El objeto de esta serie de artículos es facilitar la comprensión de algunos principios económicos fundamentales a quienes estén interesados en adquirir o mejorar sus conocimientos de economía. Aunque me atrevo a pensar que su lectura no resultará del todo inútil para muchos profesionales del gremio, están primordialmente dirigidos a quienes no tienen una educación formal en economía o a quienes la tuvieron pero la han olvidado. A tal fin y para favorecer todo lo posible su lectura, se evitan los tecnicismos y las citas de autores u obras de referencia. Igualmente, se ha intentado que cada lección sea lo más concisa posible para captar la esencia del principio correspondiente. Aunque las lecciones son complementarias son también autocontenidas, de manera que la lectura de cualquiera de ellas no exija la de ninguna otra. Haría una publicidad engañosa si dijera que la comprensión de estos principios basta para descifrar las causas y remedios de nuestros problemas económicos, pero no falto a la verdad si afirmo que su conocimiento es imprescindible para no errar en la diagnosis y el tratamiento de los mismos. Las lecciones abordarán, por este orden, los precios, el empresario y los beneficios, el capital, el empleo y los salarios y el dinero.
La opinión popular considera a los precios como meras magnitudes monetarias, como una medida de lo que cuesta adquirir esto o lo otro. Esta opinión es indudablemente correcta pero, para el economista, es sólo una base de partida. Desde el punto de vista económico, el atributo fundamental de los precios determinados por el libre juego de la oferta y la demanda en los mercados es la información que transmiten. Desde esta perspectiva, esas magnitudes monetarias constituyen una potente maquinaria informativa que desempeña una función esencial para que la sociedad alcance las mayores cotas de bienestar posibles a partir de los recursos disponibles en cada momento. Huelga decir que esta característica esencial de los precios no es aplicable a los países con economías planificadas (como Corea del Norte o Cuba) o fuertemente intervenidas en las que la mayoría de los precios se fijan por algún organismo gubernamental.
Las economías desarrolladas se rigen por el principio de la soberanía del consumidor y el de la libre empresa, esto es, por la libertad del individuo para decidir, dentro de sus posibilidades, qué y cuánto consumir, qué empresas crear (o cerrar) y qué recursos productivos contratar, así como cuánto y qué producir. El sistema de precios es al mismo tiempo el resultado y la guía de esas decisiones. Es un sistema de comunicación que minimiza y concentra en sí mismo la información necesaria para que los recursos productivos se orienten a satisfacer los deseos de los consumidores en la mayor medida y al menor coste posible.
Precios, soberanía del consumidor y libre empresa
Los precios de mercado reflejan juicios humanos sobre necesidades o deseos; nos informan sobre las prioridades de la suma de personas de la sociedad para satisfacer unas necesidades antes o en mayor medida que otras, así como sobre la disponibilidad de recursos para cubrirlas en una u otra medida. El sistema de precios de una economía de mercado, por tanto, se puede concebir como un sistema de comunicación que transmite información a los empresarios sobre las preferencias de consumo del conjunto de la sociedad, así como sobre los costes de los recursos necesarios para cubrirlas, y a los consumidores sobre el coste relativo de satisfacerlas en mayor o menor medida. Igualmente, a los trabajadores y propietarios de otros recursos productivos les informa sobre las profesiones, sectores y empresas en los que sus recursos son más o menos valorados.
Los empresarios se aventurarán a incurrir en mayores o menores costes para producir unas cosas u otras según estimen que sea el precio que los demandantes estén dispuestos a pagar por las mismas y la cantidad que calculen que puedan vender a ese precio. Nótese que esto implica que las valoraciones subjetivas de los individuos sobre sus deseos y necesidades, sus preferencias de consumo, determinan en última instancia los precios de los bienes intermedios y de los servicios productivos (salarios, materias primas, rentas o servicios del capital) que se requieren para producir las cosas que conforman esas preferencias. Si se produce algo que no se demanda, el precio será cero por muy elevados que sean la cantidad de trabajo o de capital u otros costes en los que se haya incurrido para producirlo. El empresario y la actividad empresarial apoyada en el sistema de precios son la clave de bóveda de la economía de mercado, reasignando constantemente los recursos productivos desde la producción de bienes cuyos precios son inferiores o insuficientemente superiores a los de dichos recursos hacia la de otros donde los márgenes son mejores. El éxito empresarial descansa en la capacidad de anticipar correctamente esas diferencias y las cantidades que puede vender a esos precios, así como en su disponibilidad para afrontar los riesgos inherentes a operar sobre la base de dichas estimaciones, siempre plagadas de incertidumbre. La ley de pérdidas y ganancias de la economía de mercado premiará a los empresarios que acierten con estos cálculos y penalizará a los otros, asegurando así la tendencia a la concordancia entre la producción y la demanda. El empresario y la libre acción empresarial, actuando sobre la base del sistema de precios, pues, son el garante de que no exista una crónica abundancia de bienes que no se desean ni una crónica escasez de bienes que se necesitan, situaciones ambas que caracterizan las economías sin libre empresa o fuertemente intervenidas.
Interdepencias de los precios
Todos los precios de la economía están interrelacionados entre sí en un grado u otro. El precio de un bien de consumo determinado está relacionado con los precios de los bienes y servicios productivos necesarios para producirlo, y lo está también con los precios de otros bienes de consumo que sean sustitutivos o complementarios del mismo. Hay así conexiones horizontales y verticales entre los precios. Expresado de otra forma, el sistema de precios se puede concebir como una vasta tabla de doble entrada en la cual las columnas recogerían el precio de cada uno de los precios de los bienes y servicios de consumo registrados en un momento determinado, y las filas los precios de todos los inputs — materias primas, bienes intermedios, servicios del trabajo y del capital,etc— utilizados directa o indirectamente en la producción de los primeros. Una tabla cuyos valores están cambiando continuamente, tanto horizontal como verticalmente, al aliento de desplazamientos de la demanda de unos bienes de consumo a otros y de cambios en los precios de los input productivos o en la eficiencia relativa con la que dichos inputs se usan en las diferentes líneas de producción.
Los cambios en los precios de consumo ocasionan movimientos de recursos productivos hacia los bienes cuya demanda ha aumentado e inducen, por ende, presiones al alza en los precios de los inputs que se usan con relativamente mayor intensidad en la producción de estos bienes. Y a la inversa, los aumentos del precio de unos u otros inputs inducen presiones al alza en los precios de los bienes de consumo cuya producción utiliza más intensamente esos inputs. Así, el sistema de precios, a través de estos continuos movimientos, informa la actividad empresarial e indirectamente dirige los recursos hacia los usos que mejor satisfacen la demanda de bienes y servicios de consumo del conjunto de la sociedad y que la satisfacen al menor coste posible a partir de los recursos productivos y la tecnología existente. La tecnología misma se modifica y avanza sobre la base informativa del sistema de precios, buscando métodos para ampliar o sustituir los recursos más escasos y caros, aumentar la eficiencia de los procesos de producción y abaratar en última instancia los precios de consumo, así como desarrollando nuevos bienes o servicios de consumo que satisfacen mejor y en mayor medida las necesidades y deseos de la sociedad.
Se reduce la demanda de los trabajadores más vulnerables con salarios en el entorno del salario mínimo, ya sea disminuyendo sus horas de trabajo o aumentando la volatilidad del empleo, y se incrementan los precios de los bienes y servicios intensivos en la utilización de trabajadores beneficiados por la subida del salario mínimo
Las conexiones horizontales y verticales del sistema de precios nos advierten de consecuencias frecuentemente ignoradas de las intervenciones para controlar los precios de mercado. Cuando se fija un tope al precio de un bien de consumo situándolo significativamente por debajo del precio de libre mercado, la bajada reverbera verticalmente sobre los precios de todos los inputs que directa o indirectamente participan en la producción de ese bien y horizontalmente sobre los precios de los bienes que son complementarios o sustitutos de ese bien. La primera cadena de reacciones, que lleva a reducciones no sólo de la oferta del bien cuyo precio se ha intervenido sino también de la oferta de los recursos productivos y bienes intermedios utilizados en la producción de dicho bien, es la más importante cuantitativamente. Así sucede que cuando, por ejemplo, se topan por periodos prolongados los precios de bienes como la vivienda, los alimentos o la electricidad se desemboca en una situación de escasez más aguda y permanente que la preexistente. No sólo se reduce la oferta del bien con precio topado sino también la de los inputs productivos que participan en su producción respecto a la que existiría en ausencia de dicha intervención. Lo mismo ocurre cuando se fijan precios mínimos por encima del precio de mercado, como es el caso de los salarios mínimos. Se reduce la demanda de los trabajadores más vulnerables con salarios en el entorno del salario mínimo, ya sea disminuyendo sus horas de trabajo o aumentando la volatilidad del empleo, y se incrementan los precios de los bienes y servicios intensivos en la utilización de trabajadores beneficiados por la subida del salario mínimo. Este incremento de precios reduce la demanda de estos bienes o alienta la adopción de métodos de producción encaminados a sustituir trabajadores poco cualificados por bienes de capital.
Inevitablemente, los precios siempre parecerán altos o insuficientemente bajos a los compradores del producto y bajos o insuficientemente altos a los vendedores, pero son los mejores posibles para unos y otros dadas las condiciones de la oferta y la demanda en los mercados correspondientes Evidentemente, puede haber situaciones límite como es el caso de la vivienda en la actualidad. Lo adecuado en este caso es actuar consistentemente sobre las causas de la escasez de oferta. Las intervenciones del sistema de precios, en este y en otros casos, son literalmente reacciones de matar al mensajero, al portador de una información preocupante, que no sólo no resuelven sino que agravan el problema subyacente.
Las críticas
Ciertamente, la maquinaria informativa del sistema de precios no está exenta de fricciones. Es imperfecta como lo es cualquier creación humana. En muchos mercados los precios son volátiles y se tarda en discernir tendencias, en descifrar si los movimientos de precios son pasajeros o permanentes. En otros, los precios son viscosos y tardan en reaccionar a los cambios estructurales de la oferta o la demanda. También hay mercados, menos de los que se piensa, en los que el poder de fijación de precios por parte de algunas empresas o de propietarios de factores productivos puede situar el precio por encima del nivel más eficiente posible. Muchos de estos casos son imputables a la impredecibilidad del futuro, a la incertidumbre irreductible de la vida y a las limitaciones insalvables del conocimiento humano. Los últimos casos citados, sin embargo, suelen obedecer frecuentemente a regulaciones de un tipo u otro que obstaculizan la entrada de nuevos oferentes en el mercado.
El ataque marxista tachando a los precios de libre mercado como injustos e inmorales por ser el vehículo de la explotación de los trabajadores se desmontó desde sus inicios por la teoría económica y se ha desmoronado estrepitosamente por la experiencia práctica de las sociedades que adoptaron este ideario
Es innegable que existen circunstancias, por ejemplo los grandes eventos deportivos o el concierto de artistas muy populares o la situación creada en alguna localidad por accidentes de la naturaleza, en las que la demanda de los bienes o servicios correspondientes supera con creces la oferta y el precio de mercado alcanza niveles prohibitivos para muchos. Son casos en los que frecuentemente se sustituye el mecanismo del precio por el racionamiento de un tipo u otro para asignar la oferta disponible, ya sean las colas (al primero que llega es al primero que se sirve hasta que se agotan las existencias del bien), los sorteos, etc. Estos métodos, sin embargo, además de hacer igualmente prohibitivo el acceso a los bienes o servicios para otros muchos, tienen en la mayoría de casos distintos de los eventos (que constituyen una oferta fija y puntual) el inconveniente de que reducen o cuando menos limitan severamente el aumento de la oferta. En todo caso, algunos precios, en algunos periodos, están dominados por los compradores y otros por los vendedores y en todo momento parecen altos o bajos según si opina el comprador o el vendedor. También existen periodos, normalmente breves y en todo caso escasos, en los que todos los precios, especialmente los de los activos financieros, se salen de sus órbitas de equilibrio. La génesis de estos desequilibrios es imputable a las políticas monetarias o fiscales, cuyos artífices están sujetos a la misma incertidumbre inerradicable y consiguiente riesgo de errar que cualquier otro ser humano.
Los precios de mercado han sufrido históricamente descalificaciones de orden ético o moral por parte de doctrinas que han terminado siendo descalificadas por la historia, ya sea por la acumulación de experiencias contrarias o por el avance del conocimiento teórico. La iglesia católica que, influida en un primer momento por la hostilidad de Aristóteles al comercio, empezó distinguiendo entre precios justos e injustos, terminó definiendo el precio justo como el precio de mercado libremente determinado entre las partes de la transacción. El ataque marxista tachando a los precios de libre mercado como injustos e inmorales por ser el vehículo de la explotación de los trabajadores se desmontó desde sus inicios por la teoría económica y se ha desmoronado estrepitosamente por la experiencia práctica de las sociedades que adoptaron este ideario.
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En suma, los precios de mercado no son morales ni inmorales, justos o injustos, sino simplemente montantes que buscan equilibrar en cada momento la demanda y la oferta del bien correspondiente, esto es, conciliar las necesidades con los recursos. Los precios son nada más, ni nada menos, que el punto de encuentro entre el deseo de adquirir una cosa y la disponibilidad de la cosa deseada. El sistema de precios de mercado tiene indudablemente defectos en comparación con el funcionamiento de las cosas en un idílico jardín del edén pero es incomparablemente mejor que las alternativas. No es un sistema perfecto pero es el menos imperfecto de los sistemas.
gortegamiguel
27/01/2025 08:16
Solo por aclarar conceptos, dice José Luis Feito que el sistema de precios es el mecanismo que permite equilibrar en las economías de mercado la demanda y la oferta de bienes, lo cual es cierto, y añade, a modo de corolario, "esto es, conciliar las necesidades con los recursos", que no es cierto. Los precios equilibran la oferta y la demanda, que depende de la renta del individuo, no solo de sus preferencias, por utilizar el lenguaje clásico, ni de sus necesidades, lo cual es mucho más serio porque afecta al núcleo básico de la teoría económica más antigua.
Nacho de la C
27/01/2025 10:28
Completamente de acuerdo con el comentario de gort... Otro factor que juega (y poderosamente) en estos asuntos es el emocional, por decirlo así. El actor económico no es infinitamente racional (y en determinadas situaciones lo es muy poco). Y sobre esto también hay literatura académica abundante. No lo es del lado de la oferta, no lo es del de la demanda, no es racional el comportamiento del individuo y muchísimo menos el de un número elevado de individuos. El actor económico a) se equivoca bastante; b) carece con frecuencia de información y de criterio; c) otros actores son capaces de influir (actuando sobre lo subjetivo) en su comportamiento... Y no por eso el juego económico va a expulsarle o a penalizarle de una manera tal que le obligue a rectificar: puede seguir casi hasta el infinito satisfaciendo sus necesidades de manera ineficiente. El mercado, el cruce libre de oferta y demanda, es mejor herramienta que ninguna otra, pero es materia inerte, no tiende a nada, es un sumatorio de decisiones caracterizadas con frecuencia justo por todo eso lo dicho arriba y seguro que otros factores semejantes: no es necesariamente racional, fruto de la mala información y de la previsión equivocada... y encima cronificadas.
ingmarpepe
27/01/2025 11:57
Un apunte necesario contra la demagogia popular y comunista de los precios. El precio -de venta de un producto no tiene nada que ver con el precio de coste- es simplemente el máximo posible que permite su mercado. Si no deja beneficio, el producto desaparece por inanición. Si el beneficio es grande provoca competencia y con esa se establece el equilibrio