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Cultura

El albañil que salvó a Primo Levi en Auschwitz

Prisioneros en Auschwitz.
Prisioneros en Auschwitz.

Primo Levi no se consideraba un verdadero testigo, él confesaba que su mirada no se llegó a cruzar con la Medusa del exterminio de las SS: “Nosotros, los que sobrevivimos a los campos de concentración no somos testigos verdaderos. Nosotros somos los que, a través de la prevaricación, la habilidad o la suerte, nunca tocamos fondo. Los que estuvieron y vieron el rostro de la Gorgona, no regresaron, o regresaron sin palabras”.

Pero las memorias de Levi, plasmadas en Si esto es un hombre, siguen siendo uno de los relatos obligados para entender la supervivencia dentro de las trituradoras del Holocausto. Estadísticamente, todos los que salieron de Auschwitz, Sobibor, Belzec, Treblinka... son la excepción matemática, un cupón de lotería premiado. La inmensa mayoría de las personas que que cruzaron la alambrada de alguno de estos centros no volvió a salir. 

Levi “tuvo suerte” y fue transportado al campo de Monowitz, uno de los campos de trabajo de Auschwitz en el que la esperanza de vida media no llegaba a los seis meses. Centros de esclavitud en los que los prisioneros eran obligados a trabajos forzosos, envueltos por la enfermedad, el hambre y el hacinamiento.

La “fortuna” de estos internos consistía en que no los gaseaban nada más llegar su destino y su supervivencia estaba marcado por el aguante que mostraran en los trabajos. Pero el horror se ve reflejado en las cifras, de los 650 prisioneros italianos que acompañaron a Levi, solo una veintena salieron del campo cuando fue liberado por el Ejército soviético en enero de 1945.

Levi también pudo librarse durante algunos meses de los trabajos más duros gracias a su formación como químico. 

Todos los relatos de supervivientes están salpicados de pequeñas anécdotas que representaban la diferencia entre la vida o la muerte: conseguir un trozo de pan para no desfallecer, estar o no estar en el sitio adecuado en el momento de una represalia que terminaba en ejecución, o simplemente no contagiarse o resistir a alguna enfermedad mortal... La cadena de casualidades que en el caso de Levi le permitió salir de Auschwitz fue posible a un obrero italiano casi analfabeto y taciturno cuyas primeras palabras hacia Levi fueron de desprecio.

“Claro, con gente como esta...”, espetó Lorenzo Perrone cuando, subido en un andamio, pidió a Levi que le pasara un cubo con cemento y a este se le cayó al suelo. Levi tenía 24 años acababa de salir de la universidad, y en su vida anterior a los nazis había sido un burgués con una pequeña fortuna. Ahora era solo un número más, un judío esclavo que cavaba y ponía ladrillos en la construcción de una nueva planta de productos químicos para la I. G. Farben.

Su humanidad era pura e incontaminada, se encontraba fuera de este mundo de negación. Gracias a Lorenzo no me olvidé yo mismo de que era un hombre

Carlo Greppi, historiador de la universidad de Turín y autor de El hombre que salvó a Primo Levi cuenta que descubrió la figura de Perrone visionando un documental sobre la solidaridad de los italianos con los judíos. "Entre las escenas que más me conmovieron hubo una en la que el propio Levi contaba, con su habitual serenidad, lo mucho que le había ayudado a sobrevivir un hombre silencioso", señala el historiador.

Obrero emigrante

Perrone era pura clase obrera nacido en una casa de tres habitaciones para ocho personas, en un ruinoso barrio de pescadores de Fossano, una localidad alpina cerca de la frontera con Francia. De padres obreros y hermanos hojalateros, Perrone tenía 40 años cuando se encontró con Levi en Auschwitz, después de haber emigrado a Francia para trabajar fue enviado a uno de los complejos del infausto campos. Perrone no era otro interno de Auschwitz, sino un trabajador italiano de origen piamontés que trabajaba cerca del infierno. 

Desde aquel primer encuentro, Lorenzo llevó comida a Primo a diario, a sabiendas que se estaba jugando el pellejo por esa relación con un judío. “Para evitar que nos vieran juntos acordamos que, cuando él llegara por la mañana a su puesto de trabajo, dejaría la gamella en un escondite convenido, bajo una pila de mesas. La cosa funcionó durante unas semanas”.

Tras la guerra, siguieron en contacto y Levi le ayudó económicamente a Perrone que terminó sus días con tuberculosis. “Su humanidad era pura e incontaminada, se encontraba fuera de este mundo de negación. Gracias a Lorenzo no me olvidé yo mismo de que era un hombre”, reconoció Levi, que alargó la memoria de Lorenzo dando a sus hijos, Lisa Lorenza y Renzo, el nombre de aquel taciturno ángel de la guarda que le salvó en Auschwitz. 

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