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Opinión

Síndrome posvacacional

El progresismo era esto: una España muy igualitaria que no podrá pagar este invierno la calefacción ni la luz

Metro de Madrid.
Pasajero en el Metro de Madrid.

Isaiah Berlin creía que cada persona y cada época tiene, por lo menos, dos planos, “una superficie superior, pública, iluminada, fácilmente perceptible, claramente descriptible” y por debajo de esta superficie, una “senda hacia características menos evidentes, pero más íntimas y profundas, mezcladas demasiado estrechamente con sentimientos y actividades como para ser fácilmente distinguibles de ellos”. Ahora bien, este segundo plano es más visible en septiembre, por la propia subjetividad del síndrome posvacacional mezclada con el realismo sucio, normalmente ignorado o cancelado por su carácter revelador. En España hay un fenómeno curioso desde que gobierna la izquierda, y es que este segundo plano es demasiado ignorado. La opinión publicada no coincide, en los medios oficialistas, con la opinión pública. Y esto lo sabe cualquiera que pisa calle. El transeúnte tendrá pocas ganas de reírse cuando observa la angustia ante el devenir inexorable del empobrecimiento.

Hay un intento de apartar de nuestra conciencia toda idea que nos contradice o desagrada: la mugre, la fealdad, la factura de la luz y el desempleo

Tras ver los mensajes informativos/publicitarios donde el presidente bronceado saluda a una señora vacunada, el anuncio de la patadita a Lastra y el Erasmus para el “tren literario” hacia nuevos horizontes de los intelectuales de Iceta, el españolito suspira tranquilizado, todo parece ir perfectamente, pero hay en su risa una sombra de duda sobre la veracidad de esta tranquilidad impostada. A toda esta pantomima le acompaña una estética un poco kitsch, pesada y algo vulgar. Le cuesta sentir la emoción requerida cuando hablan con esa actitud progresista y razonada sobre los logros del Gobierno más progresista de la historia. Y eso, pese a que hay un intento de apartar de nuestra conciencia toda idea que nos contradice o desagrada: la mugre, la fealdad, la factura de la luz y el desempleo o la ausencia de futuro del país socialista.

Es hoy mucho menos importante que un periodista no se preocupe por la verdad y escarbe bajo la superficie, lo importante es que estemos todos de acuerdo y que no nos saquen de la zona de confort. Podríamos denominar a este tipo de audiencias como un coro de pájaros cantarines siempre amenazado por ese “alfiler que pincha el globo abotargado de nuestras pomposas certezas” (Lessing). Ese alfiler puede ser cualquier cosa: la vuelta a la oficina, las mascarillas o el calor infernal. Los españoles tienen un hastío general, un sentimiento de rechazo puro y simple ante los fantasmas del devenir. En mi caso, empiezo a sospechar que la sociedad avanza hacia objetivos que no son los míos. El progresismo era una España muy igualitaria que no podrá pagar este invierno la calefacción ni la luz.

Describir la angustia

No se puede discernir la verdad sin ir más allá de las apariencias, los relatos maximalistas y el buenismo. Y al mismo tiempo, muchos ciudadanos ven cómo bajo las bellas palabras, la vida se vuelve asfixiante. Se instrumentaliza y se supedita la realidad y la opinión pública a la opinión publicada. El realismo sucio es una obra rara, es difícil describir sensaciones como la angustia con una exactitud impresionante, con una luminosidad terrible y una claridad de exposición profunda. Vuelvo a casa dando un paseo cargando la maleta. Pienso que quizás debería volver al aeropuerto y coger cualquier avión. Pero la publicidad del metro parece decirnos que tenemos que participar en este concurso de felicidad, comprar más cosas, arreglarnos los dientes y poner de nuevo en marcha la máquina social. Un hombre que vende chupachups en el metro me anuncia todos los sabores que tiene. Pues sí que estamos jodidos. Cuando Europa despierte, va a encontrarse con que es el felpudo de China. Los aterrizajes pueden ser terribles, y en septiembre todo comienza a adquirir una dimensión de burla sarcástica.

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