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Opinión

¿Y si perdemos la confianza?

La excesiva manipulación monetaria siempre ha tenido, antes o después, consecuencias desastrosas

Billetes de dos dólares
Billetes de dos dólares Europa Press

Desde que ya no funciona el patrón oro y un billete no representa nada físico sino simplemente la fe en su emisor, se ha oficializado el viejo dicho que dice que la base de la economía es la confianza. Mientras haya confianza la economía puede ir bien aunque haya puntos oscuros. ¿Por qué? Porque si los consumidores y las empresas y los bancos creen en un buen futuro gastarán, invertirán y prestarán y de esto modo se generará empleo bien pagado por lo que el círculo virtuoso seguirá funcionando y se seguirá gastando, invirtiendo y los bancos financiando los proyectos de futuro. Para que la confianza no se pierda, los discursos de los responsables políticos y económicos suelen ser mayoritariamente tranquilizadores ya que si se evapora el círculo virtuoso antes mencionado, se convierte en uno vicioso. Si no se confía, no se gasta; las empresas venden menos, prescinden de trabajadores; más parados, menores ingresos, la desconfianza aumenta, aún se consume menos… con lo que la crisis se agrava.

Para que esto no ocurra, ya hemos comentado aquí que el recurso generalizado ha sido utilizar una política monetaria ultra expansiva que ha permitido un ascenso del endeudamiento público a costes muy moderados. Esto ha elevado la inflación y está aumentando la desconfianza hacia el dinero. Y esto puede llevar, con el tiempo, a una crisis sistémica. Un panorama en el que dejemos de creer en el dinero emitido por los bancos centrales tendría unas consecuencias apocalípticas y es muy improbable que ocurra ya que a nadie le interesa algo así, incluyendo a los grandes poderes económicos. Sin embargo, el proceso sí tengo claro que está sucediendo -y la confianza en algo tan abstracto como las criptomonedas creo es un síntoma claro- y sí veo probable que pase -como a la divisa venezolana- aunque no de forma global, si bien sería complicado controlar el efecto contagio, que siempre es imprevisible, si sucede en alguna economía de cierto peso.

Lo triste es que, si ocurre, será muy rápido, como cuando se pierde la confianza en la viabilidad de un banco y los clientes hacen cola para sacar dinero y los inversionistas venden a toda prisa sus acciones

Sería lógico pensar que las primeras víctimas fueran países considerados emergentes ya que muchos han acabado de destrozar sus cuentas públicas por culpa de la pandemia, y sus monedas, ni siquiera antes de eso, despertaban una gran confianza. Otro candidato sería Japón, su política monetaria tan agresiva y el enorme volumen de deuda pública que padece podrían llevar a que se repudiara al yen como medio de pago. Es complicado imaginar cómo puede pasar pero lo triste es que, si ocurre, será muy rápido, como cuando se pierde la confianza en la viabilidad de un banco y los clientes hacen cola para sacar dinero y los inversionistas venden a toda prisa sus acciones.

Perder la fe en el dinero sería tan grave que no pienso que pueda ser un fenómeno planetario, seguro que habrá divisas o activos que se consideren refugio. Especular sobre cuáles serán, aparte de no ser mi objetivo, parece muy arriesgado, más sin saber cuándo ocurrirá. De momento, sabemos que todos esperan salir de la recesión global de 2020 con más agresividad monetaria y que gran parte de esta nueva liquidez inyectada, sumada a la de los últimos años, de nuevo se ha quedado en el sistema financiero alimentando burbujas con su correspondiente riesgo de estallido. Podríamos ser optimistas y pensar que según se recupere la actividad y el PIB vuelva al nivel de finales de 2019 (algo que ya ha ocurrido en los EUA), la política de los bancos centrales cambiará pero lo dudo mucho dados los altos niveles de deudas –públicas y privadas- que sufrimos, el miedo a un estallido de la burbuja de tantos activos y su, ya demostrada, falta de independencia ante las presiones políticas.

Medidas excepcionales

Lo vimos con la Reserva Federal norteamericana, que se había comprometido a cambiar de dinámica tras los “excesos” de los años anteriores y empezó a subir tipos a finales de 2015 y sin embargo, al menor asomo de menor dinamismo de la economía y en medio de una fuerte presión del presidente Trump (y quizás hasta de Wall Street), cambió de tendencia ya en verano de 2019, muchos meses antes de que llegara la pandemia, y empezó a bajar los tipos de interés. Es decir, no hay un compromiso serio en volver a la normalidad una vez utilizadas todas esas herramientas (tipos ultra bajos, compra de activos por parte del banco central, inyecciones de liquidez etc.), se van a seguir usando como habituales aunque fueran medidas excepcionales.

Es más, es posible que incluso se amplíen y por ejemplo el BCE, que ya compra deuda privada, pueda incluso comprar acciones de bolsa como hace el Banco Central de Japón. Y eso que el BCE –se puede leer en castellano en su página web- afirma rotundamente: “La prohibición de financiar directamente al sector privado protege al BCE de presiones de las autoridades públicas”. Claro que en su artículo 21 también dice: "Queda prohibida la adquisición directa de instrumentos de deuda" y cuando quisieron, lo interpretaron como no comprar directamente en subastas sino adquirir el papel en el mercado.

Hay quien aboga por promover un acuerdo entre bancos centrales (haría falta coordinación global y similares volúmenes para que no afecte demasiado al cambio de divisas) que elimine parte de sus balances monetizando deudas

También tiene prohibido expresamente monetizar deuda pero, tanto en la Eurozona como en otras áreas económicas, cada vez hay más apoyo, popular e incluso político, a la idea de crear dinero de la nada como gran solución para todos nuestros males por lo que el riesgo de que se aplique alguna medida aún más extrema está aumentando en lugar de disminuir. Por ejemplo, ya hay quien aboga por quitas de deuda pública. No con la que está colocada entre inversores porque sería perjudicar a los ahorradores (y reducir el apetito futuro por nuevas adquisiciones) sino promover un acuerdo entre bancos centrales (haría falta coordinación global y similares volúmenes para que no afecte demasiado al cambio de divisas) que elimine parte de sus balances monetizando deudas. Por ejemplo, que el BCE renunciara a cobrar (creando un dinero de la nada para cubrir el agujero en sus cuentas) a los Estados parte de la deuda pública que les ha comprado y la FED hiciera lo mismo con su propio Tesoro.

Muy difícil de implementar políticamente, imposible diría cualquiera hace apenas 13 años pero, tras lo que hemos visto desde 2009, ¡quién sabe! Y si todos los bancos centrales lo hacen a la vez, su efecto negativo (al menos sobre la inflación y el valor de la moneda) sería muy limitado. O no, no se puede saber cuánto impactaría en la confianza que, como he repetido varias veces, es clave en el sostenimiento del actual sistema. Al fin y al cabo, en tiempos pasados (hasta explica la caída del Imperio Romano) la excesiva manipulación monetaria siempre ha tenido, antes o después, consecuencias desastrosas.

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