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Opinión

De las 169 portadas de 'El País' sobre Camps al “Calvente miente”

Pablo Iglesias

Disimular es importante en las partidas de cartas y en las reuniones en las que alguien afirma que quiere a todos sus hijos por igual. En el periodismo ocurre lo mismo: hay muchos que llevan el llavero de su partido en el bolsillo, pero a nadie le parecería una buena idea que lo enseñara ante la cámara.

Preguntaba el otro día una presentadora de La Sexta a Rafael Mayoral –diputado de Podemos- sobre los motivos que llevan al abogado José Manuel Calvente a mentir sobre la presunta existencia de una 'caja B' en la formación morada y cualquiera podría pensar que daba por supuesto que el letrado no dice la verdad. Alguien podría argumentar que la cuestión estaba planteada con cierta ironía, pero bastaba ver unos minutos de esa tertulia mañanera para cerciorarse del poco disimulo con el que la periodista defendía los intereses del partido morado.

Siempre se ha dicho que los ciudadanos compran el periódico que más se aproxima a su forma de pensar. Quizás porque las crisis existenciales y las revelaciones ideológicas no suelen ser un buen condumio para mojar en el café. O quizás porque nadie tiene la capacidad de ser neutral en política ni condescendiente con el ‘adversario’. Pese a esto, llama la atención que cuando los medios hablan de corrupción apliquen un criterio tan diferente en función del partido al que afecte el pufo en cuestión. En ese caso, se puede decir que existe cierta complicidad con los mangantes o presuntos mangantes que están enrolados las siglas más afines; y al contrario. Así está el patio.

Siempre se ha dicho que los ciudadanos compran el periódico que más se aproxima a su forma de pensar. Quizás porque las crisis existenciales y las revelaciones ideológicas no suelen ser un buen condumio para mojar en el café.

Publicó El País este miércoles una pequeña referencia en su portada a la imputación del partido de Pablo Iglesias.  Era la tercera noticia de la primera página del periódico, que estaba encabezada por el siguiente titular: “Ada Colau se suma a la rebelión de los alcaldes y complica el plan del Gobierno”. Podría decirse que el tema se había quedado antiguo para la edición en papel, pues había saltado el martes por la mañana; sin embargo, un par de horas después de que el periódico Público difundiera la primicia, la noticia sobre este tema figuraba en una posición muy secundaria en Elpaís.com. Blanco y en botella.

Las acusaciones de Calvente pueden ser ciertas o falsas, ya se verá, pero el caso parece lo suficientemente importante –el partido morado está en el Gobierno- como para merecer una posición preferente en la portada del rotativo de Prisa. El cual, por cierto, dedicó 169 veces su primera página al famoso asunto de los trajes de Francisco Camps, del que, por cierto, el expresidente de la Comunidad valenciana fue absuelto.

¿Corrupción? Sólo ellos

Sorprende observar que ningún medio de comunicación sea neutral ante una lacra como la corrupción. La semana pasada, tras la marcha del país de Juan Carlos I, hubo más de uno que salió por peternas y se preguntó el porqué los Pujol todavía no estaban en prisión. En el caso de Podemos, no tardó Pablo Echenique en señalar al emérito para quitar hierro a las acusaciones que caían sobre su partido. Lo mismo hicieron los periodistas más afines a la formación morada. Por alguna razón, siempre se omite toda crítica al amigo. Siempre se señala al otro.

Cualquiera que aprecie los agravios comparativos que los medios y las groupies periodísticas realizan a la hora de referirse a los corruptos podría gritar eso de “¡que muera la inteligencia!”. Ciertamente, no son muchos quienes renuncian a amamantarse en los senos de las formaciones políticas y a configurar sus editoriales en función de sus argumentarios, cosa tan patética como extendida. Por eso, podría decirse que hay unos cuantos que pagan la hipoteca de su segunda casa recitando soflamas en las mesas de la radio y la televisión sin sonrojarse.

Tertulias mañaneras como la de Antonio García Ferreras u otrora la de Jesús Cintora incrementaron sustancialmente su audiencia hace un lustro con la exposición de los casos de corrupción que afectaron a la derecha.

Tertulias mañaneras como la de Antonio García Ferreras u otrora la de Jesús Cintora incrementaron sustancialmente su audiencia hace un lustro con la exposición de los casos de corrupción que afectaron a la derecha. Desde luego, el tiempo de exposición de Gürtel o Púnica fue mucho mayor que el de los ERE de Andalucía, cuando, en todos los casos, los contribuyentes salieron perjudicados. Esta semana, la balanza de uno de esos debates mañaneros se inclinaba descaradamente por Podemos.

Ocurre igual al comparar las crisis del ébola y del coronavirus. La primera apenas si tuvo efecto en España, pero hubo alguno que exigió que rodaran cabezas en el Ejecutivo. La segunda ha destrozado la economía y ha causado miles de muertos y el seguidismo pro-gubernamental ha sido escandaloso. Es cierto que ningún mandatario es culpable de la expansión del nuevo virus; pero es que Pedro Sánchez anunció un plan de contención del virus en las residencias de ancianos cuando habían pasado casi dos semanas de estado de alarma. Y la desescalada fue un absoluto despropósito, pues las diferencias materiales entre la fase 2, la 3 y la 4 apenas si existieron. Por no hablar de la decisión de permitir la apertura de discotecas y bares de noche. Es decir, la gestión ha sido nefasta. Lejos de afear este desastre, los divos de la televisión respaldan al presidente.

Puede ‘La Última Hora!’, el panfleto digital de Dina Bousselham, teorizar sobre la conspiración contra Podemos que han alimentado los grandes prebostes del régimen del 78, pero, en realidad, el tratamiento que los medios de la derecha han hecho sobre sus últimos casos de corrupción no ha sido más exagerado que el que la izquierda –con altavoces de un alcance mucho mayor en televisión y redes sociales- realizó en su día sobre Gürtel o Púnica.

Esto no se trata de periodismo. Se trata de contar lo que el lector quiere escuchar con una dosis de forofismo que no cause demasiada vergüenza ajena. Por eso, el periodismo y la política han pervertido absolutamente todo lo que nos rodea. Cuán felices seríamos todos sin los mal llamados líderes de opinión.

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