Opinión

El peor Gobierno del mundo

El peor Gobierno del mundo

Carmen Calvo anunció la semana pasada, en pleno pánico por el rebrote, que iba a presentar un proyecto de ley para profundizar en la 'memoria histórica'. Habrá dinero para reabrir fosas, hacer un banco de datos de ADN, resignificar el Valle de los Caídos, genuflexiones al exilio, y hacer propaganda de distracción, mucha. Es el peor Gobierno del mundo, sin duda.

No es ya que lo digan las cifras del rebrote de la covid-19, que nos ponen el número uno en la lista de los tontos que tropezaron dos veces en la misma piedra mortal -152 infectados por cada 100.000 habitantes-; es que no saben mandar. Tener el poder y no saber ejercer el mando; esto es, obtener la obediencia de la gente, es quizá, como decía Julien Freund, la muestra más flagrante de debilidad política.

No hubo previsión ni actuación o coordinación. No se compró nada de material sanitario. Al contrario, se mintió y minimizó el impacto de la covid-19 a pesar del ejemplo mortal de la vecina Italia

El primer brote, desde finales de 2019 a marzo de 2020, se caracterizó por encontrarse con un Gobierno socialcomunista más interesado en colonizar el Estado, la cursi Agenda 2030 y pactar con golpistas que en proteger a los españoles. No hubo previsión ni actuación o coordinación. No se compró nada de material sanitario. Al contrario, se mintió y minimizó el impacto de la covid-19 a pesar del ejemplo mortal de Italia.

Tras los casi 50.000 muertos por la pandemia, el Gobierno podría haber elaborado un protocolo de actuación. No en vano Rajoy y Zapatero lo elaboraron a pesar de no sufrir durante su mandato una crisis de esta envergadura -el ébola fue una broma en comparación-. Ese protocolo debía haber abarcado las fuentes de contagio con el tejido productivo. Esto habría supuesto coordinar a nivel nacional las medidas en la educación, la sanidad y el transporte, además de dar un impulso al teletrabajo, y dar seguridad a las empresas para evitar las quiebras.

Cierre de prostíbulos

Tampoco se ha elaborado una alternativa actualizada al estado de alarma. Podría haberse tramitado de urgencia la reforma de la Ley Orgánica de Sanidad de 1986, la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa, y la Ley Orgánica de Medidas Especiales en Materia de Salud Pública.

Nada de esto se ha hecho. La desinformación, las mentiras, las medidas de distracción propagandística y la desidia han protagonizado la labor gubernamental desde marzo. Un ejemplo lacerante de cortina de humo ha sido el anuncio de Irene Montero, la prescindible ministra de Igualdad, diciendo que hay que cerrar los prostíbulos para acabar con las mujeres explotadas. Es chusco porque en febrero de 2020 el grupo parlamentario de Unidas Podemos, con el apoyo del socialista, se negó a investigar la explotación sexual de menores tuteladas por la autonomía en Baleares. Claro que allí gobiernan PSOE y Podemos en coalición.

Sacudirse las culpas

Si el Gobierno hubiera trabajado para establecer el protocolo nacional ante un posible rebrote, como ha pasado, habría menos dudas, y no serían los jueces quienes dictaran las medidas contra la covid-19. En cambio, han preferido lavarse las manos, evitar el enfrentamiento con los nacionalistas vascos y catalanes, de quien depende su mayoría parlamentaria. Es más fácil derivar la responsabilidad en las administraciones inferiores para evitar que se le achaquen los fallos, y luego aparecer como 'el salvador'.

Los socialcomunistas quisieron llegar antes de tiempo a la 'nueva normalidad', esa distopía totalitaria con apariencia democrática, y se equivocaron. Pensaron que la mentira y la propaganda servían para ocultar que no había una política sanitaria, ni una campaña de concienciación general, ni un seguimiento policial del cumplimiento de las normas, o la compra de remdesivir, la vacuna que se ha agotado ya

El caso es que no ha habido influencia de las recomendaciones científicas en la política gubernamental, sino todo lo contrario. La encarnación de ese fraude es Fernando Simón. El resultado es la desobediencia de la población ante la ausencia de mando y autoridad. La gente cree que el virus se ha ido de vacaciones, que todo está pasado, y relaja las medidas de seguridad. Y cuando esto se produce, a diferencia de otros países de la Unión Europea, el país se convierte en el eje del rebrote. Esa es la explicación.