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Opinión

Sánchez-Puigdemont, duelo de truhanes

Pedro Sánchez (PSOE) y Carles Puigdemont (Junts), en el Palacio de la Generalitat.
Pedro Sánchez y Carles Puigdemont en el Palacio de la Generalitat. EFE

Como es público y notorio, hace unos meses, y mediando personas interpuestas, Puigdemont y Sánchez acordaron realizar una transacción. El primero, ejerciendo de vendedor, ponía a la venta sus votos para hacer presidente del Gobierno al segundo. Éste, en tanto que comprador, pagaría como precio la entrega de una Ley de Amnistía que beneficiara a todos los delincuentes del procés. El trueque fue un trato entre pillos, a cada cual más golfo, por lo que su ejecución prometía ser un auténtico espectáculo y ciertamente, las expectativas se están cumpliendo.

Por razón de los plazos parlamentarios, la compraventa pactada no podía realizarse con la entrega simultánea de lo comprometido por ambas partes pues era materialmente imposible aprobar una Ley de amnistía antes de la sesión de investidura. En estas condiciones, la única posibilidad de acuerdo era una venta con pago aplazado del precio. Primero entregaría Puigdemont la mercancía -sus siete votos en el Congreso invistiendo a Sánchez como presidente- y después éste pagaría el precio en forma de la Ley de Amnistía prometida. Como toda venta en la que se aplaza el pago del precio con pago, la realizada por el prófugo incorporaba un riesgo para el vendedor y en este caso, siendo Sánchez el comprador, el peligro de un posible impago o pago por defecto era aún mayor. Uno de los dos tahúres, Puigdemont, está constatando ahora cuán peligroso es pactar con otro tan granuja como él pues el riesgo de impago se materializado y Sánchez, aprovechándose de haber recibido anticipadamente la mercancía, pretende rebajar el precio acordado.

Para hacer efectiva la rebaja, Sánchez ha presentado en el Pleno del Congreso un proyecto de Ley de Amnistía que, en contra de lo pactado en la compraventa, no incluye en su perímetro subjetivo a todos los delincuentes. Y Puigdemont que, es el vendedor engañado -suele pasarle a quien pacta con un estafador- ha rechazado la rebaja del precio que se le quiere imponer tumbando con sus votos el proyecto legal de Sánchez. Tras el encontronazo, ambas partes han manifestado públicamente y con sonora contundencia que no modificarán sus actuales posiciones. Sánchez y sus comparsas afirman que no modificarán el actual texto del proyecto en tanto que Puigdemont y los suyos aseguran que no aprobarán el proyecto legal mientras no se modifique para conformar lo que denominan amnistía integral.

Puigdemont se quedaría sin la amnistía que ha tenido al alcance de la mano por mucho que no lograra la extensión integral que reclama, lo que puede pasarle factura

Se ha llegado así a un punto ciertamente crítico que merece ser estudiado en los manuales de Técnicas de Negociación. En efecto, por las respectivas manifestaciones públicas de unos y otros, ahora mismo no existe la denominada ZOPA o “zona de posible acuerdo”. Pero, adicionalmente, el llamado “valor de reserva” de cada parte o situación que afrontaría en caso de desacuerdo es ciertamente poco halagüeño. En efecto, para Sánchez, no alcanzar un acuerdo supondría la ruptura definitiva de la mayoría parlamentaria que le ha aupado a la presidencia del Gobierno con lo que, digan lo que digan él y su socia en el Consejo de Ministros, la legislatura se le puede convertir en un auténtico calvario. Pero no sería menor el coste que afrontaría Puigdemont en caso de confirmarse el desacuerdo. Se quedaría sin la amnistía que ha tenido al alcance de la mano por mucho que no lograra la extensión integral que reclama, lo que puede pasarle factura en las bases y cuadros independentistas, incluso dentro de su propio partido. Como vemos, el “valor de reserva” del que disponen Sánchez y Puigdemont en su actual batalla negociadora es francamente malo.

Así las cosas, ambos buscarán anheladamente reconstruir una ZOPA en la negociación. Pero, para lograrlo, es inevitable que alguno de los dos, Sánchez o Puigdemont, cedan en sus actuales posturas pues solo así es posible el acuerdo. Y así es porque no han fructificado los intentos de Sánchez de introducir en la negociación elementos de “creación de valor”, aquellos que de forma colateral suministren ganancia a las dos partes o al menos permitan que uno mejore su posición sin que el otro la empeore. Como ejemplo, la propuesta de modificar posteriormente el Código Penal para facilitar una más laxa aplicación de la Ley de Amnistía que, merced a su reforma, alcanzase la ansiada integridad. Puigdemont, escaldado por las malas artes del otro rufián, y no me refiero al diputado de ERC, no está dispuesto a aceptar más pagos aplazados del fullero con el que pactó. Ser engañado una vez es mala cosa, serlo dos veces es una demostración de estulticia.

El que haya cedido evidenciará ante la opinión pública, y sobre todos ante sus electores, que ha mentido y que ha perdido pues finalmente se habrá tenido que mover de la posición que declaró inamovible

En consecuencia, la negociación está actualmente planteada en estrictos términos de “reclamación de valor” en los que todo lo que gane uno ha de perderlo el otro; expresado de modo alternativo, para que uno mejore su posición el otro ha de empeorar necesariamente la suya cediendo en lo que se ha comprometido a no ceder. O se modifica el texto del proyecto de Ley o no se modifica, no hay más. Y así planteada la cuestión entran en juego los costes que afrontaría el que cediera. En cualquiera de las dos opciones, que ceda uno o que ceda otro, el que haya cedido evidenciará ante la opinión pública, y sobre todos ante sus electores, que ha mentido y que ha perdido pues finalmente se habrá tenido que mover de la posición que declaró inamovible. Visto lo visto, tiene interés profundizar el análisis del coste que tendrá el que acabe cediendo.

Si es Puigdemont quien acepte finalmente el texto de la Ley que acaba de rechazar, quedará ridiculizado y retratado públicamente como un bisoño negociador. Realizó una venta en la que quedó aplazado el cobro del precio y una vez entregada la mercancía el tahúr con el que pactó le ha racaneado el importe a pagar imponiéndole el correspondiente descuento. Caer como una oveja en el truco del lobo no sería una buena credencial para solicitar al electorado catalán que confíen en su eficacia cara al futuro.

Si por el contrario es Sánchez el que tiene que ceder, introduciendo en el texto de la Ley las modificaciones reclamadas por Puigdemont para hacer integral la amnistía se evidenciará que, además de mentirnos una vez más, ha vuelto a ceder ante las presiones independentistas, en este caso las del prófugo. Es posible que, con base en los antecedentes, Sánchez y su entorno consideren que el coste electoral de ambas cuestiones es inexistente o mínimo y que, en este segundo caso, la lejanía de su próxima cita con las urnas permitirá difuminar en la conciencia colectiva sus nuevas cesión y mentira. Si, por así pensarlo así, lo hiciera, estaría jugando con fuego pues es de sobra conocida la teoría de la gota que hace rebosar el agua del vaso. Y evidencias hay respecto a que la sociedad española considera que la gota de la amnistía tiene un volumen considerable. Además, ceder ampliando el perímetro de la amnistía aumentaría el riesgo de la inaplicación de la futura Ley, y no tanto por lo que pudiera decir el Tribunal Constitucional -es más que plausible que trague con cualquier cosa- como por lo que sentenciase el Tribunal Europeo de Justicia que aunque la Comisión de Bruselas no cumpla con su deber tendrá que manifestarse debido a la cuestión de prejudicialidad que planteen los jueces españoles. Y ¡ojo!, que entre esta sentencia futura del órgano jurisdiccional citado y las próximas elecciones generales no pasará tanto tiempo. Presentarse ante los españoles con un reciente suspenso de la Justicia Europea a su Ley de Amnistía puede no salirle gratis al tramposo.

Duelo de nervios

Ante el panorama descrito, el resultado final del partido va a depender de un auténtico duelo de nervios en el que aquel que primero sienta temblar sus piernas ante el coste del desacuerdo será el que salga derrotado y tenga que asumir su coste por el acuerdo. Sin duda va a ser un espectáculo interesante y hasta divertido si no fuera porque para España, para nuestro Estado de Derecho y para los principios de Justicia e Igualdad, acabe como acabe la opereta, esta batalla entre bribones está siendo y será un drama.

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