Opinión

Los acordeonistas de Hamelin

Control policial en Madrid tras decretarse el estado de alarma.

Nuestros dirigentes actuales no entraron en política para enfrentarse a desafíos estructurales. Ellos vinieron a colocarse en un país en el que, con sus virtudes y defectos, las instituciones funcionaban gracias a cierta inercia y al empuje inestimable de la clase media. Convencieron a los ciudadanos de que los problemas que azotan a nuestra nación radican en la desigualdad de género, en transiciones ecológicas, en el lenguaje inclusivo y demás filfas posmodernas. A mí me recuerdan a esos vendedores de crecepelo que ofrecían sus fórmulas magistrales a incautos que no tenían problemas de calvicie. Son a la gobernanza de un país lo que los curanderos a la medicina: un fraude.

La pandemia nos ha propinado un enorme bofetón, porque ha dejado a la intemperie las carencias tanto de nuestros gobernantes como las de nuestro país. Y también las nuestras como ciudadanos. Ellos son un fiel reflejo de la población a la que representan, no somos mejores que nuestros políticos. Alguien tiene que decirlo de una santa vez.

Ese es su único plan económico contra la pandemia: que lo que derrochemos cuando nos dejan salir compense lo que no nos gastamos durante los encierros

Siete meses después de que la primera ola de la pandemia nos golpease con furia, enfrentan la segunda con igual desatino, dando palos de ciego y recurriendo a los confinamientos domiciliarios. En el siglo de la revolución tecnológica y científica, no tienen más estrategia que la misma a la que se recurría en el medievo: las cuarentenas generalizadas, tanto de enfermos como de sanos. Estamos inmersos en lo que yo llamo la estrategia del acordeón: nos encierran a cal y canto en casa para volver a liberarnos de golpe en periodos en los que tradicionalmente se incrementa el consumo, como si el coronavirus hubiera sido un mal sueño. Pasar del todo a la nada. Ya lo hicieron en verano, cuando Pedro Sánchez proclamó que habíamos vencido al virus y nos animó a salir y a disfrutar de la vida. Lo van a hacer en breve, para dejarnos volver a salir en Navidad a que gastemos como si no hubiese un mañana. Es muy triste, pero ese es su único plan económico contra la pandemia: que lo que derrochemos cuando nos dejan salir compense lo que no nos gastamos durante los encierros.

Pero al contrario que aquí, en otros países han entendido que la única manera de que esto funcione es que el Estado indemnice económicamente a quienes tienen que bajar la persiana. Aquí tenemos a ministros y diputados que piensan que el tejido productivo puede vivir del viento, de la paridad de género y de las tecnologías verdes. Desde sus despachos alfombrados no ven lo que sí que vemos quienes estamos en la calle: que las empresas y los autónomos no son números, sino personas. Que su ruina no supone renunciar a una vida de lujos, sino pasar hambre. Estómagos que rugen mientras el ministerio de Igualdad publica guías millonarias sobre el sexismo en los juguetes.

Eslóganes y chorradas

Muchos los siguen justificando, queriendo ver en los encierros masivos la única alternativa sanitaria. Porque son unos inútiles pero son nuestros inútiles. Repetimos lo de “aporta o aparta”, “salimos más fuertes” y todas las demás chorradas motivacionales que nos inculcan porque nos hace sentir mejores personas. Una sociedad del arcoíris, tan buenista como inoperante, ha acabado como tenía que acabar: arruinada y con un Estado de derecho en quiebra por culpa de unos políticos que ven en la ley un enemigo peor que el virus.

El actual estado de alarma semestral no vale para otra cosa que no sea otorgar poderes extraordinarios a Pedro Sánchez, que le permiten limitar nuestros derechos y libertades fundamentales, sin tener ni tan siquiera que contar con la aquiescencia del Congreso. La excusa para aprobarlo fue la de servir como paraguas legal a las CCAA a fin de que pudiesen acordar el toque de queda y confinamientos perimetrales. Pero ambas son mamandurrias biensonantes totalmente ineficaces desde el punto de vista sanitario.

Que un político prohíba algo no quiere decir que transgredir la prohibición determine automáticamente la comisión de un delito. La conducta ha de estar tipificada como tal en el Código Penal

Ahora mismo, los principales focos de contagio los encontramos en el ámbito privado: cerrar bares y restaurantes o limitar sus aforos y horarios sólo ha servido para desplazar las fiestas a domicilios, locales y chalets particulares, con menos controles, ventilación y medidas con las que contaban los negocios. La irresponsabilidad es transversal, no sólo la encontramos en la política ni tiene carnet de partido. Pues bien, por mucho toque de queda que se decrete, ningún policía puede acceder a estos lugares de particulares y dispersar a los asistentes si no es con la autorización de los propietarios o con una orden judicial. A la policía no le queda otra que esperar en la puerta a que los asistentes abandonen el sarao para imponerles una sanción administrativa. Que un político prohíba algo no quiere decir que transgredir la prohibición determine automáticamente la comisión de un delito. La conducta ha de estar tipificada como tal en el Código Penal. Y no se lo van a creer, porque no es lo que oirán en los medios, pero en nuestro país saltarse una cuarentena y acudir a un evento multitudinario no es delito. Siete meses después de la primera ola nuestros diputados no han tenido a bien dotar a las FCSE, fiscales y jueces de herramientas punitivas para que el aislamiento de los positivos por coronavirus se haga efectivo. Ya ven.

Más de lo mismo sucede con los confinamientos perimetrales autonómicos y de grandes ciudades. Son de tan difícil implementación que acaban siendo inoperantes. Las CCAA no pueden instalar puntos de control en todas las entradas y salidas de su territorio, ni la policía detenerse a comprobar las “coartadas” de quienes afirman estar incursos en algunas de las excepciones.

El virus del hambre

Es todo un brindis al sol para que parezca que hacen algo. Que nos prohíban hacer cosas nos transmite autoridad, por muy arbitraria que sea la medida. Algunos parecen estar deseando que nos vuelvan a encerrar, sin pararse a pensar que el virus del hambre puede ser igual o más peligroso que el coronavirus. Olvídense de que también lo hacen en Alemania o Francia, porque allí compensan a los empresarios. Aquí poco menos que los insultan desde algunos escaños.

Si la compensación no es posible, habrá que buscar alternativas a la reclusión domiciliaria generalizada, como la de la contención. Esto implica adoptar medidas que reduzcan progresivamente la incidencia sin parar del todo la actividad económica. Limitar los confinamientos al mínimo indispensable y que sean lo más selectivos posibles, ya sea por zonas o por edades. Necesitamos a políticos que, además de responsables, sean creativos. No necesitamos a más músicos embaucadores que pretendan que los sigamos a un callejón sin salida.

Frente a las caricaturas zafias que se hacen desde la izquierda, la Comunidad de Madrid liderada por Ayuso lo está intentado y los resultados son esperanzadores. Dejemos de una puñetera vez de ponernos palos ideológicos en las ruedas y de seguir cual rebaño a pastores de inanidad. Eso nadie puede hacerlo por nosotros: es nuestra responsabilidad.