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Opinión

El votante racional

El número de electores que está dispuesto a cambiar su voto es bastante limitado, y sobre ellos ha de centrarse el esfuerzo comunicativo

El votante racional
Votantes el 4-M. EFE

Hace unos días me topé, de forma completamente accidental, con un ejemplar ciudadano tan bello como extraño. Se trataba de un hombre que, después de glosarme las maravillas del libertarismo - la mano libre de mercado es dios, y Ayn Rand su profeta- se dispuso a explicarme sus motivos para votar al Partido Popular en las próximas elecciones. Me resultó francamente desconcertante, teniendo en cuenta que para los libertarios, el PP, aunque no es comunista, no se queda lejos. Su decisión era lógica, fría y calculada, completamente alejada de cualquier factor emocional. Sentí que estaba manteniendo una charla con Sun Tzu , Eisenhower o Kasparov.

Una de las etapas más desagradables de mi vida coincidieron con los cinco años que tuve que deambular, obligada, por una facultad dedicada en exclusivo a la publicidad, las relaciones públicas y el marketing. Las pocas asignaturas que captaron mi atención fueron las dedicadas a la comunicación política. Allí aprendí que el número de votantes que está dispuesto a cambiar su opción es bastante limitado, y sobre ellos ha de centrarse el esfuerzo comunicativo. La gran mayoría de los ciudadanos son votantes fieles por lo que el publicista sólo tiene que lograr que no se queden en casa. Algo relativamente sencillo de conseguir si se tiene en cuenta que existe una herramienta infalible, el miedo: “¡Cuidado! ¡Que gobernarán los otros!” Toda la publicidad, cubierta o encubierta, que con la que se topen tiene su fundamento en esa base.

Usted, que tiene tiempo y cierto interés en leer esta columna y que, imagino, habrá echado un vistazo a los titulares de la publicación, pertenece seguramente al escaso grupo de votantes en el que hay que concentrarse para poder ganar unas elecciones. Esta ley de la propaganda se ha vuelto más consistente desde el fin del bipartidismo, especialmente si usted vota desde un distrito electoral en el que Vox o Unidas Podemos tienen una posibilidad razonable de alcanzar un escaño. Van a tratar de sugestionarle con el llamado 'voto útil': “No se arriesgue votando a comunistas o fascistas. España necesita un partido fuerte que no dependa de otros para gobernar.” Tiene gracia la cosa, pues llevamos dependiendo de los votos de aquellos que desean destruir España desde que volvimos a ser un país democrático.

Una cosa es invertir diez euros mensuales en poder leer todos los días el mismo periódico, y otra muy distinta es suscribirse a un par más, por aquello de conocer versiones distintas de los mismos hechos

Ser lector de un periódico tampoco es garantía alguna de voto racional y calculado. El grueso de los lectores accede a los contenidos a través de internet, y las grandes cabeceras requieren el pago de una suscripción para acceder a ellas. No seré yo quien lo critique, a los que trabajamos para un periódico nos gusta comer y dormir bajo techo, y eso exige captar ingresos, que básicamente proceden de los suscriptores y la publicidad. Los siete o diez euros que suele costar abonarse a una gran cabecera son una ganga, si tenemos en cuenta que es más o menos el precio de un par de ejemplares o tres de su versión en papel. Ahora bien, esto acarrea incentivos perversos, pues una cosa es invertir diez euros mensuales en poder leer todos los días el mismo periódico y otra muy distinta es suscribirse a un par más, por aquello de conocer versiones distintas de los mismos hechos. Sobre todo teniendo en cuenta que el concepto de “hecho” es discutido y discutible.

Antaño, el votante racional podía optar por leer un periódico distinto cada día y, de este modo, hacerse una composición de lugar más cabal de la situación. Imagino que apenas quedan lectores de este tipo. Ya no sólo por el dinero que implica este ejercicio de interés e independencia, sino por el tiempo, ese bien cada vez más escaso, que se necesita invertir en esa cotidiana liturgia informativa. No sé ustedes, pero yo voy de cráneo. No me da la vida apenas para cumplir con mi trabajo o con mis funciones de madre. Mi marido y yo nos las vemos y nos las deseamos para conseguir que la casa se mantenga limpia y la nevera llena.

Rescatar al individuo de su inexorable disolución en la masa a través de su participación en pequeñas comunidades a través de las que pueda recordar su condición de ciudadano

En La democracia en América, Alexis de Tocqueville no sólo nos advertía del peligro de la tiranía de la mayoría. Supo intuir también cómo los individuos delegaban cada vez más responsabilidades en el Estado. Se erosionaba la sociedad civil, y con ello los valores republicanos (entendidos aquí en un sentido laxo, apunto ahora más hacia aquello que hizo de la Antigua Grecia el modelo que tratamos de imitar). Una solución que propone el pensador francés para revertir este proceso es rescatar al individuo de su inexorable disolución en la masa a través de su participación en pequeñas comunidades a través de las que pueda recordar su condición de ciudadano. El problema que tenemos actualmente es que esa idea eclosionó, sí, pero en forma de activismo, que se ha desvelado en las últimas décadas como una forma más de volverse masa acrítica.

No puedo ofrecerles ninguna solución al problema que describo, pues si la tuviera la estaría plasmando en un libro que fuera un super-ventas en lugar de estar escribiendo este modesto articulo. Lo que sí sé es que quiero creer que quizá puedo aportar algo a ese espécimen tan extraño, el votante racional, a través de este periódico. Porque Vozpópuli es de libre acceso, y mis compañeros en la sección de Opinión son bastante variados desde el punto de vista ideológico. Quien dirige este sección sólo me puso un límite para colaborar en ella: “No escribas nada que contravenga la Constitución. Para todo lo demás siéntete completamente libre”. Ahí es nada, teniendo en cuenta cómo está el panorama.

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