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Opinión

Desterrar el idioma

Isabel Celaá

Se hace difícil escribir sobre el presidente y el Gobierno. La afasia de la que Pedro Sánchez se aprovecha para llevar a cabo su agenda acaba por alcanzar incluso a los espíritus más combativos y vehementes. Todo se ha dicho ya, y se ha dicho tantas veces que es complicado no escribir ecos de textos ya publicados, juicios ya elaborados o ideas ya expuestas.

Sánchez está logrando mostrarse como irremediable mientras a su alrededor, unos y otros se enzarzan por no se sabe qué puesto. Pero por suerte y milagro para el articulista, escribimos en español y no en suajili o noruego, y para asistirnos, tenemos a mano una historia fértil y un idioma poderosísimo.

Esta semana se cumplirá el natalicio de Félix Lope de Vega, el fénix de los ingenios, cumbre de la literatura universal y doblemente muerto ahora que el español ha sido desterrado. Debería hacernos temblar pensar tan sólo que el lenguaje con el que un poeta amó tanto -y otros a través de sus versos- va a quedar desguazado por la voracidad ideológica de unos gobernantes.

Una comunidad unida

Solo por inquina puede arrebatársele a un país la riqueza que nace de un idioma como el nuestro; sólo desde un profundo desprecio hacia los lazos que mantienen unida una comunidad, o por la firme decisión de volarlos por los aires, se puede hacer lo que el Gobierno perpetró la semana pasada, a modo de rodillo, pasando por encima de los partidos de la oposición y de la sociedad.

Pero hay algo más: una lengua como la nuestra rompe ante cada generación como las olas en la costa, dejándole todo un mar de enseñanzas. Y eso no gusta al Gobierno, tan obsesionado por el control de la verdad y, sobre todo, de la mentira. Sólo cercenando el idioma puede el Gobierno asegurarse que no haya más enseñanza que la que se desprenda del oficialismo, siempre sectario, siempre apocopado.

Es, además, revelador que en la misma reforma en la que el español deja de ser lengua vehicular, se amplíe la educación de ética y valores -o lo que el Ejecutivo denomina ética y valores, que a saber qué será. Revelador por cuanto pone al aire la realidad profunda de este Gobierno: que prefiere a Celaá dictando sobre libertad antes que a Unamuno o a Montero marcando lo que es el amor, antes que a Lope. Adriana Lastra -qué paradójico- lo dejó claro: ahora les toca a ellos.

El peso de la Historia

Y es normal su obsesión, porque el peligro que no sienten por la oposición o la sociedad puesta en pie, sí lo sienten ante un idioma y una cultura que trae consigo el peso de la Historia y la demostración, precisamente, de que no es cierto el mal que quieren insuflar: que no son irremediables.

El español es algo más que un idioma; es una comunidad que, además, traspasa nuestras fronteras. La amortización decretada por el Gobierno no podrá con él. Resistirá, sí, pero quizá como ruina y no como edificio (“Miré los muros de la patria mía/si un tiempo fuertes, ya desmoronados” escribió Quevedo). Piedra sobre piedra, habrá que edificar lo que ahora han derribado, recordando con Cervantes, a ese Lope del que esta semana celebramos su aniversario, y a este idioma que ahora quieren desterrar: “Yace en la parte que es mejor de España/una apacible y siempre verde Vega”.

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