Me pasó muy pocas veces. El no saber. El no encontrar. El no sentir una punzada al leer o escuchar algo. El no tener una historia. La hoja en blanco. El vacío. La nada. “Es preciso recordar (…) que en lo porvenir habrá también días pesados sin inspiración”, le escribía Van Gogh a su hermano Theo en una de las tantas cartas que se intercambiaron durante años y que no me resisto a subrayar.
Y las horas pasaban y los minutos se disolvían como los granos de arena cuando hay viento. Y yo que buscaba en calles y medios alguna señal, encontré finalmente una respuesta -entre tanta noticia latosa- el martes por la noche mientras veía la televisión en la habitación de un hotel de Benidorm a donde me llevó el trabajo. Así de retorcido es a veces el destino. Y lo que obtuve no fue cualquier respuesta, fue más bien algo insólito, un hito, el todo, la noticia de una paz inminente en un lugar que casi ni la conoce. El ansiado final de una guerra sin límites que ha matado a cerca de 2.000 israelíes y a más de 46.000 palestinos y que ha provocado -en palabras esta semana de Felipe Vl- “un sufrimiento inaceptable” a la población de Gaza. Sonó potente a mis oídos esa palabra -paz- en la que hizo hincapié el presentador del informativo que elegí a conciencia. Una palabra tan breve y veloz, tan gruesa, pesada y extraordinaria que hasta chirría cuando se escucha.
Hubo un tiempo reciente -aunque tendamos a olvidar- en el que de tan deseado ese término en el País Vasco, apenas se decía. Por si la sola pronunciación o repetición, lo alejaba todavía más de ser una posibilidad. Después del daño irreparable, finalmente llegó y ahora está ahí, latente, en silencio, sin molestar. Se respira en las calles y es un gusto llenar los pulmones de ese aire armonioso e indefinido. Pero ninguna paz es fácil de alcanzar y, mucho menos, de mantener.
No se puede pasar, de pronto, de la nada a un todo que el mundo celebra incluso antes de que entre en vigor y que se atribuyen políticos y países varios
Tras quince meses de guerra y destrucción corrosiva, se ha abierto por fin un hilo de esperanza en este conflicto interminable entre Israel y Hamás con el anuncio de una tregua. Sin embargo, ¿supone esto lo mismo que esa paz de la que hablaban en ese informativo? Yo creo desgraciadamente que no. No se puede pasar, de pronto, de la nada a un todo que el mundo celebra incluso antes de que entre en vigor y que se atribuyen políticos y países varios. Porque ese todo es tan fino y endeble como la piel del párpado. Tan delicado que el sonido del júbilo de la población se ha mezclado con el de unos bombardeos contra la Franja que no han callado ni siquiera en las últimas horas.
Entenderse y ceder
Porque no hay duda de que -si llega- esta será una paz compleja y por fascículos que llevará días y semanas. Un tiempo largo y tedioso en el que ambas partes tendrán que cumplir a rajatabla con lo escrito en letra pequeña en el acuerdo y hasta olvidarse de sus convicciones y de las sagradas líneas rojas que prometieron jamás traspasarían. Se trata, en definitiva, de entenderse y de ceder y ahí está lo más difícil con un gobierno israelí dividido hasta el final. Porque en este planeta que habitamos es más sencillo lanzar una misión doble allí arriba, a la luna, para explorar negocios de futuro y encontrar oro en su superficie, que hablar aquí abajo y zanjar las diferencias, a veces, mucho más grandes entre iguales. Qué cosas. Y así ha sido siempre. Una guerra solo necesita la mente de un malvado para estallar. La paz requiere, sin embargo, del empeño de muchas cabezas.
Y ¿qué hay después si se consigue ese todo? Probablemente, de nuevo la nada. Porque cuando acaben -si acaban- las hostilidades, nadie se acordará de los supervivientes. De los muertos. De las atrocidades que cometió Benjamín Netanyahu amparándose en su derecho a la autodefensa. Del cementerio infantil en el que se convirtió Gaza. De ese enclave palestino en el que no quedan más que escombros y una crisis humanitaria sin precedentes. De las familias de los rehenes israelíes que fueron asesinados. De los que volverán a casa después de más de un año cautivos por Hamás. Dejarán las armas de sonar, pero el silencio al que gobiernos y medios de comunicación condenarán a las consecuencias de este conflicto será tan atronador como el propio ruido de las bombas.
Yorick
18/01/2025 12:20
La expresión “sufrimiento inaceptable” es la única literatura que se puede encontrar en este artículo. Sufrimiento inaceptable es, por ejemplo, tener que leer frases como esta: «Dejarán las armas de sonar».