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Opinión

Resacón en Abu Dhabi

Por mucho que nos fastidie, este 40 aniversario del 23-F se escribe así: el Rey que paró el golpe está en el exilio acusado de graves delitos contra Hacienda mientras Tejero disfruta de su retiro marbellí reivindicándose

El rey Juan Carlos I, durante su discurso a la nación ante el golpe de Estado del 23-F.
El rey Juan Carlos I, durante su discurso a la nación ante el golpe de Estado del 23-F.

¿Se acuerdan del éxito de taquilla Hollywoodiense Resacón en las Vegas, cuando un tipo se va con tres amigos a la ciudad del desierto de Las Vegas a celebrar su despedida de soltero y amanecen desastrados todos, con un tigre propiedad de Mike Tyson encerrado en el baño de la habitación sin saber cómo demonios lo ha traído, huyen robando un coche policial y acaban en chirona? Pues la película que está viviendo España va camino de no desmerecer nada a aquel taquillazo, que acaba como acaban todas las comedias: bien para el protagonista... Éste drama nuestro no está tan claro.

Argumento: un Rey que para un golpe de Estado cuarenta años atrás acaba sus días desterrado por su hijo y el Gobierno en la suite de un hotel de Abu Dhabi (Oriente Medio) a 11.000 euros la noche, tras haber cometido presuntamente graves delitos contra la Hacienda de su país; mientras, el hombre que pistola en mano asaltó el Congreso al mando de 200 guardias civiles el 23 de febrero de 1981 y puso en peligro al entonces joven monarca, teniente coronel Antonio Tejero, disfruta de sus últimos años con la familia en su retiro marbellí y aprovecha nuestra proverbial desmemoria para reivindicarse. El mundo al revés.

No, no es un mal sueño, es real y da la medida de la delicada situación del país. Solo había que ver la sobriedad y el tono alicaído con el que Felipe VI pronunció este martes unas breves palabras de recordatorio hacia su padre durante la efeméride en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso, para darse cuenta de que no tenemos cuerpo de fiesta; él -carraspeando cada dos por tres como metáfora de la pesada digestión de los escándalos de su padre- menos que nadie.

Todo el independentismo, incluido el PNV, se ausentó del acto del 23-F; la suma de ese hecho a la actitud exhibida por Podemos debería encender las señales de alarma en el PSOE

Con decir que, de los socios de investidura de Pedro Sánchez, solo acudió al evento Pablo Iglesias, hizo unas declaraciones a los periodistas para volver a marcar distancias con Sánchez, entró, se sentó, no aplaudió ni el discurso de la presidenta de la Cámara, Meritxell Batet, ni el del Rey, y se fue corriendo para evitar fotografías incómodas...

Todo el arco independentista, incluido el PNV, se ausentó en tan señalada ocasión democrática, con comunicado incluido, para dejar patente su rechazo a la monarquía. La suma de ese hecho a la actitud exhibida por Unidas Podemos debería encender las señales de alarma en un partido como el PSOE que, si por algo se ha caracterizado en estos 40 años de democracia, pese a su republicanismo confeso, es por saber distinguir lo esencial de lo accesorio, por defender la institucionalidad “al completo”: el huevo antes que el fuero. La monarquía parlamentaria asumida en la Constitución de 1978 y todo lo que lleva aparejado el denostado Régimen del 78, algo a lo que sus socios no es que no estén dispuestos, es que lo combaten en cuanto tienen ocasión.

Ya puede Pedro Sánchez desgañitarse para recordarnos la obviedad de que ellos y los morados son dos partidos distintos pero dispuestos a cohabitar, que lo vivido este martes en el viejo caserón de la Carrera de San Jerónimo -todo un vicepresidente negándole el aplauso al jefe del Estado, no solo al Rey- tiene difícil justificación; incluso desde el puro interés didáctico, porque el peor mensaje que se puede transmitir a los jóvenes de hoy que no saben quien fue Tejero es “no será tan trascendental” si la fiesta de la democracia acaba con los partidos otra vez a la greña.

Un desencanto brutal

No puede el presidente llamarse a engaño: España padece un desencanto brutal desde que hace una década entró de hoz y coz una grave crisis económica que nos afectó más que a otros. Con dos elementos que lo agravan: el multipartidismo ha traído más ingobernabilidad y vetos mutuos -de esto, Albert Rivera sabe algo-, y una preocupante traslación de la política a la calle desde que en 2017 se manifestara con toda crudeza el problema catalán.

¿Cómo explicar, si no, el peligroso síntoma para la democracia que constituye escuchar a los partidos independentistas llamados a formar gobierno en aquella comunidad, ERC, Junts y las CUP, que el problema es el “modelo policial” de los Mossos d'Esquadra y no los salvajes que les tiran piedras, rompen escaparates y saquean tiendas?

No, lo grave para el PSOE -y para España, en tanto que responsable de su gobierno- no es una discusión más o menos sobre la 'ley trans' o sobre si los alquileres deben tener tope o no, como informaba Vozpópuli este domingo; lo realmente grave es que se instale el clima de impugnacion general de lo que, despectivamente, Podemos y las fuerzas independentistas que lo combaten denominan Régimen del 78.

Una monarquía parlamentaria que, con el hoy vilipendiado Juan Carlos I parando los pies a Tejero y sus secuaces aquella noche del 23-F, acabó convirtiendo los últimos 40 años de España en los más prósperos de su historia. ¿Por qué? porque sacó la política de la calle, donde la querían los ultras de uno y otro lado, y la devolvió al Parlamento. Eso es la normalidad democrática: el aburrimiento... Bendito aburrimiento. Y el que quiera emociones fuertes, ya sabe... Resacón en las Vegas y sus dos secuelas.

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