Quantcast

Cultura

Cine

Secretos y mentiras de la matanza de jesuitas españoles en El Salvador

'Llegaron de noche' reflexiona sobre la impunidad, el ocultamiento y la dificultad que a menudo tiene la verdad incómoda para abrirse paso

Secretos y mentiras de la matanza de jesuitas españoles en El Salvador
Karra Elejalde en una escena de la película.

Para quien no lo viviera hace 32 años, es difícil hacerse una idea de la conmoción que provocó en España la matanza de los jesuitas en El Salvador, tragedia que inspira la última película de Imanol Uribe, Llegaron de noche. Ocurría el 16 de noviembre de 1989, apenas una semana después de las revueltas populares que llevaron a la caída del Muro de Berlín. Empezábamos a concebir la ilusión del fin de la Historia -aunque el concepto se acuñaría después- y la masacre nos despertaba del sueño.

El suceso estuvo emborronado desde el principio por las mentiras del Gobierno de El Salvador, como revela la película, pero también por la complicidad del Gobierno de EE.UU., FBI mediante. Las peores fake news, entonces como ahora, son las que lanzan y promueven quienes detentan el poder. De eso trata Llegaron de noche, de cómo la verdad se entierra y de cómo busca el modo de abrirse paso. O, como canta Javier Ruibal en el tema que cierra la película, cómo la verdad “quiere ser dicha”. La película de Uribe se pone al servicio de este necesario propósito.

La matanza ocurrió en un país centroamericano, como muchos otros desmanes de aquellas décadas. De esos que tenían a la CIA como protagonista, o cómplice. Pero en esta ocasión golpeaba a españoles. Y, además, sacerdotes. Y progresistas, y próximos a la Teología de la liberación que, por entonces, tenía muy buen predicamento en la opinión pública. Fue todo un mazazo.

No se había desatado aún el actual desdén antirreligioso, pero, incluso en ese escenario hostil, Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno y el salvadoreño Joaquín López hubieran sido eximidos. Aquellas víctimas eran la nueva encarnación del sacrificio del inocente. Los nuevos cristos eran crucificados a balazos tras ser obligados a postrarse en el patio de su residencia en la universidad, la UCA, de noche, con nocturnidad y alevosía. La escena que recrea esos hechos es estremecedora, e impacta en su terrible y sencilla desnudez. A destacar el extraordinario uso emocional que Imanol Uribe realiza del rezo del 'Padre nuestro' con el que los religiosos afrontan sus últimos instantes. No hace falta ser creyente para sentirse conmovido por una tragedia áspera, dura y sucia.

Jesuitas acribillados

Y si los jesuitas eran los inocentes sacrificados por las fauces del poder y del interés más indigno, más inocentes todavía eran la limpiadora salvadoreña Elba Ramos y su hija adolescente Celina, que murieron sólo porque pasaban por allí, porque tuvieron la mala suerte de ser involuntarios testigos de unos hechos que debían ser ocultados. La culpa tenía que ser de la guerrilla.

Desde el principio se quiso encubrir los asesinatos acusando con pintadas al FMLN, una posibilidad que ni siquiera el propio Ellacuría descartaba en vida: “Si vienen de día, será la guerrilla; si vienen de noche, será el Ejército”, solía decir. De ahí el título de la película. Pero la convicción moral apuntó enseguida en la dirección de la responsabilidad del Ejército, aunque la justicia ha sido mucho más lenta y, más de treinta años después, aquel crimen sigue, en gran medida, impune, y la memoria de su recuerdo ha adelgazado, como la indignación que produjo.

El principal delito de los jesuitas era buscar la paz en un momento en el que había muchos intereses para que el conflicto con la guerrilla del FMLN no terminara”

Y, sin embargo, la película de Imanol Uribe no puede ser más oportuna. Como en un guiño cómplice de la Historia, pocos días antes de su estreno, un tribunal salvadoreño dictaba orden de busca y captura contra el expresidente Cristiani, por un presunto delito de omisión en el atentado contra los jesuitas. El juicio se había abierto allí dos años antes, tres décadas después de los hechos. En España la justicia fue algo menos lenta y en 2020, la Audiencia Nacional condenó a 133 años de cárcel a Inocente Orlando Montano Morales, coronel y viceministro de Seguridad Pública del Ejército de El Salvador en el momento de los hechos. Pero ni los autores materiales ni los inductores intelectuales han sido condenados. La tragedia todavía no ha sido reparada.

“El principal delito de los jesuitas era buscar la paz en un momento en el que había muchos intereses para que la guerra con la guerrilla del FMLN no terminara”, explica a Vozpopuli Uribe, director vasco nacido en El Salvador, donde pasó los primeros siete años de su vida, y donde veraneó hasta los doce. “Yo vivía en una burbuja, en una colonia de extranjeros, ajeno a la gran desigualdad social que padecía el país. Por eso tengo unos recuerdos idílicos de esos años. Y El Salvador de los años 50 no era como el de después”, recuerda el autor de Días contados.

La posibilidad de hacer una película sobre estos hechos le rondaba por la cabeza a Uribe desde hacía tiempo. No sólo por su condición de ‘vasco salvadoreño’, sino también como ex alumno de los jesuitas y por la admiración que le tenía a Ignacio Ellacuría (Karra Elejalde en la película) y su compromiso en favor de la justicia y los desfavorecidos. Pero no sabía cómo meterle mano. Hasta que descubrió la terrible peripecia humana de Lucía Barrera de Serna y de su familia.

Presiones del FBI

Toda la película gira en torno a ella, interpretada por una eficaz y apasionada Juana Acosta que transmite, sobre todo, con su mirada. Lucía había oído el tiroteo y vio salir a los militares de la universidad, pero, además, se sentía en deuda con aquellos “padrecitos tan buenos”, con ella y con todos los que lo necesitaban, y quiso simplemente contar la verdad. La película cuenta, con una estructura basada en constantes saltos en el tiempo, la pesadilla que supuso para ella y los suyos tomar esa decisión tan aparentemente sencilla. Hacer lo correcto en según qué contextos desquiciados puede conllevar una actitud heroica.

Llegaron de noche narra bien todo esto, con el estilo lacónico y nada efectista de Uribe, enemigo de toda retórica y de todo énfasis formal innecesario. Como describe bien el coprotagonista Carmelo Gómez, que interpreta al padre Tojeira, el relato “bombardea al espectador con una lluvia fina emocional, una especie de chirimiri, que finalmente le deja calado”. Hay un cierto desaliño en Llegaron de noche que contribuye al tono documental del film, y a transmitir esa sensación de precariedad de un mundo y de unas vidas en un contexto difícil, pero no es fácil saber si la película funciona gracias a él, o a su pesar.

A los padres los mataron soldados. Lo sé, y también sé que no lo merecían porque eran las mejores persona", explica Lucía

Tras declarar la verdad, Lucía Barrera huyó a Miami en busca de mayor seguridad, pero ella y su familia fueron capturados por el FBI, que los mantuvo secuestrados durante ocho días. Ese episodio es el centro de la película. Y fue una pesadilla, pues el FBI los mantuvo aislados, casi sin comer y sometidos a una intensa presión psicológica que buscaba doblar la voluntad de Lucía y que se desdijera. Llegaron de noche relata sobriamente, pero con eficacia, ese asedio a su voluntad, a medio camino entre el interrogatorio insidioso y la tortura. La película no muestra violencia física, luego no debió haberla, pero sí transmite la sensación de asfixia y la humillación a que fueron sometidos esos seres sencillos que tan sólo querían contar la verdad y que pagaron un precio desmedido por ello.

“A los padres los mataron soldados. Lo sé, y también sé que no lo merecían porque eran las mejores personas. No soy yo quien insiste, es la verdad quien insiste y quien quiere ser dicha, y pelea por ser dicha. Yo sólo la cuento”, dice Lucía a los agentes durante uno de los interrogatorios en los que la presionan para que no insista más en sus ‘mentiras’ y confiese al fin la ‘verdad fake’ que ellos quieren oír.

Es de la verdad cruda, sólida, fáctica, de la que trata la última película de Imanol Uribe. Una verdad que no es relativizable, aunque se intente tapar con ‘hechos alternativos’. Y una verdad que es, al tiempo, fuerte y frágil. Fuerte, porque puede derribar gobiernos -tal es el motivo por el que se intenta acallar- y porque su luz no se apaga con las sombras del ocultamiento ni con el paso del tiempo. Pero débil, al tiempo, porque sólo la voluntad de las personas, y su tesón y determinación para defenderla, la mantienen en pie. Más allá de hacerle justicia a la matanza de los jesuitas de El Salvador, de esto trata Llegaron de noche.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.