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Opinión

El trincherazo de Albert Rivera

Albert Rivera, líder de Ciudadanos.

No fue una pataleta, fue depredación. Un asunto demoscópico y ecológico a partes iguales. El PP lleva rato desagradándose en las encuestas, goteando voto a voto la poca vida que les queda y que ha alimentado durante meses al que fue hasta ayer su socio político: Ciudadanos, esa formación a la que muchos despreciaron por considerarlos apenas una pandilla de lactantes al servicio de los populares, unos lleva y trae y, ya puestos, hasta maletillas a la espera de una oportunidad. ¡Niños, dejad de joder ya con el PNV e id a jugar al parque mientras los mayores aprobamos los presupuestos! Alzad la mano en el hemiciclo y, hala, a paseo. Os llamaremos.

Acaso demasiado ocupado en lidiar con su propia senectud, y su reuma, y sus pústulas, el PP se dio cuenta muy tarde de que Albert Rivera y los suyos se hicieron fuertes a la misma velocidad con la que el partido fue haciéndose débil, comido por el cáncer de su propio caciquismo y aquejados por la falta de reflejos que, en la cadena trófica, coloca al PP más cerca de los herbívoros que de los depredadores. Y como la jungla del CIS es muy pequeña para dos partidos de centro-derecha, mejor defenestrar en lugar de convivir. Eso fue lo que hizo Albert Rivera esta semana: pulir la cubertería para merendarse a Mariano Rajoy, mientras este se desangraba, a la deriva, cual náufrago en un mar infestado de tiburones.

Acaso demasiado ocupado en lidiar con su propia senectud, y su reuma, y sus pústulas, Rajoy se dio cuenta muy tarde de que Rivera y los suyos se hicieron fuertes a la misma velocidad con la que el PP fue haciéndose débil

Andan alborotados los de Ciudadanos  con el sonido de sus jugos gástricos, y ya se sabe que en edad de crecimiento el hambre se agudiza. A Rivera lo han llamado de todo, y no sin razón: niñato, polluelo, novato. Y resulta que bajo la pelusa del pichón cansino y peleón del gallinero había un gavilán -soberbio, mandón y déspota-. El lactante Rivera devino primero  en espécimen con el síndrome del alumno aventajado -ese tono antipático que tienen los primeros de la clase, sitio al que llegan más a fuerza de ñoñear y hacer los deberes que por su verdadera brillantez-, y pasó luego a doncel prepotente con pegada en las encuestas. Entonces Albert Rivera se quitó el traje de maletilla y se puso el de luces para salir a dar pases con el pasodoble del CIS de fondo.

Albert Rivera, aquel a quien Rajoy trataba como al hijo tonto para disimular la irritación que le ocasionaba su prepotencia. Albert Rivera, el mismo al que Rafael Hernando aplicó el bullying de repetidor de patio del colegio y a quien los compañeros de hemiciclo le hicieron esquinazo, por señorito y relamido. Albert Rivera, el muchacho que fue creciendo mientras, ¡ay qué mono, qué buen chico, qué caligrafía tan bonita!, los mayores le daban pellizquitos en las mejillas. A Rivera lo acunaron y consintieron los premios Nobel y las cabeceras de los medios. Le inflaron los mofletes, rozagantes y juveniles, a punta de arrumacos unos y de hostias los resabiados. Sin darse cuenta, el doncel con aspecto de niño de San Ildefonso le comió el terreno a Mariano Rajoy, quien parece haberse enterado en el Congreso de los Diputados, de golpe y sin anestesia, que el muchacho se le reviraba y se le echaba encima, como las crías de alacrán a punto de devorar a la madre.

De golpe y sin anestesia, como las crías de alacrán a punto de devorar a la madre, el doncel con aspecto de niño de San Ildefonso se echó encima de Mariano Rajoy 

Albert Rivera no está dispuesto a permitirle a Mariano Rajoy, esta vez no, que lo trate como a un segundón, que lo ‘relegue’ en el asunto catalán y de paso se vaya a tomar helado con los del PNV a cambio de su apoyo en los presupuestos. ¡No, no, no! Ahora Rivera es más alto y más fuerte y puede, con solo mover un dedo, dar al traste con las cuentas públicas y el gobierno en minoría de los populares.  En su caja de herramientas –aquella que dijo Gabilondo- tiene la llave perfecta: el 155. Huele a elecciones, mejor dicho, apesta a campaña electoral en Cataluña desde hace días … y siempre será mejor pasar la aplanadora a los populares en unos nuevos comicios que seguir adelante con la formación de un gobierno. No es de extrañar que todos prefieran, por primera vez, que Puigdemont vote, así sea telepáticamente, con tal, ¡por Dios!, de investir a alguien. Se acaba el tiempo. Y Rivera lo sabe.

Así llega el mes de mayo a su primera quincena. Corren  días de primavera y  San Isidro, que en estas semanas reúne a novilleros y matadores en la madrileña plaza de Las Ventas. Curioso, por cierto, que al coso venteño lo separe de la sede general de Ciudadanos apenas unos pasos. Será por eso que anda tan torero Rivera. Esta semana, en el Congreso de los Diputados, el líder de ciudadanos ha hecho lo que algunos diestros al final de las  faenas, cuando, con el toro ya entregado, hacen un trincherazo: ese muletazo que sólo busca belleza en el ejercicio del dominio. Que Rajoy sea manso, no garantiza nobleza ni mucho menos que vaya a doblar en los medios.  Lo que sí es cierto es que ha comenzado, hace rato ya, su hora menguante mientras el antiguo maletilla Rivera desenfunda, ahora sí, los aceros. Que mueran ambos en la suerte final, está por verse. 

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