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Placeres a cielo abierto

Jardines, terrazas y rooftops son la mejor alternativa para el disfrute sibarita cuando comienza a apretar el calor. Siempre que la oferta enogastronómica esté a la altura, por supuesto, como en estos restaurantes.

Terraza de Dani Brasserie, en el hotel Four Seasons de Madrid.

Los sofocos llegan cada vez más pronto, qué remedio. El cambio climático ha querido que ya no tengamos que esperar a junio o julio para tener que refugiarnos en una terraza en la que encontrar la bocanada de aire para continuar disfrutando, entre bocado y bocado, de aquello que ya sabemos que tanto nos gusta: la buena mesa. Bien servida y mejor regada. Pero aunque las benditas terrazas afloran por todas partes, tampoco es cuestión de exponerse a la manduca incierta que se sirve en cualquier comedor de cielo abierto, porque –la experiencia ya nos advierte de ello– en la mayor parte de estos abrevaderos el sustento sólido apenas pasa el aprobado (y el líquido, a menudo, también).

Si se encuentra una propuesta tentadora, en un jardín urbano, un coqueto rooftop o incluso en un discreto patio interior alejado del mundanal ruido, donde la gastronomía esté a la altura… pues ¡gloria bendita! También, por supuesto, si la terraza en cuestión no está lejos de la ciudad y se asoma al mar Mediterráneo o a la bucólica campiña. Lo importante, siempre, es que el chef controle la situación y el sumiller esté en su cabales. Lo demás completa el marco perfecto para el clima y la situación que nos tocan.

Mesa en El Jardín de Santo Mauro Gresca, en Madrid. Hotel Santo Mauro.

Es justamente lo que sucede, en Madrid, en los insólitos y privilegiados oasis urbanos de los hoteles Ritz y Santo Mauro. Para el delicioso jardín de este último, el chef Rafa Peña, del restaurante Gresca, ha diseñado una propuesta exquisita, plena de sentido y sensibilidad –menos canalla que la de su casa madre en Barcelona, pero igualmente sabrosa–, donde el vino tiene un papel protagónico. También en el Mandarin Oriental Ritz, donde se ha hecho fuerte el chef Quique Dacosta con argumentos convincentes para todos los espacios del hotel. Allí, en el emblemático vergel de este alojamiento histórico, el cocinero ha creado un menú en colaboración con la marca de champagne Moët & Chandon donde afloran las influencias asiáticas, peruanas y mediterráneas. Y que se sirve, cómo no, con champagne.

Patio interior del restaurante Adobo/Adobar. Carrer del Milanesat, 19, Barcelona.

Pero hay muchas otras alternativas para comer a cielo abierto en Madrid en estos días –o noches– en los que el termómetro empieza a desmadrarse. Una opción divertida es el Penthouse by WOW, para el que se han recuperado las últimas dos plantas del antiguo hotel Roma, con varios rooftop sobre la concurrida Gran Vía, una estética vintage demencial –que incluye elementos de un estudio de grabación que funcionaba en el ático– y cocina a cargo de Javi Goya, líder del grupo Triciclo, que suele programar aquí cenas “a cuatro manos” con otros colegas talentosos, como Roberto Ruiz (Barracuda MX) y Aitor Arregi (Elkano).

Otra terraza madrileña de visita obligada es la de Dani Brasserie, que corona el suntuoso edificio del hotel Four Seasons. Allí, entre cúpulas, ángeles alados, dioses en carromatos y demás esculturas increíbles, el chef malagueño se ha afianzado y propone una gastronomía plena de sabor y genio, donde lo crudo se impone en el estío: atún de almadraba en diversas presentaciones, tartar de salmón en homenaje a Noma… Con excelente coctelería y buena sumillería.

En la capital abundan restaurantes que tienen terrazas a pie de calle. Como el excelente chino China Crown, el templo vinícola Berria, la arrocería Berlanga, o el bistrot contemporáneo Amicitia, de la joven cocinera riojana Lucía Grávalos. Y muchísimos otros que aquí no mencionamos: difícil confeccionar una lista que los abarque todos.

Mesa en el jardín del hotel Mandarin Oriental Ritz Madrid.

Como complicado es encontrar alguno –con buena gastronomía, insisto– que tenga una terraza interior tan confortable como la del barcelonés Adobo/Adobar. La casa de comidas de Enrique Valentí, en el distrito de Sarrià, además de acertar con una propuesta orientada a la tradición –y la técnica del adobo, en particular– es un lugar placentero que saca partido de su patio interior.

También en la capital catalana, para comer bien sin un techo sobre la cabeza, hay que acudir al hotel Alma. Allí el jardín es un edén. Y la cocina, a cargo de Giovanni Esteve, un valor seguro: vegetales en puntos perfectos, carnes y pescados de calidad a la parrilla. Platos sabrosos sin florituras en un marco ideal. ¿Qué más se puede pedir? Pues buena coctelería. El Alma también la tiene. Y ahora también ha habilitado el ático del hotel para completar su propuesta, que es prácticamente imbatible en Barcelona. 

Terraza de Far Nomo, con vistas al mar Mediterráneo.Passeig de Pau Casals, 64, Llafranc, Girona.

No obstante, quien se quiera alejar de la ciudad un poco para estar más cerca del mar,  puede llegar hasta Catalina, en Gavá, donde hay quien diría estar en las Baleares, más que a 20 minutos de la metrópoli. O bien ir más lejos: hasta Far Nomo, el restaurante del grupo Momo situando en el mismísimo faro de Sant Sebastià, entre las costas de Llafranc y Tamariu, en la Costa Brava. Allí se puede comer, cenar o tomar una copa durante todo el año, siempre con las mejores vistas del Mediterráneo.

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