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PRIMER ANIVERSARIO KABUL (II)

El pulso de un boina verde contra la muerte en Kabul: "El atentado frustró una extracción"

'Bernie' fue uno de los guerrilleros españoles que se presentó como voluntario para evacuar al personal afgano tras la crisis en la que se sumió el país hace un año

Era un pulso a vida o muerte: o llegaban ellos para evacuar a los afganos que se agolpaban junto al aeropuerto de Kabul o el destino de éstos enfilaría un camino más que incierto. Los militares españoles se enfrentaron hace un año -este mes se cumple el primer aniversario- a una de las misiones más complejas de su existencia, por la amenaza de atentado, por las complejas condiciones de seguridad y por el poco tiempo del que disponían para sacar a todos aquellos que habían tenido algún tipo de colaboración con las Fuerzas Armadas o con la legación diplomática española. La amenaza talibán se cernía sobre ellos. Haber tratado con las fuerzas occidentales era casi una pena capital.

El mundo convulsionaba ante los acontecimientos que se vivían en Afganistán. La ministra de Defensa, Margarita Robles, lo definió sin paliativos: "Tenemos que reconocer que la retirada de Afganistán supuso un fracaso evidente de la OTAN". El personal de la embajada española, policías del GEO y miembros de las Fuerzas Armadas trabajaron contrarreloj en una misión de destino incierto. Incierto porque no se sabía cuánta gente se iba a sacar. Primero iban a ser unos pocos cientos y rápidamente se superó con creces todas las expectativas.

Cuando el aeropuerto bullía en el más absoluto caos, el Ministerio de Defensa dio luz verde al envío de un equipo del Mando de Operaciones Especiales (MOE) del Ejército de Tierra. Boinas verdes, también conocidos como guerrilleros, son la élite del cuerpo, preparados para afrontar las misiones que requieren una precisión quirúrgica en un entorno hostil. Este suboficial, en conversación con Vozpópuli, fue uno de ellos. Él y el resto de sus compañeros se presentaron voluntarios para la intervención.

Conocía Afganistán, conocía el aeropuerto de Kabul, pero nunca se había imaginado verlo en esas condiciones. Gritos en el exterior, olores intensos y un ritmo extenuante marcaron su misión. No podía bajar los brazos. Hacerlo suponía perder una oportunidad para sacar a una familia más. Sólo hubo un elemento que frustró una extracción: el atentado que la sucursal del Estado Islámico en Afganistán perpetró junto al aeródromo, que se cobró más de un centenar de vidas, incluido personal norteamericano; el suboficial del MOE aún recuerda la presión que sintió en el pecho al enterarse de que no podía sacar a ese grupo de afganos tras el ataque terrorista.

Su testimonio forma parte de la serie de artículos que publica este diario con motivo del primer aniversario de la evacuación de Kabul, que arrancó este domingo con el relato del capitán Mario Peña, del Ejército del Aire, a los mandos de uno de los aviones que se desempeñó en la misión.

Voluntarios para Kabul

En esas fechas estaba de permiso junto a mi familia. Aunque fuera verano y estuviera de permiso seguía con inquietud todo lo que sucedía a través de los medios de comunicación, sabiendo que en cualquier momento podríamos ser activados para intervenir. Llegados al punto en que se encontraba el aeropuerto, los acontecimientos se podrían precipitar en cuestión de horas. Activaron a la unidad y todos éramos voluntarios para ir.

Una vez se dio la orden de activación, en cuestión de horas estábamos listos para desplegar. Aún así la orden de despliegue tardó varios días en llegar. Nos encontramos en la base. Cuando nos encontramos, tuvimos un punto de situación para actualizar toda la información que llegaba de zona. Una vez hecho esto, mi preocupación fue revisar todo el equipo necesario para el despliegue.

Miembros de las fuerzas armadas de Reino Unido y Estados Unidos participan en el aeropuerto de Kabul tras la proclamación del régimen talibán. EP

El viaje fue bastante tedioso, de varias horas en vuelo comercial con escala en Dubái, donde continuamos en un A400 ya totalmente equipados hasta Kabul. El vuelo es largo da tiempo a pensar muchas cosas, pero nunca esperas encontrar un escenario así. Tratas de descansar pero es imposible, los recuerdos de los últimos despliegues siempre están presentes. Intentas que esa espera sea lo más rápida posible y empezar cuanto antes.

Conocía perfectamente el aeropuerto internacional Hamid Karzai de Kabul, había pasado por allí en varias ocasiones tanto por la terminal civil como la militar. Las imágenes de afganos subidos al tren de aterrizaje de algunos aviones hacía prever el caos que allí reinaba. Una vez hicimos escala en Dubái y embarcamos en el A400, ya equipados y preparados para una toma en caliente, empezamos a pensar en qué nos íbamos a encontrar.

Una carrera contrarreloj

Ya había estado desplegado dos veces en Afganistán, de modo que conocía la zona y la idiosincrasia del pueblo afgano. A pesar de todo, me sorprendió la velocidad y el desasosiego con el que transcurría todo. Era una carrera contrarreloj en toda regla. La principal diferencia fue el trato con personal civil: aunque ya había tratado con la población local en anteriores despliegues, en esta ocasión la desesperación por dejar atrás el más que inmediato y seguro yugo talibán creaba un ambiente irrespirable. A ello había que sumar el calor, los días de espera en la improvisada frontera-acequia junto al aeropuerto y el caos que reinaba.

Todo parecía estar claro sobre nuestra manera de actuar. Pero el choque con la realidad nos hizo replantear algún detalle. Los compañeros del Ejercito del Aire y Policía Nacional que llevaban unos días allí ya tenían encarrilada la evacuación.

Era una autentica zona fuera de control, dejada… Los grupos de personas esperando a ser evacuados ocupaban cualquier zona habilitada o no para ese efecto, deshidratados, con quemaduras solares, al borde del colapso. Una vez allí se agudizan los sentidos, la vista deja de ser el más importante. La tensión, los olores, el calor, la permanente sensación de inseguridad, los coches destartalados, abandonados… Todo esto te sume en otro mundo que no se ve a través de la televisión.

Había cientos de personas esperando varios días para poder tener una oportunidad; muchos de ellos eran niños, no sabían qué hacían allí, a dónde se dirigían ni qué es lo que estaba sucediendo alrededor suyo

Cuando llegamos, la barrera que delimitaba la zona de extracción estaba constituida por una zanja de desagüe. El hedor era casi insoportable, el calor de agosto en Kabul hacía aún más dura su espera. Aún así había cientos de personas esperando varios días para poder tener una oportunidad; muchos de ellos eran niños, no sabían qué hacían allí, a dónde se dirigían ni qué es lo que estaba sucediendo alrededor suyo.

Una de las primeras misiones, el primer día que estuvimos en Abbey Gate, consistió en recuperar a una familia que llevaba varios días esperando a ser identificada. No querían meter a los niños en la zanja por miedo a que sufrieran algún accidente debido a los empujones, la aglomeración y la desesperación que impregnaba todo el lugar. El padre de familia fue a buscar a los pequeños, que se encontraban con otro familiar fuera del bullicio, y en cuestión de media hora estaban en el punto de espera para posteriormente trasladarlos al aeropuerto. Venían de Kabul y habían tenido algún tipo de relación laboral con el contingente español allí desplegado. No tenían más que palabras de agradecimiento hacia nosotros.

Una familia por evacuar

Estuvimos unos 10 o 12 días. Los últimos fueron realmente duros, sin apenas dormir para tratar de evacuar al máximo personal posible. No había ningún tipo de servicio, la basura se amontonaba por todas partes, no había agua y las constantes amenazas no nos dejaban extraer a todas las personas que aún seguían allí, ya que las puertas se cerraban por periodos intermitentes.

Hacía apenas 30 minutos que se había cerrado la puerta cuando se produjo el atentado y ya no podríamos volver a por nadie más. Estábamos a punto de extraer a una familia afgana que estaba al otro lado de la zanja esperando a que lo recuperáramos. Habíamos hablado con ellos y estaba todo listo. Pero sólo pudimos decirles que se fueran, que el riesgo de atentado era inminente.

Tras el atentado no estaba seguro de si habían conseguido escapar. Por fortuna consiguieron salir del país meses más tarde, aunque yo en aquel momento no lo sabía. Me sentía especialmente cabreado por haberles dejado allí. Una vez se produjo el atentado, nuestro paramédico se dirigió al ROLE para prestar su ayuda en caso necesario. El resto de nosotros tomamos posiciones en los exteriores del edificio donde estábamos alojados. Era de noche y las luces se apagaron, estaba convencido de que esa explosión se vería seguida de cualquier otro ataque, ya conocía la manera de actuar talibán.

Volví con sensaciones encontradas. Muchas personas se habían quedado allí abandonadas a su suerte. A pesar de eso también con satisfacción por haber hecho lo imposible para tratar de dar una oportunidad a ese pueblo, no sólo esos días, sino también en despliegues anteriores. Ahora es muy difícil volver a Afganistán, pero nunca se sabe. Los recuerdos se mezclan. Sin duda una parte de mi vida está allí.

Afganos en el aeropuerto de Kabul.

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