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Nigel Kennedy: el violinista punk que toca música clásica y odia la corrección política

Artífice del disco más vendido de la música clásica, publica su libro de memorias ‘Uncensored’, junto a un recopilatorio, y reivindica la meritocracia frente a la política de las identidades

El violinista Nigel Kennedy

Cuando en noviembre de 1988 apareció Nigel Kennedy en el Auditorio Nacional de Madrid para ensayar, no pocos músicos de la Orquesta Nacional pensaron que se les había colado un espontáneo. Kennedy, que iba a interpretar el concierto para violín de Brahms, había dado ya que hablar, pero aún no había logrado la espectacular notoriedad que alcanzaría unos meses después, en 1989, con su versión de las Cuatro estaciones de Vivaldi, de la que vendería 3 millones de discos, convirtiéndose en la grabación de música clásica más exitosa de la historia.

Pero era difícil imaginarlo entonces, al verle aparecer por la puerta equivocada, con su pelo en forma de cepillo, vestuario informal, botas militares y una funda de violín recubierta con tela de saco que escondía en su interior la caja fuerte de un Stradivarius. Fue sacar el instrumento, y empezar a afinar, y los músicos se pusieron firmes en sus asientos. Aunque el estupor no desapareció del todo, pues Kennedy se acompañaba de leves golpes rítmicos de sus zapatos a modo de percusión. Pero no quedaba otra que rendirse a su talento y a su energía. El día del concierto apareció más elegante: con un traje amplio decorado con imperdibles de todos los tamaños en las perneras de los pantalones.

Hoy, cerca de 35 años después, aquel violinista ha decidido echar la vista atrás con su libro de recuerdos Uncensored (Sin censura), editado en inglés, y una caja de tres discos que recogen una selección de éxitos y grabaciones inéditas o poco conocidas. En Uncensored proclama lo que ha sido su propósito desde el principio: acercar la música clásica a todos, para liberarla del exceso de pomposidad y de su apropiación por una élite de “condescendientes aspirantes a la alta burguesía”.

De hecho, su célebre primera versión de Las cuatro estaciones (ha grabado otras dos más, amén de decenas de versiones distintas desperdigadas en sus conciertos) nace justamente de esa necesidad: los amigos con los que Nigel iba al fútbol -es un gran aficionado al Aston Villa- disfrutaban cuando tocaba música folk, o jazz, pero no con su faceta clásica, pues decían que todo les sonaba igual. Kennedy se dispuso a cambiar eso. “¿Y si en vez de intentar convencerles diciéndoles que es una música inteligente lograra que simplemente la disfrutaran?”, explica. Y añade: “Cuando grabé Las cuatro estaciones no tenía intención de cambiar la música clásica, pero sí quise ir contracorriente del modo triste como la obra se interpretaba por entonces”. 

¿Y cómo lo hizo? Por la vía de acentuar los contrastes. Hacer lo rápido más rápido, lo lento más lento, y lo bajo más sutil o íntimo. “Mi grabación quería ser un antídoto de las modosas y autosatisfechas interpretaciones de la música ‘auténtica'”.

Nigel Kennedy sin censura

Desde el principio de su carrera, Nigel Kennedy fue un violinista de gustos musicales abiertos que se desmarcó del sentimiento de superioridad cultural que veía en su entorno. Pero aún cabría decir más. Y es que, tal y como reconoce en Uncensored, la aproximación a la música de aquellos músicos que denomina ‘la aristocracia del rock’ ha influido enormemente en su propia forma de entender la música. Así, alaba su capacidad para componer temas hermosos y sencillos, frente a la rigidez de los músicos clásicos y de buena parte de los de jazz “que no conciben que pueda haber algo más importante que el sistema y la complejidad”. Desde su perspectiva, los intérpretes que están obsesionados con la perfección, que tienen miedo a cometer un error, “pierden la posibilidad de ofrecer un dibujo más amplio”.

A mis 64 años, mi modo de expresarme puede ser considerado políticamente incorrecto por la policía del pensamiento actual", lamenta

“Mucha gente no tiene tiempo para disfrutar un pomposo tema de 15 minutos”, asegura. Y sugiere que el éxito popular de la célebre obra de Vivaldi puede tener que ver con que se trata de 12 movimientos breves “con maravillosas y accesibles melodías y vibrantes ímpetus rítmicos”. Kennedy aprendió de los músicos rock que “serio no significa solemne, santurrón o triste”.

Si la pomposidad del mundo clásico molesta a Kennedy desde el principio, en los últimos años una nueva realidad se ha sumado a sus preocupaciones: el auge de la corrección política. Nada más empezar sus memorias lo advierte: “A mis 64 años, mi modo de expresarme puede ser considerado políticamente incorrecto por la policía del pensamiento actual, especialmente cuando creo estar siendo gracioso”. Para proclamar a continuación: “Toda mi vida la he dedicado a derribar las barreras entre la gente”.

Le preocupa especialmente la deriva políticamente correcta de la BBC, que en tiempos fue orgullo de los británicos pero ya no, si nos fiamos de su criterio. “Es una vergüenza ver el declive de lo que una vez fue una gran institución británica”, escribe en sus memorias. “Pero la combinación de discriminación positiva, la ausencia de meritocracia y una línea editorial afectada y meliflua será el final de esta cadena en la que hemos enterrado una increíble cantidad de dinero”.

En declaraciones al Daily Mail Kennedy, que se considera políticamente de izquierdas, puso como ejemplo que una cantante dedicara su actuación en la BBC a las personas transgénero del mundo, pese a que aquello no tenía nada que ver con lo que iba a interpretar. “Respeto a todos, sea cual sea su género, pero la meritocracia es lo que estamos buscando”, aseguró. “Esta insistencia en las cuotas y la igualdad de resultados… debería haber igualdad de oportunidades para todos, siempre y cuando estén preparados para trabajar duro”.

Durante un ensayo propio, a modo de réplica humorística, les dijo a los músicos: “Me gustaría dedicar mi parte de la actuación a todos los heterosexuales olvidados y desplazados del mundo”. Pero aquella dedicatoria fue recibida con desdén y recelo.

El estrecho corsé de la solemnidad

Otro ejemplo más: Kennedy, que es decididamente antielitista, era reacio a las exhibiciones de banderas y patriotismo propias de los Proms (los festivales de música de la BBC) “pero ahora que todos en los medios de comunicación son tan antiblancos británicos, mis sentimientos se han vuelto más tolerantes”.

Kennedy sigue siendo una figura respetada, pero que se mueve fuera de los grandes escaparates del éxito de masas, como él siempre prefirió, más allá de la distorsión que provocó el inmenso éxito de su disco más popular, en el que interpretaba la obra cumbre de Vivaldi con una energía rock y un vigor que sorprendieron al público de la clásica, y que ganaron para la causa, siquiera provisionalmente, a muchos legos en la materia. Un fragmento del tercer movimiento del "Verano", grabado durante un concierto, acumula en YouTube 1,3 millones de visualizaciones, como testimonio de aquel éxito arrollador.  

Nigel fue apadrinado por el mítico Yehudi Menuhin y recibió clases de Nadia Boulanger, influencia crucial en su trayectoria

Desde entonces, Nigel Kennedy ha hecho, en gran medida, lo que le ha dado la gana. Grabó con la Kroke band un disco de música 'klezmer' East meets west, uno de sus trabajos no clásicos más disfrutables; reinterpretó con su violín la música de Jimi Hendrix en The Kennedy experience, y luego la de los Doors; recuperó el gusto por el jazz de sus años juveniles, cuando conoció a Stephane Grappelli y a Dizzy Gillespie, grabando standards y temas de Gershwin y Ellington, algunos de ellos para el mítico sello Blue Note; e incluso se ha atrevido a registrar discos sólo con composiciones propias, de interés irregular. Y todo ello sin abandonar el repertorio clásico, con especial incidencia en Bach y Vivaldi, pero que también incluye los referentes del violín (Mendelssohn, Bruch, Beethoven, Brahms, Elgar, Tchaikovski, Sibelius…) sin olvidar otros menos conocidos como Karlowicz.

Entretanto, sus conciertos siguen siendo un espectáculo -una buena muestra es el de la Citadelle, disponible en vídeo - en el que su acercamiento informal y nada afectado al repertorio no es incompatible con el extremo rigor y precisión interpretativos-. Su objetivo es liberar a la música clásica del estrecho corsé de la solemnidad. Y, desde luego, predica con el ejemplo desde el vestuario, habitualmente camisetas de su club de fútbol, y casi nunca nada parecido al traje formal de un concertista. Sus recitales son una fiesta llena de alegría y energía. Kennedy es un músico feliz que disfruta en el escenario y quiere que los demás músicos, y el público, lo hagan también. No por casualidad grabó dos conciertos con Bobby McFerrin, otro profeta del buen rollo.

Pero ¿qué secretos nos desvela Kennedy en sus memorias? Sorprendentemente, el libro se inicia con una selección de fotografías en las que descubrimos que su pasión por la música le viene de su abuelo Lauri Kennedy, que fue el principal chelista de la Orquesta Sinfónica de la BBC entre 1929 y 1935, y que llegó a grabar con el cuarteto de Fritz Kreisler. Su padre, John Kennedy, que abandonó a la familia, fue solista de chelo de la Filarmónica de Londres que dirigía Thomas Beecham. Pero Nigel Kennedy ‘traicionó’ la tradición familiar y prefirió seguir el ejemplo de su prima segunda australiana Daisy Fowler Kennedy, que fue una famosa violinista de concierto. Nigel será protegido y apadrinado por el mítico Yehudi Menuhin en su escuela, donde se encontrará con la pedagoga Nadia Boulanger, una influencia tan crucial en su trayectoria como la del maestro de violinistas.

Tras Menuhin, nos encontramos con un Nigel ya no tan niño, pero apenas adolescente, en la compañía del violinista de jazz Stephane Grappelli, un mito del jazz, que formó pareja durante años con el guitarrista gitano Django Reinhardt. “Con Stéphane Grappelli, la persona que más cerca estuvo de ser mi ídolo”, explica el pie de foto. “Mi experiencia de tocar con él cambió mi vida. Gracias, Stephane, por abrir a tantos de nosotros la puerta para tocar el violín de muy distintos modos. Dijiste de mí que era tu nieto musical y es un honor estar en tu familia”.

No ahorra recuerdos de su contacto con el trompetista bop Dizzy Gillespie, e incluso comparte una foto con la cantante pop Kate Bush, del año 1987, en la que su pelo empieza a volverse rebelde, pero sin alcanzar aún su aspecto definitivo. Poco antes, en 1985, había logrado ‘Disco del año’, de Gramophone por su concierto para violín de Elgar. Ese mismo año tocará con Paul y Linda McCartney en el Top of the pops estadounidense. Es una época en la que al otro lado de su puerta, llamando al timbre, podía estar el mismísimo Sean Connery, ya célebre como James Bond. Otra foto le muestra en un concierto caritativo promovido por la princesa Diana de Gales ante la mirada del mismísimo George Martín, el quinto Beatle, productor de los Fab four, quien, unos años después, en el 2000, le entregará el premio a la 'Excepcional contribución a la música' en los Classical Brit Awards.

En marzo de 2004 nos encontramos a nuestro violinista ‘punk’ favorito tocando en el Royal Albert Hall de Londres con The Who, mano a mano con Roger Daltrey y Pete Townshend. Tras unos ensayos bastante tensos, en los que Townshend nunca parecía estar conforme con nada de lo que hacía, Kennedy se plantó: “Mira, si no te gusta el modo como toco no hay problema; estoy deseando llevar a mi hijo al parque. Si tú estás a disgusto, yo lo estoy también y eso no sirve a nadie”.  Tras aquel encontronazo, el guitarrista cambió de actitud, y todavía más lo hizo en el concierto. “Empecé a tocar y la magia lo invadió y lo trascendió todo. Pude ver a Roger Daltrey meterse de lleno y a Townshend respaldándome como ningún otro guitarrista podría. (…) Fui elevado por el poder colectivo de la banda y él solo fue un triunfo”, recuerda el violinista británico en Uncensored.

Y es que Kennedy, que se formó rodeado de tantos referentes poderosos, siempre tuvo claro que no llegaría a ninguna parte si no buscaba su propia voz. “Ser el mejor Kennedy iba a ser siempre mejor que ser un pseudo Menuhin o pseudo Grappelli. Me parece que se trata de dar algo único, no ser una copia”.

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