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Opinión

Final del recreo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados.

Concluido ayer 30 de junio el periodo ordinario de sesiones del Congreso de los Diputados, quedarán en principio suspendidos los Plenos hasta el 1 de septiembre cuando se abra el siguiente periodo, cuya duración termina el 31 de diciembre. Durante esas vacaciones parlamentarias de sesenta días asume las funciones de la Cámara su Diputación Permanente y sólo podrán celebrarse sesiones plenarias de carácter extraordinario a petición del Gobierno, de la mencionada Diputación o de la mayoría absoluta de los miembros del Congreso. Cuestión distinta es que en julio y agoto puedan continuar, si así se acuerda, los trabajos de las comisiones. 

Los ministros se llevan algunas tareas a la playa porque a la vuelta, según preceptúa el artículo 134.3 de la Constitución, el Gobierno deberá presentar en el Congreso de los Diputados los Presupuestos Generales del Estado al menos tres meses antes de la expiración de los del año anterior. En el ejercicio actual del 2020 seguimos, por segundo año consecutivo, con los presupuestos prorrogados del 2018. Así que los correspondientes a 2021 deberán entregarse al Congreso con fecha límite del 30 de septiembre. Era un espectáculo muy de ver la llegada ese día de la camioneta con los tomos de las cuentas públicas, de los que el ministro de Hacienda hacía entrega al presidente del Congreso que ordenaba su descarga para que fueran introducidos carretillas y depositados en los despachos asignados. El espectáculo se vino abajo cuando la adopción de las nuevas tecnologías permitieron que miles de páginas quedaran compendiadas en un pendrive

Serán momentos decisivos donde la máxima prioridad se centrará en la recolección de los votos

Examinemos cómo estas obligaciones inaplazables para el debate y aprobación de los Presupuestos Generales del Estado y la necesidad de atender a los requerimientos razonables de Bruselas supondrán el final del recreo, de las insolencias y del cainismo recíproco conforme a las exigencias del guion, que las que atendían las actrices cuando se desnudaban. Serán momentos decisivos donde la máxima prioridad se centrará en la recolección de los votos. Y ya se sabe que todos los votos suman salvo aquellos que restan más de lo que añaden. Y Pedro Sánchez, que tiene aversión a las disyuntivas y que ha pulverizado el principio de contradicción que está en la base de la lógica aristotélica, puede verse en la obligación de optar, de preferir, de renunciar, de asumir el principio del punto culminante de la victoria según el cual una victoria sólo puede ser alcanzada si está bien definida y que señala cómo proseguir la explotación del éxito más allá de esa culminación es la senda del desastre asegurado. De modo que sólo si Sánchez comprende que el éxito viene precedido por la renuncia, podrá completar la legislatura.

Un verano con elecciones autonómicas en Galicia y País Vasco

Pero, antes de que los Presupuestos Generales del Estado lo ambienten todo, el domingo 12 de julio tendremos los resultados de las Elecciones Autonómicas en Galicia y en el País Vasco que obligarán a una rápida digestión. Se diría que el Partido Socialista nada tiene que esperar del favor ni temer del distanciamiento de los votantes gallegos o vascos. Para los coaligados en el Gobierno de Unidas Podemos, los resultados en ambas Comunidades confirmarán su irrelevancia, en momentos adversos para Pablo Manuel que empiezan a estar jalonados por sus silencios. El caso de Pablo Casado se presenta más espinoso aún porque el triunfo mayoritario de Alberto Núñez Feijó, que se lograría sin contribución alguna de su parte, puede ser percibirlo como una amenaza a su liderazgo, mientras que será imposible dejar de asociarle a la derrota sin paliativos que a buen seguro cosechará el PP en Euskadi porque le incumbe toda la responsabilidad en defenestrar a Alfonso Alonso para imponer como relevo al capricho de Carlos Iturgáiz.

En todo caso, como escribe el profesor Jorge Lozano en la presentación del Elogio del conflicto de Paolo Fabbri (Ediciones Sequitur. Madrid, 2017) interesa observar cómo los persas cuya superioridad les hubiera podido inducir a entablar batalla, prefieren esperar a que los griegos no se vean obligados a pelear a la desesperada, encontrándose entre la espada y la pared, pues quienes sienten así abismados por el vértigo de la extinción se sabe que generan una energía mucho mayor. Además de que, como asegura, para estudiar el orden social conviene tener en cuenta el punto de vista del delincuente y su preferencia por recurrir a las “apariencias normales”, consciente como es de que “la normalidad es el mejor disfraz, la mejor máscara, el camuflaje más eficaz”. 

En cuanto a los periodistas cabría aplicarles lo que George Orwell (El poder y la palabra. 10 ensayos sobre lenguaje, política y verdad. Editorial Debate. Barcelona, 2020) dice de los escritores: que es razonable que estén dispuestos a pelear en una guerra porque piensen que debe ser ganada y, al mismo tiempo, que se nieguen a escribir propaganda bélica. Reconociendo que, “a veces, si un escritor es sincero, sus escritos y sus actividades políticas pueden llegar a contradecirse”. Continuará. 

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