Opinión

Marañón y las élites líquidas

Gregorio Marañón junto a la ministra Nadia Calviño
Gregorio Marañón junto a la ministra Nadia Calviño Europa Press

Ha perpetrado Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, hijo de su padre y nieto de aquel Doctor Marañón que alcanzó fama de gloria nacional a mediados del siglo pasado junto a figuras como Ortega, Ayala y otros, casi todos encantados con la II República y pronto desencantados, una entrevista en el diario El Mundo que ha pasado casi desapercibida en la batahola de desgracias patrias, pero que merece una revisión a fondo por demostrativa de las miserias morales de una cierta élite madrileña, más que española, club de señoritos del foro que han parasitado cualquier intento serio de sociedad civil con capacidad para influir, en un sentido democrático, sobre el poder político porque, sencillamente, no han sido nunca más que un apéndice de ese poder. Un tipo curioso este Gregorio de fina estampa, más conocido en los ambientes madrileños como "Gregorito" Marañón, hombre discreto siempre en la sombra, modelo de perfecto condotiero cínico y falso al servicio de un amo, que en el momento más bajo del ciclo político de Pedro Sánchez, cuando amenaza tormenta perfecta sobre el entramado vital del buscavidas, viene a declararse su más rendido admirador, el fiel “servant”, el intelectual orgánico dispuesto a sacrificar su prestigio, si lo tuviera, en el mercadillo de baratijas peronistas que el sujeto ha instalado en la Moncloa. ¿Supremo acto de arrogancia, o llamativa pérdida de ese instinto básico que le ha mantenido a flote en la sociedad madrileña durante cinco décadas?

Porque Gregorito resume muchas décadas de vida española desde lo más alto de la pirámide social. Nieto de su abuelo e hijo de Gregorio Marañón Moya, un diplomático, franquista convencido, a quien el general no sabía cómo quitarse de encima (“Pero dígame una cosa, Marañón, ¿usted dónde trabaja?” le espetó un día, anécdota muy celebrada en los mentideros del régimen), el niño Gregorio salió peor persona que el padre pero mucho más inteligente, y sobre todo salió “progre”, circunstancia directamente relacionada con aquel polo de influencia que en su vida fue el Banco Urquijo, la fuente donde abrevaba lo más granado de la “intelligentsia” patria en los sesenta y setenta del siglo pasado, banco en el que el citado se desempeñó como director general entre 1975 y 1983. Mucho antes, ya bajo la dirección de Juan Lladó, el Urquijo se había convertido “en el primer banco industrial, en el mayor grupo empresarial privado y en la institución económica de mayor nivel intelectual y proyección internacional de España” (Núria Puig y Eugenio Torres. “Banco Urquijo: un banco con historia”). Una entidad financiera donde los negocios caminaban del brazo de una política cultural (gente nada sospechosa como Zubiri o Carande encontraron un hueco en el Urquijo de la mano de Lladó) convertida en rara avis en el desierto que España era entonces en la materia. Gregorio contacta en el banco con Jaime Carvajal y Urquijo, sucesor de Lladó en la presidencia e íntimo amigo del todavía príncipe Juan Carlos, con quien compartió pupitre en Las Jarillas, un Juan Carlos I que poco después haría marqués de Marañón al padre de Gregorito.

Pero, Señor –le espetó alguien en Zarzuela-, eso de que pretendáis honrar al padre haciendo marqués al hijo suena un poco raro. Y el Rey sonríe, se encoge de hombros y musita

-Pues sí, suena raro, pero me lo ha pedido Jesús Polanco.

Porque ya para entonces Marañón y Bertrán de Lis había contactado con el que sería segundo gran pilar de su vida, ascensor imparable al cielo de la nomenklatura madrileña de la que el sujeto no se ha apeado nunca. Ocurrió que en la cartera del Urquijo figuraba una pequeña participación en la Cadena SER de radio, paquete que Gregorio se apresuró a poner por cuatro perras en manos de Polanco y el grupo Prisa. Del editor fue Gregorito auténtico escudero, el hombre de los recados que requerían de un embajador de cierta altura capaz de despejar dificultades ante políticos y financieros, pero también el tipo dispuesto a coordinar las operaciones más sucias (caso de la expulsión de la carrera judicial de Javier Gómez de Liaño tras el escándalo Sogecable) y de deslizar las peores amenazas.

-Oye, Fulano, traigo un recado del jefe. Tienes que vender tus acciones en Prisa.

-Y eso ¿por qué?

-Porque Jesús me lo ha pedido. Por lo visto eres amigo de algún periodista que está haciendo daño a esta casa.

-Pero qué me estás diciendo, Gregorio, somos amigos desde la infancia, siempre juntos, ¿cómo me puedes pedir que venda las cuatro acciones que tengo?  

-No te quiere dentro, y no creo que te convenga tenerlo como enemigo.

-¿Pues sabes lo que te digo? Que no las voy a vender.

-Pues atente a las consecuencias.

Y cuando Felipe González le ofrece ser ministro de Cultura, “Jesús del Gran Poder” le reprende despectivo, para qué necesitas tú ser ministro, Gregorio, si lo tienes todo en el grupo, todo a mi lado, y en efecto Gregorio rechaza la cartera porque él ya desfilaba en la cofradía del papa Polanco, un Gobierno dentro de otro Gobierno, tanto o más poderoso que el que presidía Felipe en la España de la transición. Gregorio lo ha sido casi todo en el grupo Prisa, aunque quizá no lo que algún día soñó ser, nada menos que sucesor de Polanco al frente del grupo tras la muerte del tycoon, desplazando a un Cebrián que se creía en posesión de todos los derechos, aspiración de la que le disuadió su gran amigo Matías Cortés (“Jesús nunca dio un paso sin consulta previa a Gregorio y Matías”), probablemente uno de los tipos más malos, más listos y más mordaces que han desfilado por la escena madrileña.    

El Urquijo, el grupo Prisa y, naturalmente, el PSOE. El trípode sobre el que ha basculado la singladura vital de Gregorito Marañón

El Urquijo, el grupo Prisa y, naturalmente, el PSOE. El trípode sobre el que ha basculado la singladura vital de Gregorito Marañón. Responde el sujeto a la periodista Leyre Iglesias en El Mundo que el PSOE de Sánchez “es un partido socialdemócrata con un liderazgo muy fuerte”, liderazgo deslumbrante, en su opinión, porque “Pedro Sánchez ha sido el primer español que asume la presidencia de la Internacional Socialista”. Mucho más grave, mas lacerante por falso, es el intento de justificar las políticas puestas en marcha, las tropelías cometidas por Sánchez y su banda, con el argumento de “La incomprensible negativa de Albert Rivera a Pedro Sánchez” [a formar Gobierno, se entiende], un Sánchez que jamás deslizó, que se sepa, oferta alguna de coalición al líder de Cs, de donde se colige que el culpable de que el buscavidas que nos preside se haya echado al monte de la radicalidad con comunistas, separatistas y filoetarras no es ni más ni menos que Rivera. Y ahí tenemos al II marqués de Marañón formando parte de esa masa de votantes que, a pesar de lo ocurrido desde 2018 a esta parte, no solo disculpa los desafueros cometidos por Sánchez contra la Constitución, sino que le considera una pobre víctima de la intrínseca maldad de la “extrema derecha y la derecha extrema”.

Es difícil encontrar en Madrid alguien que hable bien de Gregorito Marañón, pero es todavía más difícil que alguien le critique en público, o hable mal de él en los medios, auténtico milagro, prodigio del silencio cómplice de tantos. El genio del personaje se asienta sobre los cimientos de una humildad impostada que le lleva a mantenerse siempre callado, a no manifestarse, no significarse, vistoso mascarón presente en todo tipo de saraos, porque Gregorito da lustre, Gregorio siempre sonríe y mira, sonríe y calla, jamás arriesga, jamás enseña la patita, posicionamiento pedestre que le ha elevado a la categoría de “hombre de consenso”, la basura del “consenso”, ese artificio retórico sobre el que bascula, cual arbotante huero, la ausencia de compromiso, el silencio cómplice, el miedo a hablar, a criticar a quien maneja el ovillo, a decir la pura verdad, que toda potencial virtud cívica ha sido aquí sacrificada en el altar del favor mutuo, del hoy por ti mañana por mí, del “me debes una”, arrabal ideológico que desembocada en el cul de sac de una sociedad civil inexistente, la asquerosa buena sociedad (¿suciedad?) madrileña, que no española, de la que el susodicho es eximio representante. Casi 81 años mirando por encima del hombro a la mayoría, pero lamiendo el trasero a los realmente poderosos. Y hay muchos “Gregoritos” en Madrid, montones, hombres y mujeres, gentes que ocupan posiciones de algún relumbrón no para servir al cargo, sino para servirse del mismo. Gente que vive del tráfico de influencias, del cobro de comisiones, tipos oscuros con alma de delincuentes que han hecho mucho daño al ecosistema madrileño y, en consecuencia, al español, a la urdimbre de esa España carente de una sociedad civil valiente a fuer de democrática, capaz de actuar de contrapeso frente a los excesos de un poder hoy concentrado en el piernas que maneja el BOE.      

Es difícil encontrar en Madrid alguien que hable bien de Gregorito Marañón, pero es todavía más difícil que alguien le critique en público, o hable mal de él en los medios, auténtico milagro, prodigio del silencio cómplice de tantos

Y como hombre de “consenso” que es, Gregorito quiere arreglar “lo de Cataluña” con más pleitesía al nacionalismo. Más consenso, más cesiones, más dinero. Dice el personaje en El Mundo que “La situación catalana está mejor hoy que cuando terminó el mandato de Rajoy”, y que “la transferencia de la educación fue un error capital que Aznar hizo para poder gobernar. Cuando se le critica tanto a Sánchez, yo creo que sus concesiones no son más graves que las de Aznar”, afirmaciones que casi rozan lo obsceno porque Aznar no indultó a los condenados del “procés”, no abolió el delito de sedición y no se encamó, que se sepa, con los herederos del tiro en la nuca. Y tan culpable como Aznar, Rajoy, según él, porque “Rajoy no quiso sentarse con Mas. Yo creo que eso marcó un punto y aparte, que precipitó la fuga de Mas y sus consecuencias”. La fuga de Mas hacia la independencia, se entiende. De modo que nada de aplicar la ley o, si se quiere, hacer cumplir la Constitución en Cataluña, principio que cualquier Gobierno decente debería utilizar como exclusiva aguja de marear. Gregorito, como tantos otros, es partidario de seguir negociando, de seguir regando al nacionalismo con pasta para que un siglo de estos nos quiera un poquito. “Habrá que pactar qué cierre se le puede dar al tema de Cataluña y del País Vasco dentro del Estado. Ese cierre debe pactarse primero entre PSOE y PP, y luego con los propios partidos nacionalistas periféricos”. Entiendo que se trata de ofrecerles una mayor autonomía, inquiere la periodista, a lo que el pibe responde: “Cataluña pide un Concierto. Pero, claro, un Concierto solo se puede pactar con Cataluña si se resuelve el problema de una manera definitiva”. La distancia que separa la risa del llanto. La desesperación que producen las conductas de tanto traidor acomplejado ante el separatismo.

Gregorio, tan fino, tan sutil, tan elegante, tan enemigo de ese “olor a ajo” que desprende el PP, no le hace ascos, sin embargo, a practicar con el PP ese arte llamado tráfico de influencias del que es especialista. En 2014, pleno Gobierno Rajoy, tuvo lugar la celebración del IV centenario de la muerte del Greco, acontecimiento para el que don Gregorio, toda una autoridad en Toledo, dictó órdenes directas a Moncloa sobre qué hacer, cuándo y con quién. “Todo lo que él dijo se hizo realidad”. Se hizo mucho más y de peor calidad, porque el personaje llamaba a Presidencia con todo tipo de recomendaciones para colocar amigos en puestos, cargos y sinecuras varias. “Oye, que tengo un nombre para que pongáis en Patrimonio”, y así fue como un amigo de Gregorito Marañón ocupó la presidencia de Patrimonio Nacional. Por citar solo un caso.   

Sostiene Gregorio que “personalmente creo que todo lo que se pacta es bueno para la convivencia” (sic), sobre todo para el negociador, en general, y para su bolsillo, en particular. El triunfo de esa portentosa amoralidad que ha enseñoreado Madrid durante la transición. En los últimos años, el señorito se ha hecho fuerte en el Teatro Real (TR), la mayor institución cultural española, como presidente del Patronato de su Fundación. Entrar en la página web del TR es un ejercicio de masoquismo o, si se quiere, una exaltación de lo absurdo, porque uno se tropieza, en una escala que va de más a menos a la hora de soltarle la guita a don Gregorio, con “mecenas principales”, “mecenas”, “patrocinadores”, “colaboradores”, “benefactores”, “grupos de comunicación”. “¿Todavía no eres amigo del Teatro Real”, pregunta Gregorio desde el backstage. Y en el apartado “órganos de Gobierno” encontramos el Patronato, los Patronos natos, los Patronos, los Patronos de honor, la Comisión Ejecutiva, el “Consejo Asesor” (“personalidades de reconocido prestigio”) que preside Antonio Muñoz Molina, el “Círculo Diplomático” plagado de embajadores, el “Consejo Internacional” con otros tropecientos miembros, la “Junta de Amigos”, más de lo mismo… ¿Todavía no eres amigo del Teatro Real?, vuelve a resonar la voz atiplada de Gregorito. Porque si no estás en alguno de esos renglones en los que tiene cabida media España y parte del extranjero, es que no eres nadie, querido amigo, eres un piernas que no ha merecido la atención de Marañón y del fastuoso tinglado por él montado en torno al Real, un montaje, nunca mejor dicho, capaz de avergonzar a cualquier gerente dispuesto a manejarse con criterios de racionalidad y sentido común.

Dicen que Marañón y Bertrán de Lis no tiene sueldo asignado en el TR, pero cabe suponer que no lo necesita. El Teatro es su plataforma, su cortijo, su “cigarral” desde el que “el jurista, empresario y académico” hace negocios, vende influencias y trafica con la amistad (y la enemistad también)

Dicen que Marañón y Bertrán de Lis no tiene sueldo asignado en el TR, pero cabe suponer que no lo necesita. El Teatro es su plataforma, su cortijo, su “cigarral” desde el que “el jurista, empresario y académico” hace negocios, vende influencias y trafica con la amistad (y la enemistad también). Y luego están los gastos de representación que dan mucho de sí, escandalosamente de sí, según fuentes del propio TR, gastos que sería necesario auditar con cierta meticulosidad para evitar agujeros como el que el Gobierno Rajoy se encontró con la Fundación Ortega, que también preside, como preside un buen número de empresas y negocios. Marañón, que acusa a Alfonso Guerra de “estar fuera de su tiempo” por negar a Sánchez, afirma que “es un acierto para nuestra democracia que estas personas [de EH Bildu], en vez de estar en sus posiciones anteriores, estén hoy transitando por las sendas de nuestra democracia”. Que se lo digan a las víctimas de ETA o a los vascos que huyeron del terror etarra al resto de España, y les pregunten si estarían dispuestos a volver a su tierra ahora que los terroristas “están transitando por las sendas de nuestra democracia”. Parodiando a Zygmunt Bauman, el sociólogo, filósofo y ensayista polaco que acuñó el concepto de “modernidad líquida” (también el de “sociedad líquida”), cabría decir que Gregorio Marañón, sanchista de pro, es el prototipo de esas “elites líquidas” españolas (“la ley debe adecuarse a las circunstancias históricas de cada momento”) vendidas al mejor postor, que han traicionado a este país para alimentar su vanidad y engordar su bolsillo, y en gran parte son responsables de la situación pavorosa que hoy ofrece nuestra democracia.