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Cultura

La foto más hermosa del mundo

María Callas, fotografiada por Cecil Beaton en 1957.

La fotografía la hizo Cecil Beaton en el Hotel Ambassador de Nueva York, en 1957. Ese año María Callas fue la Aída de Verdi en la ópera de San Francisco; la Amina de Bellini en aquella Sonnàmbula de Edimburgo; la Anna Bolena de Donizetti y la Turandot, de Puccini -a ambas las grabó en La Scala-. Algunos de los mejores papeles de su repertorio los interpretó la Callas el año al que pertenece esta imagen, la más hermosa que alguien haya podido capturar.  Sujetándose el rostro entre las manos, la diva se presenta ante el espectador con el gesto fiero y al mismo tiempo arruinado de las desgraciadas mujeres que vivieron en su voz; ella incluida.

María Callas no fue la única a la que retrató. También en el Ambassador,  en cuya terraza Marilyn Monroe escribió que ningún puente era feo -acaso porque todos le parecían un hermoso lugar desde donde tirarse-, Beaton fotografió a la rubia actriz cuatro años antes de aparecer amortajada por su propia belleza tras ingerir un bote de Nebumtal. Frente a la lente de su cámara desfiló una galería de animales de pelaje bronco. Criaturas excepcionales, hermosas y retorcidas. Seres que levantaron belleza y poder con la misma fuerza con la que demolieron todo a su paso. 

Frente a la lente de su cámara desfiló una galería de animales de pelaje bronco. Seres que levantaron belleza y poder con la misma fuerza con la que demolieron todo a su paso

Beaton retrató a Colette, Orson Wells -cual Macbeth-, al diestro Dominguín, al desaforado Picasso y la penitente Dora Maar, a Getrude Stein, Greta Garbo, Marlene Dietrich, Coco Channel, la Reina Isabel II, Truman Capote, Arthur Miller, Gilbert&George, a Churchill y Dior… pero también a Malraux y Nureyev. ¿Quién no posó ante él? En la obra fotográfica de Cecil Beaton pasta un safari de la genialidad, la pólvora, los barbitúricos, la obcecación y la lucidez. El Atlas de un mundo que fue y regresa ante quien lo mira tocado por la resurrección de lo excepcional.  Eso es la retrospectiva que el Festival PhotoEspaña ha traído a la Fundación Canal con la muestra Cecil Beaton: un regalo envenenado, algo al que lo recorre, ponzoñoso, la tragedia de toda belleza, esa  senectud de lo que ya no volverá a existir.

Como dice Stephen Temmant en la cita que abre el soberbio catálogo editado por La Fábrica, Cecil Beaton consigue con sus imágenes lo que una mañana de cumpleaños, la víspera de un gran baile o el ascenso del telón: emocionar. Se trata 116 imágenes de un álbum que atenaza a quien lo observa: el prontuario de un mundo genial, impreso en gelatina sobre plata.  Cecil Beaton (Londres, 1904- Salisbury, 1980) comenzó su carrera fotográfica en casa de sus padres, donde creó un estudio profesional, a raíz de la pasión que por este arte que le transmitió la niñera familiar. Su madre y sus hermanas, vestidas con trajes llamativos, fueron sus primeros retratos.

Eso es la retrospectiva que el Festival PhotoEspaña ha traído a la Fundación Canal: un regalo envenenado, algo al que lo recorre, ponzoñoso, la tragedia de toda belleza

Actor, escenógrafo, fotógrafo, escritor, viajero. Un ser expansivo y curioso que en sus 38 libros de fotografía y las seis entregas de sus diarios emulsionó el espíritu de un siglo. Para sintetizar ese mundo inverosímil -el de las divas de Hollywood, los políticos de entreguerras o el de los escritores y artistas más importantes del siglo XX -, las comisarias de esta muestra, Joana Ling, responsable del departamento The Cecil Beaton Studio Archive Sotheby’s Picture Library, y Oliva María Rubio, directora artística de La Fábrica, decidieron dividir la muestra en cuatro apartados: Cine y Hollywood, Arte y cultura, Moda y belleza, y Sociedad y política. El mundo encuadernado en un ejercicio -casi imposible- se síntesis.

Fue ése el orden que eligieron para desmigajar la obra de Beaton, alguien que escuchó de boca de Audrey Hepburn palabras insospechadas: "Desde que tengo memoria he deseado ser bella. Mientras miraba las fotografías anoche, me di cuenta que lo fui durante un tiempo y fue gracias a ti". El mismo que se enamoró de Greta Garbo, a quien llegó a proponer matrimonio sin éxito y que retrató, acaso, con la palma de la mano: deseando cartografiar eso que dice la piel de otros cuando no se dejan tocar.  

En 1974, Beaton sufrió un infarto cerebral que le paralizó el brazo derecho. Dueño de una voluntad inverosímil, aprendió a escribir y dibujar con la mano izquierda. Insistió en el gesto indiscreto, y en su caso maravilloso, de mirar a otros. Siguió trabajando hasta enero de 1980, el año de su muerte. Entre el presente y la foto más hermosa del mundo, la que Cecil Beaton hizo a aquella María Callas -que dejó el mundo apenas tres años antes que él, en 1977-, ha transcurrido algo más largo que un siglo. Un plazo que no caduca ni amarillea. Entre su tiempo y el nuestro hay algo rotundo: una forma de mirar.

Un detalle de la portada del catálogo editado por La Fábrica que acompaña la muestra.

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