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Opinión

¿Quo vadis, PSOE?

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante la asamblea abierta con militantes socialistas vascos

Hay que oír hablar a los clásicos populares del partido de toda la vida. Los que trabajaron lo indecible por las siglas en momentos críticos y quienes consolidaron la imagen de la formación que fundó en su día Pablo Iglesias en un aggiornamiento socialdemócrata que permitió al PSOE alcanzar el poder y transformar, de arriba a abajo, este bendito país. Hay que escucharlos porque dicen de todo y por su orden, críticas razonadas a la gestión, que no comprenden, de Pedro Sánchez y calificativos más contundentes utilizados para referirse a algunas figuras de la dirección. Especialmente dos mujeres que, por lo que se ve, es obvio que no gozan de aceptación indescriptible en el partido: la portavoz parlamentaria, Margarita Robles, y la vicesecretaria general, Adriana Lastra; a ambas deben de sonarles los oídos en estos últimos días, con una intensidad cercana a los tinittus.

 

Pedro Sánchez está incurriendo en un error ya clásico en el PSOE, como es confundir a la militancia con la votancia. Su empeño, presentado como gran iniciativa e idea brillante, de empoderar a las bases en detrimento del poder que han ejercido tradicionalmente los responsables regionales del partido, ha levantado ronchas territoriales que acabarán aflorando más temprano que tarde, por mucho que en una primera tacada haya reinado el silencio público -que no el privado- y toda disidencia se muestre descafeinada, con la ausencia de responsables autonómicos de primer nivel en la polémica reunión del Comité Federal, una reunión que, en opinión no ocultada de los críticos, acerca al Partido Socialista Obrero Español más a las tesis de Pablo Iglesias Turrión que a las de Pablo Iglesias Posse.

 

Ferraz prepara “una limpia” en las listas a las siguientes elecciones al Parlamento Europeo que dejará fuera de juego a Valenciano, Guerrero, Blanco y López Aguilar

 

Tras la recuperación de su posición en el partido, después de una travesía del desierto en la que se le presentaba como un loser, Sánchez quiere marcar territorio, dejar su impronta y vaporizar a quienes entiende que le segaron la hierba bajo los pies. Desde esa perspectiva hay que entender la negativa a la posibilidad de que Elena Valenciano, mano derecha de Rubalcaba en su etapa de secretario general del partido, lidere a los socialistas europeos en el Parlamento de Estrasburgo. Una larga cambiada, vía Carmen Calvo, ha dejado claro el perfectamente descriptible entusiasmo que tal posibilidad ha provocado en la calle Ferraz de Madrid donde, por cierto, se prepara una limpia en las listas europeas que dejará fuera de juego a la propia Valenciano, a Juan Fernando López Aguilar, a Enrique Guerrero y a José Blanco, entre otros futuros caídos por su vinculación y apoyo a Susana Díaz en los duros días de las primarias que Sánchez ganó contra todo pronóstico.

 

La última peripecia interna es la pretensión del actual secretario general de evidenciar la unidad, vía fotonoticia de prensa, en un acto en la Escuela Jaime Vera en la localidad madrileña de Galapagar, un clásico socialista de los viejos tiempos. Allí pretende comparecer en un photocall con todos sus antecesores: Felipe González, Joaquín Almunia, José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba. El problema es que, como cantaba Carole King,  It’s too late, y alguno de ellos no está dispuesto a prestar su imagen a mayor gloria de un líder en el que no cree y una unidad que brilla por su ausencia.

 

La idea de acercar el partido a los planteamientos de Podemos se revela como un error que terminará pagándose en las urnas

 

La gran pregunta hoy es ¿hacia dónde va el PSOE? Inmerso en una deriva errática que le acerca a las aguas del populismo podemita, el actual secretario general refuerza su liderazgo en un preocupante intento de culto a la personalidad al eliminar estructuras de contrapoder territorial que siempre han existido en el partido con el pretexto de que sean los militantes quienes tengan un efectivo poder decisorio en aquellas cuestiones más relevantes. Lo que a priori suena bien, no es sino una forma de eliminar oposición interna y blindar su cargo y su poder. Lo preocupante de la deriva socialista es la posición excéntrica que está adoptando el partido en el tablero de la política española. Si el gran mérito de Felipe González, tras abandonar el marxismo, fue convertir al PSOE en un partido de clases medias que se sentían cómodas en un planteamiento socialdemócrata europeo, alejado del comunismo, el intento de Sánchez de sacar a la formación de su espacio natural para acercarlo a planteamientos más radicales desde los que competir con Podemos, puede calificarse como un error que terminará sustanciándose en las urnas.

 

Y, dicho lo anterior, cabría pedir, por cierto, más valentía y arrojo a los ilustres socialistas que van rumiando su rencor por las esquinas y hablan con periodistas para quejarse de lo que no quisieron o no pudieron expresar, por ausencia o temor, en el Comité Federal de hace unos días. Las nuevas normas decretadas por Sánchez provocan malestar, y mucho, en los barones, pero uno de ellos, Guillermo Fernández Vara, las votó, y el resto están públicamente callados. No estaría mal un poco más de coherencia y decisión ante este camino socialista a territorio incierto, porque ya se sabe que cuando no se sabe a dónde se va, se corre el riesgo de llegar a la meta.

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