Quantcast

Opinión

La gran conspiración

El que fuera presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy
El que fuera presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy Europa Press / Archivo

Aquel recuerdo no ha desteñido en absoluto en mi memoria, ha estado siempre ahí, tan nítido como el primer día. Era de noche. Yo jugaba en el pasillo procurando no despertar a Jorge, recién nacido, que estaba en su cuna. Mi madre preparaba la cena. Y en esto mi padre, que veía la televisión (blanco y negro) en la salita, empezó a gemir: “Madre mía, ¡madre mía! ¡Se han vuelto locos! ¡Esto es una catástrofe!” Mi madre corrió a ver qué pasaba. “¡Han matado a Kennedy! ¡Le han disparado en la cabeza!”

Papá hizo una cosa que repitió muchas veces: cerró la puerta de la salita y me quedé solo en la penumbra del pasillo. Había que preservar a los niños de las grandes violencias y tragedias, como las muertes, los accidentes o los griteríos que cada poco armaba mi padre por culpa de doña Esther, una dentista que le amargaba la vida cada dos por tres y que pensaba que nosotros éramos sus esclavos. Yo no sabía quién era Kennedy. Tenía cinco años. Pero el instinto me hizo quedarme allí de pie, en medio del pasillo, asustado y cuidadosamente inmóvil, convencido quizá de que mi inmovilidad contribuiría a que aquella catástrofe, fuera la que fuese, pasase sin rozarnos. Al rato papá y mamá salieron de la salita, los dos muy alterados. Mi padre daba zancadas, agitaba las manos a la altura de la cabeza y mi madre procuraba calmarlo. Ambos hablaban en clave, con sobreentendidos, como solían hacer para evitar que los niños nos enterásemos de lo que decían, que sin duda eran cosas graves, cosas “de mayores”.

Ese recuerdo nítido, que me ha acompañado intacto durante décadas, solo contiene un pequeño error: que en noviembre de 1963, cuando mataron a Kennedy –anteayer se cumplieron 60 años–, en nuestra casa aún no había televisión.

Es, por lo tanto, una trampa de la memoria: un recuerdo inventado o fabricado con trozos de otros recuerdos. Nos pasa a todos y nos pasa con frecuencia. El ejemplo más conocido es el del 23-F. Una enorme cantidad de españoles tenemos clarísima la memoria de ver, en directo, cómo Tejero entraba en el Congreso pegando tiros. Eso es imposible. Aquellas imágenes no se emitieron hasta la mañana del día siguiente, cuando la tosca pesadilla había terminado ya.

Este es un asesinato perfecto para inventar teorías conspiratorias, peligroso pasatiempo que lleva encandilando a la humanidad desde el antiguo Egipto, por lo menos. No es de ahora

El asesinato de John Fitzgerald Kennedy es el crimen más célebre y que más ríos de tinta (y más kilómetros de película) ha hecho correr en toda la historia de la humanidad, incluyendo ahí las muertes de Abraham Lincoln, Adolf Hitler, Julio César y las matanzas carniceras de Jack el Destripador. La razón es bien sencilla. Primero, se trata de un crimen no resuelto, como los del asesino británico. Segundo, los que urdieron aquella barbaridad despreciaron el poder que entonces ya tenían los medios de comunicación: pensaron que pronto se olvidaría, como los asesinatos de los presidentes Garfield y McKinley. Y tercero, y también como los del destripador británico, este es un asesinato perfecto para inventar teorías conspiratorias, peligroso pasatiempo que lleva encandilando a la humanidad desde el antiguo Egipto, por lo menos. No es de ahora.

Lo que sucede es que la “verdad oficial” es, en este caso, la teoría conspiratoria más delirante y absurda de todas las que andan volando por ahí, que son muchas. El célebre informe de la Comisión Warren, que atribuyó el asesinato a la sola voluntad y acción de Lee Harvey Oswald, contiene numerosos hechos probados a todas luces, pero también tremendas omisiones (hay muchos testigos importantes a quienes no se quiso interrogar) y, en no pocos casos, mentiras descaradas. Es comprensible. Quien controlaba la Comisión Warren no era el juez James Earl Warren, presidente del Tribunal Supremo de EE UU yhombre de probada e intachable honestidad, sino Allen Dulles, el turbio exjefe de la CIA despedido por Kennedy, a quien odiaba; Gerald Ford, mano derecha de Richard Nixon, que odiaba a Kennedy todavía más, y el senador Richard Russell, un sureño racista de Georgia cuyo odio por los Kennedy era reconcentrado y químicamente puro. Pero incluso este Russell acabó escandalizado –y lo dijo– por las barbaridades que la Comisión de la que formaba parte llegó a dar por ciertas.

En 1976, trece años después, una comisión del Congreso estadounidense concluyó oficialmente que el magnicidio de Dallas fue el resultado de una conspiración en la que estaban implicados varios organismos oficiales, como el FBI, la CIA y el Ministerio de Justicia. La Comisión Warren sostuvo que solo hubo tres disparos, cuando grabaciones de audio de aquel momento documentan al menos cuatro y numerosos testigos hablan de cinco. Pero el testimonio de estos testigos fue desestimado y se les presionó para que se retractasen. Se le echó la culpa ¡en apenas 80 minutos! a Oswald, cuando muchos testigos afirmaban sin dudarlo que varios disparos habían llegado del lado opuesto de la plaza Dealey, de la famosa valla sobre el montículo de hierba; es posible que Oswald, tirador inexperto cuyo fusil italiano fallaba más que una escopeta de feria, ni siquiera llegase a disparar. Se aseguró que los balazos alcanzaron a Kennedy desde atrás, cuando la película grabada por Abraham Zapruder demuestra inapelablemente lo contrario. Se asegura que una sola bala provocó siete heridas distintas tanto a Kennedy como al gobernador Connally, y que hizo una trayectoria zigzagueante, inverosímil… antes de aparecer, intacta, limpia y nuevecita, en la camilla que llevaba a Kennedy por el hospital Parkland. La autopsia fue manipulada y el cerebro reventado de Kennedy “desapareció”… En conclusión, lo que sí hizo bien la Comisión Warren fue el ridículo.

Pero, como en el disgusto que presuntamente se llevó mi padre aquella noche al ver presuntamente la noticia en el telediario, en todo esto hay un pequeño error. ¿Es siquiera verosímil creer en una conspiración en la que forzosamente hubieron de estar implicadas miles de personas, desde el director del FBI y la CIA hasta policías locales de Dallas? Es demasiada gente como para guardar un secreto de ese tamaño. Eso no se puede hacer, es imposible.

Ah, ¿sí? ¿Es imposible? Pues entonces alguien tendrá que explicar cómo puede ser que miles de personas guardasen impecablemente el secreto del terrorífico ataque de Hamás a Israel, el pasado 7 de octubre, que provocó el asesinato de 1.400 israelíes y que pilló desprevenido a todo el mundo, empezando por el Mossad, supuestamente el más eficaz servicio de inteligencia del mundo.

Todavía hace unos días veía en televisión a ese pobre desquiciado de Miguel Bosé reírse con risa maligna: “En este mundo se puede decir que no crees en Dios, pero no se puede decir que no crees en las vacunas”

No es imposible. Y ese es el problema: que se puede hacer, aunque sea dificilísimo. Y como se puede hacer, eso contribuye a justificar (al menos en parte) las miles de teorías conspirativas ridículas y absurdas que inundan el planeta. La mayoría están fabricadas para consumo de bobos, crédulos, ignorantes o las tres cosas a la vez (las pirámides las construyeron los extraterrestres, por ejemplo), pero otras son auténticamente criminales, porque matan a la gente: los delirios de los antivacunas, por ejemplo. Todavía hace unos días veía en televisión a ese pobre desquiciado de Miguel Bosé reírse con risa maligna: “En este mundo se puede decir que no crees en Dios, pero no se puede decir que no crees en las vacunas”. Pues claro, Miguel, muchacho; porque Dios es indemostrable empíricamente, es una creencia, mientras que la eficacia de las vacunas es una evidencia mil veces probada. Es como si te quejaras de que no te dejan creer que dos y dos son cinco. El que se pone en ridículo eres tú.

Sesenta años después, el asesinato de Kennedy sigue haciendo discutir a millones de personas en todo el mundo. Y es probable que esa pasión dure muchas décadas más. Así es la naturaleza humana. Lo que no termino de entender es cómo puede ser que no tuviésemos tele en casa aquella noche. Porque el pánico de mi padre al ver la noticia en el telediario es uno de mis primeros y más claros recuerdos. Juraría que fue como lo he contado, aunque está claro que aquello nunca sucedió. También así es la naturaleza humana…

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.

  • A
    Antipopulista

    ¿ Acaso tú no defiendes a este gobierno au.tócrata y comunista que nos está quitando libertades y derechos y nos está empobreciendo? ¿ Hablas de conspiraciones cuando tú las ves cada vez que alguien dice las verdades de este gobierno aún sabiendo que son reales diciendo siempre que el que osa manifestarse contra tu amado líder Sánchez es un fas.cista y gol.pista? Tú eres el rey de las conspiraciones. ¿ O lo tuyo es simplemente sectarismo y odio al "disidente"? No entiendo porqué te dejan publicar en aquí, deberías pagar por cada vo.mitona que publicas cada semana.

  • K
    k. k.

    Pues a mí también pasado, qué extraño, aunque en mi caso no ha sido con Kennedy.
    Pero recuerdo perfectamente el día en que Algorri dejó de publicar estupideces. Mi padre estaba en el cuarto de estar y empezó a gritos: "¡Es Algorri! ¡Ha escrito algo decente!". A mi madre se le caían las lágrimas. Yo me quedé ahí, paralizado, sin saber muy bien qué hacer, no podía creérmelo.
    Qué curiosa es la memoria. Nos hace unas jugarretas...

  • P
    Petrarca

    Es curioso lo que cuentas, pues yo también recuerdo llegar a casa solo del colegio y mi madre estaba muy alterada y rápidamente me explicó el mismo hecho que relatas. Sin saber porqué me quedé estupefacto. Recuerdo que mi padre le comentaba: collons, això és molt greu... Yo, como tú, aunque tenía ocho años y tampoco teníamos TV (que llegó al año siguiente) sentía como si se hubiera muerto un ser querido. No lo entendí hasta años más tarde. La Guerra Fría. Curiosos los recuerdos de algo que ni conocía, ni vislumbré ningún peligro.

  • W
    Wesly

    A ver, Sr. Algorri, y de la conspiración de Pedro Sánchez para acabar con la democracia y con el Estadio de Derecho en España a base de colonizar todas las instituciones teóricamente independientes, Gobierno, Parlamento, Fiscalía, y Poder Judicial incluidos colocando en ellas a sus peones más sectarios y obedientes, evidenciando así su vocación totalitaria, no tiene Ud. nada que decir?.

    Lo de Kennedy sucedió hace 60 años, pero lo de Pedro Sánchez está sucediendo ahora mismo.

    Y lo que está pasando ahora aquí mismo admite pocas dudas, el mismo Pedro Sánchez ha admitido en sede parlamentaria que pretende alzar un muro contra todos aquellos que no acepten su verdad, su pensamiento único obligatorio, contra todos aquellos que pongan pegas a su proyecto totalitario y sectario, contra todos aquellos que se opongan a su arbitrariedad (prohibida por el artículo 9 de la Constitución) y a la impunidad selectiva (prohibida por el artículo 14 de la Constitución) que está implantando.

    Se. Algorri, céntrese en la actualidad, ahora mismo tenemos una conspiración en marcha delante de nuestras narices, y Ud. se dedica a denunciar conspiraciones de hace 60 años.

    Quizás sea porque Ud. es un peón más al servicio del líder de la conspiración, y su misión sea desviar la atención de la demolición de nuestro Estado de Derecho que Pedro Sánchez está perpetrando.

  • V
    vallecas

    Todo basado en un falso recuerdo, todo su columna, D. Luis, basada en un mentira. No encuentro la diferencia entre usted y Miguel Bosé.

    No debe sorprendernos que no se tenga todo previsto, el cerebro de los malos va por delante de el de los buenos.
    ¿ Quién podría prever que unos tipos secuestrasen dos aviones y los machacaran contra dos torres de Nueva York?
    ¿ Quién podría prever que unos desalmados mataran a 1400 personas?
    ¿Quién podría prever que el Presidente del Gobierno de España se volviera contra la Constitución?

    Lo que si era previsible. y Hamas lo sabía, es que en Europa hay un grupo de tarados progres, estúpidos que saldrían a "defenderlos". Usted tiene el honor de pertenecer a este selecto grupo.