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Política

Así nació el enfrentamiento entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón

Pablo Iglesias e Íñigo Errejón.

Podemos es un partido que a lo largo de sus cinco años de acción ha revolucionado el panorama político español. Su irrupción, desde las primeras elecciones europeas en 2014, se ha dirigido a atacar el bipartidismo, inspirado en los argumentos del 15-M. En parte ha logrado su objetivo: PSOE y PP han perdido peso electoral, aunque de momento se mantienen como los únicos partidos de gobierno. Desde entonces Podemos, salpicado por las traiciones internas, la desconfianza, el hiperliderazgo y la falta de arraigo territorial, ha perdido fuelle. Aquí mando yo, historia íntima de Podemos (Esfera de los libros), escrito por el periodista de Vozpópuli  Luca Costantini y que sale a la venta el próximo miércoles 23 de octubre, analiza los logros y los errores del partido morado, ofreciendo detalles novedosos, perfiles de los protagonistas y un relato envolvente del que este diario desvela en exclusiva un fragmento.

Se trata de uno de los momentos incipientes del enfrentamiento entre Iglesias y Errejón, que, contrariamente a lo que se cree, no comenzó en la antesala del congreso de Vistalegre II, sino que se fraguó en una reunión que tuvo lugar cerca de Madrid, poco después de las elecciones europeas de 2014, cuando el partido morado se presentó en la arena política con cinco eurodiputados.

Aquí mando yo

En los libros y artículos publicados hasta ahora sobre la historia de Podemos, y la desavenencia entre los fundadores, se comparte una tesis que es errónea. Lo que se argumenta es que Iglesias y Errejón fueron uña y carne hasta la decisión de no apoyar al gobierno de Pedro Sánchez y Albert Rivera y de precipitar la reelección de Mariano Rajoy. Lo que en teoría podría parecer un conflicto de estrategia política no fue ni tan siquiera el trasfondo de esta historia. Errejón, de hecho, nunca expresó oficialmente su apuesta por la abstención a Sánchez y Rivera. Aquella fue una argumentación que él dio a posteriori para justificar su alejamiento de Iglesias, que, sin embargo, se fraguó mucho antes. Concretamente, en junio de 2014, tan solo dos semanas después de la primera gran victoria política de Podemos. En aquellas elecciones europeas de mayo, Podemos rezaba por sacar como mucho un diputado. Hubiera sido un buen resultado para un partido todavía instrumental y recién estrenado. En la noche electoral la sorpresa fue mayúscula. Logró 1,3 millones de votos y cinco eurodiputados, y se convirtió en la gran sorpresa de los comicios. Una de las claves de aquella victoria fue la intuición de Íñigo Errejón de poner en las papeletas el rostro de Iglesias, conocido tertuliano en televisión, en lugar del símbolo del movimiento. Pasada la resaca de la fiesta electoral, que según Iglesias fue más sobria de lo esperado, el núcleo fundacional de Podemos supo que aquello no era algo esporádico y que había que trazar un proyecto que superara a Izquierda Unida, y mirara ahora directamente al todopoderoso PSOE. «Tras las elecciones europeas, habíamos quedado en casa de un amigo, tarde, para tomar unas cervezas y relajarnos tras muchos meses de duro trabajo. Pero nos dimos cuenta de que teníamos muchas cosas que hacer, que esto era solo el principio y que debíamos irnos a dormir. Esto para los más jóvenes del equipo fue duro. Debía ser un momento feliz y, sin embargo, fue un momento de máxima responsabilidad», relató el propio Iglesias años más tarde.

Después de las elecciones europeas, los fundadores de Podemos se citaron para un fin de semana en la sierra. Ese retiro entre Segovia y Madrid había sido un lugar casi germinal de la actividad política de los fundadores de Podemos. En el pueblo de Valsaín, Iglesias, Errejón y otro profesor de la Complutense, Ariel Jerez, compartían un piso en alquiler. Solían reunirse con sus respectivas parejas, Tania Sánchez y Rita Maestre, y debatir sobre series, televisión y política. En la Complutense, donde los dos compartían un despacho, se les denominaba «el club de Valsaín». Monedero también tenía un piso por la zona, y hasta Ramón Espinar llegó a alquilar otro. El entorno bucólico y el bar del pueblo eran lugares donde los investigadores universitarios pusieron los cimientos del proyecto político inspirado en la España de los indignados.

Portada de 'Aquí mando yo. Historia íntima de Podemos'

El idilio, no obstante, duró poco. «La política arruina las relaciones personales, os daréis cuenta de ello», les comentaron desde América Latina a algunos dirigentes de Podemos. El descanso de la sierra después de las europeas debía servir para dar respuesta a la frase que todos pronunciaban: «Ahora habrá que hacer algo». Sabían que la reunión debía trazar la hoja de ruta de Podemos con las elecciones autonómicas y municipales a la vista. Durante sus charlas, el grupo de los fundadores debatió sobre cómo afrontar el ciclo electoral. Monedero sostuvo que él podía ser el mejor candidato a la alcaldía de la capital, pero los otros enfriaron su ambición. Consideraban que su perfil no sumaba, sino que restaba. Finalmente cedió ante una todavía desconocida Manuela Carmena. Por otro lado, hacía falta asignar el puesto de salida para la Comunidad. Los presentes pensaban en Errejón. Pero el aludido rechazaba inmediatamente la oferta. Miraba al Congreso y no quería perder de vista lo que de verdad le gustaba. El ámbito local no le ha llamado la atención, de ahí que su plataforma Más Madrid sirva ahora como trampolín para alcanzar la cumbre de la política nacional.

El rechazo de Errejón despierta las sospechas de Iglesias. El líder del partido cree que él ha levantado el proyecto de Podemos, y exige espíritu de sacrificio a sus compañeros. Considera que él también se sacrifica al haberse convertido en un pararrayos de todas las polémicas que surgen en los medios. Así que comienza a molestarle esa velada superioridad de su joven amigo, quien habla como si fuera artífice del éxito electoral de los morados.

Iglesias había llegado al encuentro seguro de sí mismo. El rostro visible de Podemos (todavía candidatura de Unidad Popular Podemos) había acertado todos sus movimientos. Había dado el paso por ambición personal y con cierto rencor por la decisión de IU de excluirle de la lista comunitaria, pero no le faltaba valentía y el resultado había sido espectacular. En las europeas casi iguala a los excompañeros de IU: cinco escaños a seis por la lista de Willy Mayer y la entrada en las instituciones europeas significa visibilidad y dinero. Era una oportunidad de oro. Además del sueldo de diputado, los representantes europeos manejan unos 200.000 euros al año para sus asistentes. El control de la Cámara europea sobre ese dinero es muy laxo, así que es habitual que se desvíen a asuntos organizativos. Podemos comienza a rodar de verdad con ese dinero europeo, que Iglesias y los otros diputados del partido, Teresa Rodríguez, Carlos Jiménez Villarejo, Lola Sánchez y Pablo Echenique, entregaban a la formación. Por su parte, Errejón estaba convencido de que él era ideólogo de un movimiento destinado a hacer historia. En las reuniones hablaba y hablaba y hablaba. Comentaba cuál era la estrategia a emprender, quiénes debían ser los aliados, por dónde había que buscar los votos y con qué palabras apelar a ellos. Ante ese protagonismo, en la cabeza de Iglesias comienza a manifestarse la idea de sentirse un títere de un chico que tiene cinco años menos que él y que se proponía como deus ex machina del nuevo fenómeno político.

Durante esos días de descanso en la sierra, Iglesias y Errejón protagonizan la primera gran pelea destinada a convertirse en un enfrentamiento secreto y sin cuartel. A Iglesias le fastidia el protagonismo que su amigo Errejón quiere alcanzar. Sabe que los dos se complementan. Errejón maneja bien el discurso político y ha sabido construir un imaginario rompedor y atractivo empleando palabras olvidadas por el resto de políticos. Pero no está dispuesto en convertirse en un segundón. Ambos son hábiles en las redes sociales y ante las cámaras: dos primeras espadas que, sin embargo, empiezan a picarse nada más comenzar su aventura. Iglesias es el carismático, capaz de conectar con el electorado de IU y hasta el del PSOE, y quiere que se le reconozca. No habían transcurrido ni dos semanas desde las europeas, cuando aquel retiro de la sierra se incendia. El respeto y el cariño mutuo eran incuestionables, pero Iglesias quería dejar claro que ahí mandaba él. Y que Errejón, por muy hábil estratega que fuese, era prescindible. El día acaba mal. Ambos se marchan enfadados y sin hablarse. Llegan incluso a salir del chat común que tenían para la campaña electoral de las europeas. Luego se reconciliarán, pero algo se ha roto.

Nada más volver a Madrid, Iglesias empieza a sospechar de Errejón. Y prepara su ofensiva. Sabe que Errejón cuenta con personas fieles entre las Juventudes sin Futuro, y que los suyos están entre los comunistas. Hace llamadas y se dirige a los miembros de este último colectivo. Cabe la posibilidad de que haya guerra pronto y quiere estar preparado. La decisión está tomada. Su guardia de corps se hallará entre los componentes de las Juventudes Comunistas.  

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