Opinión

La tres bravuconadas de Trump

La clave está en saber cuándo el presidente electo habla en serio y cuándo se limita a provocar.

  • Trump irrita a Canadá, Panamá y Groenlandia -

Esta semana Donald Trump ha armado un escándalo de categoría con una serie de declaraciones muy polémicas. Quiere, por este orden, incorporar a Canadá como el 51 Estado de la Unión, recuperar el canal de Panamá y anexionar Groenlandia, que hoy es un territorio autónomo del reino de Dinamarca. A veces se olvida que Trump hizo su fortuna como promotor inmobiliario, luego no es del todo extraño que le interese tanto el suelo. La diferencia estriba en que los promotores inmobiliarios se limitan a construir encima y a colocar los inmuebles en el mercado, lo que Trump pretende ahora es cambiar el mapa político de América y trastocar el equilibrio geopolítico del mundo entero.

 

Ninguna de sus intenciones tiene demasiado sustento. La mayor parte de los canadienses no desea formar parte de Estados Unidos. Ni ahora ni hace dos siglos y medio cuando nacieron los Estados Unidos en la guerra de independencia contra Gran Bretaña. Los colonos ingleses de Canadá simplemente no se sumaron a los reclamos de las trece colonias. Cuando en la guerra de 1812 el presidente James Madison pensó en anexionar la Norteamérica Británica por la fuerza, se encontró con que sus habitantes no estaban por la labor, y los casacas rojas menos aún. Desde entonces ha habido muchas propuestas, pero ninguna ha prosperado. Canadá ganó paulatinamente su independencia desde finales del siglo XIX y hoy es un país con una identidad bien definida. Es, con el permiso de algunos islotes del Caribe, la única monarquía parlamentaria del continente y pueden presumir de haber construido un país próspero, libre y moderno.

 

Respecto a lo del canal de Panamá, fue construido, efectivamente, por los estadounidenses entre 1904 y 1914. Para ello desgajaron Panamá de Colombia y crearon una república satélite que poco a poco fue ganando soberanía. Con el paso de los años los Gobiernos panameños, que tenían el país partido en dos por una zona que formaba parte de Estados Unidos como territorio no incorporado, empezaron a pedir la devolución de esa franja y del canal propiamente dicho. Tras unas negociaciones muy prolongadas, en 1977 el recién fallecido Jimmy Carter firmó un acuerdo con el entonces presidente panameño Omar Torrijos para la retrocesión del canal. No fue algo inmediato, hubo un periodo transitorio de 22 años hasta que en 1999 pasó a control panameño. Desde entonces ha sido ampliado y es con creces la infraestructura más importante del país que, gracias a los peajes, ingresa unos 5.000 millones de dólares anuales.

 

Sobre Groenlandia no es la primera vez que saca en tema. En el verano de 2019 ya propuso comprar la isla a Dinamarca. Los daneses arguyeron que la isla no era suya, sino de los groenlandeses, que dependen, eso sí, de los subsidios que les llegan de Copenhague para mantener funcionando la administración autónoma. Es una isla muy extensa, tiene más de dos millones de kilómetros cuadrados, es decir, cuatro veces el tamaño de España, pero es en su práctica totalidad inhabitable. La escasísima población de unas 50.000 se concentra en la costa suroeste, pero, a cambio, tiene un subsuelo muy rico que apenas está explotado.

Trudeau está ya de salida y los sondeos indican que el conservador Pierre Polievre lleva las de ganar en las elecciones de este año. Cuanto más se burle Trump de Canadá más obligado se sentirá Poilievre a responder con cajas destempladas. Mofarse de un aliado no parece la mejor idea

Ninguna de las tres bravuconadas tiene, como vemos, mucho sentido. La clave, por lo tanto, está en saber cuándo Trump habla en serio y cuando se limita a provocar. En el caso de Canadá es tan solo una provocación. A Trump le gusta burlarse del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, a quien se la tiene jurada desde hace años y al que menosprecia llamándole “gobernador”, un título que en Estados Unidos se reserva a los presidentes de los Estados. Es una degradación, algo así como si el presidente del Gobierno español se refiriese al presidente una comunidad autónoma como alcalde.

 

Por lo demás, los canadienses no quieren unirse a Estados Unidos, están muy bien como están con su estado del bienestar de inspiración europea, su cámara de los Comunes y su rey Carlos III a quien allí se le conoce como rey de Canadá. Para Trump y los republicanos sería letal. No tendría sentido incorporar otra California de 41 millones de habitantes que daría una victoria tras otra a los demócratas. Es además contraproducente. Trudeau está ya de salida y los sondeos indican que el conservador Pierre Polievre lleva las de ganar en las elecciones de este año. Cuanto más se burle Trump de Canadá más obligado se sentirá Poilievre a responder con cajas destempladas. Mofarse de un aliado no parece la mejor idea.

 

En cuanto a Panamá, Trump asegura que el canal es vital para el país, lo cual es cierto, para añadir que lo está operando China, lo cual es mentira. El canal está bien gestionado por el Gobierno panameño, que lo explota diligentemente y con absoluta neutralidad. La retrocesión se hizo hace casi cuarenta años con un tratado que ratificó el Senado y que apoyan la mayor parte de estadounidenses. Panamá es un aliado firme en Centroamérica, convertir ese aliado en un enemigo es absurdo. De modo que lo más probable es que Trump pretenda algún tipo de trato preferencial con los peajes. Pero ya son ganar de buscarse problemas donde no los tiene. La mayor amenaza para Estados Unidos hoy en el hemisferio occidental es el eje Cuba-Venezuela, que ha provocado la huida de millones de refugiados, especialmente hacia Estados Unidos. Esa debería ser su prioridad de Florida para abajo y no el canal de Panamá.

Es improbable que este tipo de baladronadas atraigan a los groenlandeses, más bien todo lo contrario, seguramente se ofendan y, o prefieran quedarse en Dinamarca, o pidan su independencia con la que podrán hacer concesiones mineras a chinos y a quien les venga en gana

Lo de Groenlandia tiene algo más de sustancia. Dijo que Estados Unidos necesita Groenlandia por razones de seguridad nacional y ahí podría estar más atinado. No es la primera vez que lo dice y tampoco la primera que el Gobierno estadounidense ofrece a Dinamarca comprarles la isla. Lo hizo Andrew Johnson en 1867 y Harry Truman volvió a intentarlo en 1946, pero los daneses se negaron. Permitieron, eso sí, que el ejército estadounidense instalase bases militares para contener a los soviéticos en el Ártico, pero la intentona no pasó de ahí.

 

Puede que Trump hable en serio sobre Groenlandia, pero mostrarse anexionista no será la mejor carta de presentación de cara a los groenlandeses, que son muy celosos de sus particularidades culturales. El danés, de hecho, es sólo la lengua madre del 12% de la población, el resto hablan groenlandés, un idioma de la familia esquimo-aleutiana que sólo se habla allí. Primero les dijo que iban a tratarles bien, luego que no eliminaba una acción militar. Es improbable que este tipo de baladronadas atraigan a los groenlandeses, más bien todo lo contrario, seguramente se ofendan y, o prefieran quedarse en Dinamarca, o pidan su independencia con la que podrán hacer concesiones mineras a chinos y a quien les venga en gana. Una posibilidad sería ofrecerles un acuerdo de libre asociación parecido al de Puerto Rico, pero para convencerles deberá ensayar el sutil arte de la persuasión. Trump es persuasivo, pero no precisamente por su sutileza.

 

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