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Cultura

¿Conocemos el aspecto de Julio César?

La historiadora Mary Beard analiza en 'Doce Césares' la representación del poder desde el Imperio Romano y su legado hasta la actualidad

Julio César
Julio César por Rubens.

Se acercan las tardes navideñas de empacho con películas de romanos. De todos los personajes que veremos circular por la pantalla, Julio César será, con permiso de Jesús de Nazaret, del que mejor recordemos su imagen. Cualquiera que piense en él lo hará como un hombre maduro marcado por las arrugas, y con una ligera alopecia. Sus rasgos se repiten en el cine clásico de Hollywood y en los cómics de Astérix. ¿Pero sabemos realmente cuál era el aspecto del hombre que tuvo un idilio con Cleopatra?

El reverendo y escritor inglés Sabine Baring-Gould escribía a finales del siglo XIX, sobre un busto de César: “fue realizado por un hombre que conocía bien a Julio César, que lo había visto repetidas veces, y que había quedado profundamente impresionado por su personalidad [...] captó y reprodujo aquellas peculiaridades que expresaba el rostro de César cuando reposaba, la sonrisa dulce, triste, paciente, la reserva de poder en los labios y aquella lejana mirada al cielo”, el sacerdote anglicano no sabía que estaba piropeando a una falsificación moderna.

Este busto estuvo expuesto medio siglo en un lugar prominente del prestigioso Museo Británico como cabeza de César, hasta que en 1930 fue relegado a la biblioteca bajo la etiqueta “Retrato ideal del siglo XVIII”. Más tarde se consideraría una falsificación, pero desde el siglo XIX se había convertido en el modelo de César, miles de representaciones posteriores se inspiraron en él, y sigue siendo uno de nuestros favoritos para plasmarlo en cualquier obra divulgativa. Este es uno de los casos que la historiadora y experta en Roma Mary Beard analiza en Doce césares (Crítica), donde reflexiona sobre la representación del poder de Roma y su legado hasta la actualidad.

Cabeza de mármol de Julio César, siglo XVIII. Museo Británico

Marketing político

Julio César pasó a la historia como uno de los más grandes estrategas militares y el político que asestó el golpe definitivo al moribundo sistema republicano romano, pero también puede ser recordado como el primer romano en instituir un inmenso sistema de representación iconográfica personal.

Si Felipe VI puede ver su rostro en las monedas de uno y dos euros, en buena medida, se lo debe agradecer a César. Fue el primero que impuso este modelo para que los ciudadanos romanos tuvieran bien presente quién era la máxima autoridad del momento. 

También fue el primero en crear y exhibir estatuas de sí mismo en sus dominios, llegando al punto, según palabras de Suetonio, de pasearla en procesión junto a las imágenes de los dioses. 

Elevada estatura, piel blanca, miembros bien formados, rostro un poco lleno, ojos negros y agudosDescripción de Suetonio de Julio César

Descripción física de César

No hemos encontrado ninguna estatua de la época de César junto a un pedestal que lleve su nombre y no podemos certificar la autenticidad de algunas candidatas. La fisionomía que todos tenemos en mente proviene principalmente de dos fuentes: la descripción de Suetonio, nacido un siglo después de la muerte de César, que describe a un hombre de “elevada estatura, piel blanca, miembros bien formados, rostro un poco lleno, ojos negros y agudos”.

El autor de las Vidas de los doce césares también habla del complejo de César con la calvicie y del uso continuo de la corona de laurel para ocultarla: “acostumbraba a peinar hacia delante sus ralos cabellos y, de todos los honores que el Senado y el pueblo le decretaron, no obtuvo ni disfruto de ninguno con mayor placer que el derecho de llevar continuamente la corona de laurel”.

Denario del 44 a.C que representa a Julio César

El principal testimonio nos lo ofrecen las monedas acuñadas en vida de César en las que destacan tres rasgos característicos: la corona de laurel tapando el inicio de la frente para esconder las entradas, arrugas en el cuello y una prominente nuez.

Aunque de la misma época encontramos acuñaciones con un César totalmente distinto y de otros personajes con “rasgos cesarianos”. Además siempre hay que tener en cuenta que estamos hablando de atributos de tamaño milimétrico y cuasi esquemáticos. 

A pesar de todas estas matizaciones, estas aproximaciones nos proporcionan mucha más información de la que tenemos para la mayoría de los personajes de cultura clásica, de los que sus “retratos” son imágenes tipo que no guardan ninguna relación con la persona en cuestión, como señaló Sheila Dillon.

Un César para cada generación

De no encontrarse una escultura genuina de la época, el protagonista de algún videojuego, una serie o cualquier futuro entretenimiento se convertirá en el arquetipo del conquistador de las Galias para la generación Z, tal y como Elisabet Taylor es la Cleopatra para la mayoría del mundo actual. Beard explica que cada generación tiene a su “César” favorito, basado en la supuesta autenticidad de alguna pieza escultórica. 

César de Arlés | Musée de l'Arles antique.

Posiblemente, el actual sea el del busto extraído del río Ródano en 2007 que encabeza estas líneas. Y de nuevo disponemos la misma certeza para afirmar que se trate de un busto del general, o de cualquier notable de la Galia.

Los grandilocuentes titulares que muchos medios se lanzaron a replicar en 2008 ("Descubierto el busto más antiguo de Julio César", El País) pueden quedar en un futuro a la altura de la florida descripción del falso busto del British, que vimos anteriormente. El propio museo que atesora la escultura ya la cataloga en su web como “presunto retrato de Julio César”.

César de Tusculum | Museo Arqueológico de Turín

Antes de este, el César favorito en la segunda mitad del siglo XX fue el busto de Tusculum. Encontrada por un hermano de Napoleón, la escultura no fue elevada a la condición de retrato de César hasta época de Mussolini, momento de exaltación de la Roma imperial. Todavía discutido por los expertos, fue el modelo para una “recreación científica del auténtico Julio César”, ocasión que una vez más los medios no dejaron escapar para agarrar unos cuantos clicks con grandiosos titulares. 

Beard concluye su parte sobre Julio César apostando que toda esta amalgama de representaciones que la tradición nos ha dejado durante más de dos mil años se aproxima al César real, y que un romano del siglo I a.C reconocería tanto al personaje de las páginas de Astérix como a los discutidos bustos de los que hemos hablado. 

Tras una cruenta guerra civil, el joven Octavio, heredero de César, se asentó en el poder en un longevo reinado de cuatro décadas e impuso su propio sistema iconográfico. El primer emperador siguió la tradición propagandística de César haciéndose llamar Augusto (venerado), y creando centenares de estatuas. Todo parece indicar que a partir de su gobierno, la elaboración de estatuas imperiales se centralizó con un algún tipo de sistema de copias que desconocemos, pero que garantizó que la imagen que nos ha llegado de Octavio Augusto sea la de un joven, a pesar de que murió en el poder con 76 años.

Cabeza de Meroe de Augusto, s.I a.C

La convulsa sucesión romana del siglo primero hizo que parte de la legitimación del poder de los nuevos emperadores se encontrara en crear imágenes que se parecieran al venerado Octavio. La obra de Beard se adentra en cómo este arte imperial impregnó las centurias posteriores al punto de que hemos asumido con total naturalidad el hecho de que un monarca del siglo XVI o un escritor del XVIII se retrataran con el aspecto de los emperadores romanos, una circunstancia descrita por la historiadora como “una de las invenciones más influyentes y radicales del arte”. 

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