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Opinión

De la moral del éxito a la moral progre

El esfuerzo y el sacrificio, así como eran pilares de la generación anterior, la que reconstruye España durante el franquismo, dejan de enseñarse en la Transición

De la moral del éxito a la moral progre
Luis Rosales junto a Paco Umbral. Europa Press

Antes nos inculcaban una moral del éxito, y qué menos que aprendamos esta moral adecuadamente. Algunos tuvimos esa suerte. La educación era estricta y severa, eso sí. Yo me he pasado toda la infancia castigada por hablar, con el de delante, el de detrás y el compañero de pupitre. Una vez la directora, que nos daba clase de Lengua, me gritó: “¡Calla, loro!”. Tuve suerte de que se ocuparan de mi incontinencia verbal porque era una cosa agotadora.

Me he acordado de esto leyendo a Umbral, que advierte que con la LOGSE promovida por Felipe y los felipistas ya no se enseña correctamente la moral del éxito. “No se llega a ser nada en esta vida, ni a Mario Conde ni siquiera a Francisco Umbral (lo digo porque los viejos troncos resentidos, con más talento que yo, pero menos voluntad, me llaman yuppie de las letras) sin un gran esfuerzo sostenido”, dice Umbral.

Y añade: “La socialdemocracia de derechas y el socialcapitalismo felipista han dado unas mocedades que quieren triunfar ya mismo, pronto y fácil”. El socialfelipismo creó la moral del éxito, sin embargo el esfuerzo y el sacrificio, así como eran pilares de la generación anterior, la que reconstruye España durante el franquismo, dejan de enseñarse en la transición.

La educación socioemocional y las habilidades sustituyen al conocimiento; los pedagogos son los nuevos curillas o prescriptores morales

Umbrales dice que la vieja tesis progre de la enseñanza lúdica, fácil y juguetona no conduce a nada y habla del resentimiento previo a llegar a ser nada en la vida, es el que hace que muchos ni intenten hacer un mínimo esfuerzo. Pero lo que no imaginó, claro, es que la izquierda iría mutando la moral del éxito hacia la moral progre. Recapitulemos. Lo que ocurre ahora es que el éxito se basa en la asimilación de la moral de la izquierda. La educación socioemocional y las habilidades sustituyen al conocimiento; los pedagogos son los nuevos curillas o prescriptores morales.

España hacía posible, cada siglo, un Mario Conde o un Paco Umbral. Ahora, desde que los logsianos cambiaron los pilares de la educación, se acabó el esfuerzo sostenido, y el siguiente paso natural era cambiar la moral del éxito por la superioridad moral. Hoy, el cinismo ambiental progre ha llegado a ser la ecología moral y política que sustituye al esfuerzo, o sea hincar codos.

Esa dosis de dopamina y narcisismo la otorgan, entre otras cosas, la suscripción a todos los -ismos (animalismo, feminismo, ecologismo, comunismo…)

Este es el principal requisito para ascender, por lo tanto nuestras élites son, ante todo, prescriptores morales. El cambio de la educación ha ido acompañado de una transformación de nuestras élites. Es curioso ver cómo ya no es de la riqueza ni del éxito profesional de lo que presumen, sino que hacen ostentación moral. Esa dosis de dopamina y narcisismo la otorgan, entre otras cosas, la suscripción a todos los -ismos (animalismo, feminismo, ecologismo, comunismo…). Y cuando lleguen a los puestos de poder, no lo duden, pondrán en práctica sus doctrinas pero ay, solo para los demás, que en el fondo a ellos secretamente les va el lujo y el dinerito fresco. En España tenemos un problema de educación que ya viene siendo un problema de élites y que se traduce en una tomadura de pelo a los ciudadanos.

Lo que viene, amigos, es una España arruinada, de chabolas en la Castellana y antiguas marquesas sollozando en el supermercado, con su cartilla de racionamiento. Largas colas en las gasolineras. Los estudios de interseccionalidad no pueden comerse, y tampoco dan de comer. Lo mismo ocurre con la educación socioemocional y la empatía. De la educación pública ya no sale ni un Mario Conde ni un Paco Umbral, pero además, si preguntamos a la chavalada de cualquier universidad española quiénes son estos dos señores, muy pocos sabrían contestarnos.

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