Quantcast

Opinión

La página negra de Puigdemont

Santos Cerdán (1i) y Carles Puigdemont (c) debaten sobre la amnistía.
Santos Cerdán (1i) y Carles Puigdemont (c) debaten sobre la amnistía. PSOE / POOL

El nacionalismo catalán y su corolario lógico, el separatismo, se caracterizan por su proverbial victimismo y su autoproclamada irresponsabilidad ante el mundo. Todo lo malo que ocurre en Cataluña -en la Cataluña que los nacionalistas llevan más de cuatro décadas gobernando- es culpa de los demás, sobre todo de Madrid, ese ente abstracto y maléfico causante de todos los males de Cataluña.

Ni que decir tiene que ese discurso pueril que trata a la sociedad catalana como si fuera un párvulo está en la base de la decadencia de Cataluña, que desde 1980 ha pasado de ser la indiscutible locomotora económica y cultural de España -con un PIB muy por encima del de la Comunidad de Madrid- a verse ampliamente superada por Madrid en términos absolutos y, también, por el País Vasco y Navarra en PIB per cápita.

Cataluña, mi tierra, acumula en los últimos años récords negativos en ámbitos tan importantes para el progreso de una sociedad como la educación -véase el desastre del informe PISA- o las listas de espera en Sanidad, por no hablar de la calamitosa gestión del agua que recrudece sobremanera los efectos de la ya de por sí severa sequía.

Cataluña se haya convertido, bajo la férula del separatismo, en un lugar cada vez más inhóspito para el ciudadano que aspira a algo tan básico como vivir en libertad

El relato fatalista

Sin embargo, semejante declive parece no tener fondo, porque la omnímoda hegemonía del nacionalismo en Cataluña ha resultado, en general, en una opinión pública anestesiada que blinda frente a la crítica a los responsables del destrozo. Y no solo eso, sino que además atrofia la iniciativa individual de quienes se acomodan al relato fatalista del nacionalismo y, a menudo, empuja a quienes se resisten a asumirlo a abandonar Cataluña en pos de un entorno políticamente estable y jurídicamente seguro. Madrid está lleno de catalanes exitosos que, sin renegar en absoluto de su catalanidad, lamentan que Cataluña se haya convertido, bajo la férula del separatismo, en un lugar cada vez más inhóspito para el ciudadano que aspira a algo tan básico como vivir en libertad y en pie de igualdad con el resto de los españoles.

Con todo, siempre he creído que el futuro no está escrito y que Cataluña no está fatalmente destinada a fundirse al calor de la propaganda hispanófoba del nacionalismo, sino que es posible revertir la decadencia y recuperar el prestigio de Cataluña en el conjunto de España y en el mundo. Cataluña puede volver a ser locomotora de España si los catalanes somos capaces de renovar la idea orteguiana de España como proyecto sugestivo de vida en común.

La España caciquil

Pero, para ello, lo primero que hay que hacer es dejar de tratar a los políticos nacionalistas como a niños consentidos a los que, en última instancia, siempre se les acaba dando la razón para que no se enfaden y rompan la baraja. Así solo se prolonga la caída. Cataluña no recuperará su esplendor con el Gobierno de España sometiéndose al chantaje de quienes nos han traído hasta aquí, sino precisamente pasando definitivamente la página de Puigdemont, la más negra -por decirlo en palabras preelectorales de Sánchez- de la historia reciente de Cataluña, tanto más ominosa cuanto más sabemos de sus relaciones con la Rusia de Putin.

Yo reivindico el derecho de todos los españoles a gritar ¡Viva Cataluña! en favor de una Cataluña diferente de la Cataluña decadente del separatismo

Con ese objetivo trabajamos los diputados catalanes del PP en el Congreso, codo a codo con nuestros compañeros en el Parlament y en el Parlamento Europeo. Así, igual que Joan Maragall reivindicaba su derecho a gritar con entusiasmo Visca Espanya! en aras de una España diferente a la España caciquil de principios del siglo XX, yo reivindico el derecho de todos los españoles a gritar ¡Viva Cataluña! en favor de una Cataluña diferente de la Cataluña decadente del separatismo. Lo dicho: Visca Espanya! y ¡Viva Cataluña!, que, mal que le pese a Sánchez, es mucho más que Puigdemont, Junqueras y compañía.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.

  • C
    Catalanlan

    Yo soy catalán y vivo en Cataluña. Vivo con tristeza el declive de una sociedad que fue impulsora del desarrollo empresarial y económico de España. Y no veo final a la decadencia. El nacionalismo catalán tiene un lastre del que no sabrá librarse jamás y es su lengua. El catalán es para ellos un tótem por encima de la razón. Tengo amigos independentistas que son conscientes de que esa línea política ha sido nefasta para la sociedad, pero ese pensamiento racional, que podría llevarles a rectificar políticamente, siempre se topa con el peligro de desaparición, con la necesidad de protección del catalán, y ahí ya no caben argumentos de libertad de uso de cada uno, del gasto exorbitado de TV3, del desastre que supone para los niños castellanohablantes la inmersión (PISA), etc. Ahí se termina la conversación racional y se imponen los sentimientos, y así, sin racionalismo, no hay posibilidad de dar un volantazo que dé la vuelta a la situación. No tengo esperanza ya. No hay nada que hacer.

    • J
      Joanet

      Eso que usted dice de la decadencia actual de Cataluña "una sociedad que fue impulsora del desarrollo empresarial y económico de España" lo vengo escuchando por lo menos desde hace cincuenta años.