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Cultura

Batalla cultural

Bad Bunny, Adriano Celentano y el anglopapanatismo

A pesar de la anglofilia de la prensa cultural española, la música en nuestro idioma se abre paso en el planeta

El rapero Bad Bunny y el cantante italiano Adriano Celentano
El rapero Bad Bunny y el cantante italiano Adriano Celentano. Europa Press

Por tercer año consecutivo, el puertorriqueño Bad Bunny es el artista más escuchado del planeta en Spotify, superando los 18 mil millones de reproducciones en lo que llevamos de 2022. En principio, se trata solo de un dato, pero en realidad confirma un cambio de marea cultural: en los felices ochenta y noventa, la música cantada en español era solo un divertimento para el verano, "Lambada" y Lalo Rodríguez, mientras que ahora es una fuerza comercial capaz de competir de tú a tú con cualquier artista anglosajón.

La hazaña también demuestra que, para las capas más pobres de América Latina, la música popular sigue siendo un ascensor social: Benito Ocasio Martínez era un modesto cajero de supermercado de San Juan, que tirando de talento y creatividad ha conseguido convertirse en el artista más querido de su generación. En las listas de canciones más escuchadas de 2022, es el único que mete dos en el top cinco: “Titi me preguntó” y “Me porto bonito”.

También logran puestos destacados en escuchas globales Rauw Alejandro (11), J.Balvin (19), Daddy Yankee (25), Karol G (27), Ozuna (38), Anuel AA (39), Feid (48), Bizarrap (49) y Lin-Manuel Miranda (50). Nadie duda ya que vivimos una era dorada de la música popular en nuestro idioma, como ha certificado incluso un estudio de The Economist publicado el pasado enero. "En el mundo de habla hispana, el inglés ha perdido pie de forma rápida -del 25% al 14%- al tiempo que artistas nativos como Bad Bunny y Raw Alejandro disparaban su fama internacional", explican.

La magnitud de esta mutación cultural es visible cuando se compara las listas de este año con las de la categoría throwback, que se refiere a canciones que cumplen veinte años o más. Allí todos los artistas son anglosajones, con posiciones destacadas para Kate Bush, The Beatles, Coolio, Coldplay y Eminem, entre otros. Dicho esto, lo que intento en este artículo no es constatar la evidente pujanza de la música latina, sino lamentar la recepción de este proceso en la mayoría de la prensa española.

Bad Bunny, sin respeto

¿Cómo titula la noticia El País, cabecera que lleva por subtítulo “El diario global en español”? “Lo más escuchado en Spotify en 2022: solo Rosalía se coloca en España en una lista dominada por hombres latinos”. ¿Subtítulo? “Bad Bunny se convierte por tercer año consecutivo en el artista más exitoso mientras que únicamente Taylor Swift (global) y Rosalía (en España) se hacen hueco entre los 10 primeros”. Resumiendo: lo que es un claro triunfo cultural de nuestro idioma se convierte en una amarga victoria del machismo (porque durante todo el artículo se da por sentado, sin argumentarlo, que esa es la causa). La única fuente de toda la pieza es Melanie Parejo, directora de música de Spotify en el sur y este de Europa, que opina que “tenemos que forzar los algoritmos. Nos congratula que existan las rosalías, las shakiras o las taylors, pero están bastante solas, hay que crear el espacio para que vengan más”, defiende.

Las cabeceras que deberían defender nuestra Cultura siguen dedicadas a ignorarla, rebajarla y, a veces, apedrearla.

¿De verdad tenemos que forzar los algoritmos para que Taylor Swift venda más que Rauw Alejandro? ¿Por qué eso supondría un beneficio cultural para los lectores de El País? ¿Ha sido el mundo mejor por el hecho de que Madonna venda más que Víctor Jara, Juan Gabriel y Camarón de la Isla? Esto no se le pregunta a Melanie Parejo porque se da por hecho el beneficio de que una mujer venda más discos que un hombre y nunca se considerará importante que nuestra música venda más que la británica y estadounidense, a pesar de que ellos partan con la ventaja empresarial de tener de su lado todos los resortes de la industria discográfica, cuyos centros históricos siempre han sido Londres, Nueva York y Los Ángeles (y lo siguen siendo, aunque ahora se una Miami).

Más ejemplos de artículos con sesgo anticastellano: “Estas son las canciones más alegres de la Historia, según un estudio científico”, publicaba El Debate a finales de septiembre. ¿Ganadores? Katrina & The Waves, Gloria Gaynor y Bon Jovi, en un top diez monopolizado por temas en inglés. El truco, ya lo habrán adivinado, es que no se incluyó en el estudio ninguna canción en español, cuando sabemos que cualquier rumba, bachata o salsa clásica es objetivamente más alegre que las piezas del "estudio" citado. Probablemente cualquier estribillo del Caribe español hubiera logrado reventar el alegrómetro con el que miden los datos.

Sedición cultural

La centralidad autoproclamada de la música anglosajona ha homogeneizado los medios durante décadas. Lo triste es que en 2022 nos interesa menos la música en nuestro idioma que a Rolling Stone, que hace reseñas superlativas de los recientes conciertos de Bad Bunny en el Yankee Stadium y hasta incluye Motomami de Rosalía entre los 50 mejores álbumes conceptuales de la historia (aunque olvide obras tan clásicas como Maestra Vida de Rubén Blades y Willie Colón).

Lo triste es que la crítica cultural de aquí sigue empeñada en someterse a cánones anglosajones caducados, así que hiperventila compartiendo “Las 250 mejores canciones de los 90, según Pitchfork”, una web musical de culto en el siglo XXI. Entre las 250 escogidas, la única cantada en nuestro idioma es “Suavemente” de Elvis Crespo, en el puesto 219, cuando los noventa fueron de Shakira, Alejandro Sanz, Luis Miguel, Andrés Calamaro, Juan Luis Guerra y otros superventas en nuestro idioma, tanto o más que de Nirvana, Björk y Beastie Boys (de hecho, el crítico hípster promedio en España prestó menos atención a Elvis Crespo en los 90 de la que hoy le dispensan los redactores de Pitchfork). Sumisión cultural voluntaria.

Los ejemplos son infinitos, así que término con un recuerdo al gran Adriano Celentano. Firme defensor de la música en su idioma, señaló la idiocia de muchos de sus compatriotas, deslumbrados por cualquier pieza pop cantada en inglés. Antes de que existiera la expresión, en noviembre de 1972, decidió “trolear” a los italianos publicando una canción interpretada en inglés de chichinabo (onomatopeyas de sonaban anglosajonas) para demostrar su teoría del anglopapanatismo. La pieza se titulada “Prisencolinensinainciusol” y él éxito fue mayor del que esperaba: alcanzó al número uno de las listas de su país (hazaña de la que se acaban de cumplir cuarenta años). Da bastante pena que la prensa que debería defender nuestra Cultura siga dedicada a ignorarla, rebajarla y (a veces) apedrearla.

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