliento y decoloran la lengua, a la que dan un color blanquecino que suele ser señal de una incorrecta higiene dental, pero esos son solo los primeros pasos de esa suciedad lingual. Al permitir que las bacterias campen a sus anchas, las probabilidades de que la acidez se dispare y comiencen a debilitar los dientes se multiplican. Razón por la que conviene no dejar de lado un cepillado (o raspado) de lengua.

Cómo cepillar correctamente la lengua

Realmente hay dos formas de limpiar la lengua, según explican desde la Clínica Dental Ferrus & Bratos. La primera sería recurrir al raspado lingual, mientras que la segunda podría ser el clásico cepillado. La primera exige algo más de práctica, pero es más efectiva y también en más profundidad. La segunda, más sencilla, es una buena forma de empezar a familiarizarse con la higiene lingual.

Para el raspado bastaría con aprovechar un cepillo de dientes porque muchos de ellos, incluyendo los eléctricos, incorporan un cabezal que funciona como el raspador lingual. También hay un elemento, expresamente diseñado para ello, que sirve para ese raspado.

El uso es sencillo, según explican desde esta clínica odontológica madrileña especializada en todo clase de prácticas dentales. "Debes raspar la lengua suavemente mediante unos movimientos de dentro hacia afuera, es decir, desde la zona más profunda de la lengua hasta la punta", afirman.

Es conveniente además repetir esta acción varias veces y no solo por la superficie frontal de la lengua, sino también por el dorso. Además, para no 'ensuciar' en demasía el raspador, "tras cada pasada es conveniente que se enjuague el raspador con agua". Puede que al principio haya unas ciertas arcadas, pero pasan rápidamente cuando uno se acostumbra.

El modo de uso es sencillo y además tiene un timing más o menos concreto, ya que vale con hacerlo una vez al día. Desde la Clínica Odontológica Ferrus & Bratos recomiendan "el momento de antes de irnos a dormir como el más idóneo".

Los motivos son sencillos: "por la noche segregamos una menor cantidad de saliva, que evita la acumulación de placa bacteriana", por lo que el cepillado nocturno es el más importante. También es relevante el orden de los factores. Primero pasamos el hilo dental, luego cepillamos los dientes y después usamos el raspador lingual.

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Muchos cepillos de dientes incorporan en su dorso un raspador lingual con una superficie plástica ligeramente rugosa. ©Gtres.

Una vez terminadas esas tres tareas, podemos apostar por el enjuague bucal para completar la rutina y mantener un aliento lo más fresco posible durante la noche y que podamos alargarlo hasta la mañana siguiente. Además, si no tenemos un raspador lingual, podemos emular el resultado con un cepillo dental.

En cualquier caso, desde la Clínica Ferrus & Bratos recomiendan usar "uno de cerdas más suaves, ya que los más frecuentes están diseñados para cepillar superficies duras como los dientes", por lo que podrían dañar ligeramente el tejido lingual.

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