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Opinión

EL DARDO DE ARRANZ

Iñaki Gabilondo y el negocio del miedo

Ser crítico es mucho más arriesgado ahora que hace diez años. A quienes disienten se les sitúa en el terreno de los excéntricos, aunque no lo sean. Aunque estén bien informados

Vacuna de covid-19 Pixabay

Iñaki Gabilondo, 2010, informativo nocturno del canal Cuatro. Falta una década para que la Organización Mundial de la Salud alerte sobre el surgimiento de varios casos de pulmonía en la China central. El periodista del Grupo Prisa explica la postura del responsable de Salud de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, Wolfgang Wodarg, con respecto a la Gripe A.

“Wodarg atribuye a la OMS la responsabilidad de esta ola de histeria. Afirma que en la organización hay gente vinculada de forma muy estrecha a las farmacéuticas, que el pánico que recorrió el mundo no fue espontáneo, sino que fue planificado; y que no había nada en esa gripe que justificara tal alarma”.

Los paralelismos son a veces tan necesarios como molestos, pues arrojan luz sobre las enfermedades sociales y ayudan a comprender mejor su evolución. Este caso aclara que hemos empeorado y que el mundo se ha convertido en un lugar mucho menos crítico y más permeable a las acometidas de los grupos de presión. Los lobbies más siniestros han ganado la batalla y lo han hecho por aplastamiento, como cualquiera que logra situar en el terreno de los excéntricos a quien disiente del contenido de sus mensajes.

Aquí tenemos mucha culpa los periodistas, que hemos actuado contra las normas que deberían guiar nuestro trabajo y nos hemos limitado, desde febrero de 2020, a recitar como papagayos la información que recibíamos de la OMS, del Ministerio de Sanidad o de los fabricantes de vacunas. Eso nos ha llevado a definir la realidad que ha generado la pandemia como si la observáramos desde un espejo cóncavo. ¿Qué iban a decir las partes interesadas? Evidentemente, que la situación era más o menos grave en función de lo que les conviniera en cada momento. Bien para vender más productos o bien para curarse en salud.

El grave caso de Sanidad

La Comisión Nacional de Salud Pública emitía esta semana una nueva recomendación para inocular la tercera dosis de la vacuna a quienes hubieran pasado la covid-19. De un plumazo, aumentaba desde las cuatro semanas hasta las cinco meses el tiempo estipulado para administrar este pinchazo. A su vez, el Gobierno reconocía que la presión de las farmacéuticas fue importante para tomar la decisión de inyectar a la población este refuerzo. En otras palabras: el vendedor maniobró para incrementar su facturación y los poderes públicos y mediáticos, creyendo que actuaban con la ciencia de su parte, le hicieron caso sin atribuirle malas intenciones.

Es complicado empeorar esta mezcla de negligencia, estupidez y soberbia. Es la que ha convertido en un ejercicio arriesgado la mera acción de cuestionar la necesidad de la tercera vacuna o del pasaporte covid. Hay que tragar porque, de lo contrario, no te sacan por la tele. O te sitúan en el grupo de los negacionistas, donde hasta hace no mucho se encontraban los que cuestionaban la efectividad de la mascarilla en exteriores. La que sólo siguen defendiendo la ministra de Sanidad y cuatro despistados.

Algo falla cuando se demoniza de igual forma a los conspiranoicos más dementes que como a quien se atreve a hacer preguntas sobre la conveniencia del plan de acción.

El dragón en el garaje

Y cuestionar el discurso oficial es más necesario que nunca porque los lobbies han utilizado en varios momentos la analogía del dragón en el garaje; la que definió Carl Sagan hace algunas décadas.

Digamos que un portavoz sanitario gubernamental hablaba de la idoneidad del pasaporte covid con el mismo rigor con el que lo haría una persona que anunciara la existencia de una criatura mitológica en su casa. Si alguien preguntaba al orador por las publicaciones que avalaban la utilidad de ese documento, citaba “múltiples estudios” -como relata aquí Gema Huesca- sin especificar cuáles eran.

Si un amigo del propietario del dragón solicitaba echar un vistazo al bicho, obtendría la siguiente respuesta: “es invisible”. Como los estudios científicos. Como el Comité de Expertos de la desescalada.

En el caso del coronavirus, el argumento final siempre ha sido el mismo: la ciencia está de nuestra parte. La realidad es que el rigor científico ni mucho menos ha abundado entre las autoridades. No así la soberbia.

Periodismo sumiso

¿Y qué ha ocurrido con el periodismo? Que ha seguido un camino paralelo al de las autoridades, pues era lo más cómodo y lo que menos problemas generaba. Circula estos días un vídeo de Julian Assange en el que atribuye a los medios la legitimación de las guerras de los últimos 50 años. Su razonamiento es correcto, pese a la controversia que envuelve a este personaje: ningún ciudadano quiere ver la muerte y la destrucción a su alrededor. Por eso, el poder recurre a la prensa para que distribuya su propaganda, que es la que le sirve para convencer al pueblo de la necesidad de matar y de morir por un fin determinado. Si los medios denunciaran la sinrazón que envuelve a una parte de estos conflictos, los ciudadanos no se tragarían las mentiras gubernamentales y los conflictos serían menos probables. Pero eso es más complejo que transcribir los discursos gubernamentales. De ese modo, no te llama Ferreras.

Lo que Iñaki Gabilondo relató sobre la Gripe A sirve para el coronavirus. Entonces y ahora se desató una espiral de pánico que ha provocado la comisión de múltiples errores, desde la imposición del pasaporte covid o la mascarilla en exteriores; hasta la compra indiscriminada de papel higiénico. Cada cual, a su nivel, pero todos fruto del nerviosismo y de la ignorancia.

La diferencia entre los dos momentos es lo que lleva a ser pesimista: hace diez años era más sencillo ser crítico. Los impulsores de estas campañas mediáticas -con mucho dinero que ganar- han aprendido de los errores del pasado. Ahora, son mucho más certeros a la hora de lanzar sus mensajes a los medios.

Y la prensa... No merece la pena abundar mucho más en esto. Los medios sencillamente han enloquecido. Lo han hecho con una amenaza real, como el coronavirus, pero también con otras fantasías más recientes, como la del gran apagón europeo. O, tras el estreno de una película de Netflix, con la posibilidad de que nos mate un meteorito. ¡Han aparecido decenas de artículos al respecto!

A ver si cae de verdad. A ver si cae...

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