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Opinión

Los rufianes de la política

La normalización de la amoralidad de la política, o el divorcio entre la política y la ética es el tema de fondo de nuestra democracia

Retrato de Fouché

Talleyrand y Fouché, “el vicio apoyado en el brazo del crimen”, forman una de las parejas más peligrosas de la historia de Francia. La obra de Jean Claude Brisville, La Cena, imagina el encuentro que mantuvieron estos dos hombres en medio de una convulsa Francia invadida por los ejércitos de Inglaterra, Prusia y Rusia, tras la sangrienta derrota de Waterloo y justo antes de la restauración borbónica. La obra transcurre en la noche del 7 de julio de 1815, fecha clave en la que se decidió el curso de los acontecimientos de la historia revolucionaria y napoleónica. Estos dos “segundones” habían jurado fidelidad a todos los regímenes que, desde 1789, pasaron por París, y ambos son indispensables para la supervivencia de cualquier gobierno.

En la prensa se habla solo de pasada de lo fundamental, que es la pela. Ellos conjuran, negocian, tú asistes al drama psicológico de la negociación y ellos pactan

El diálogo entre Talleyrand y Fouché nos remite a la actualidad de nuestra política, que se ha convertido en una especie de drama psicológico que se desarrolla de espaldas a la ciudadanía. Este concepto de la política, tal y como la denominó Ankersmit, implica la construcción de un compromiso entre las partes en aparente conflicto, la política como estética y como arte. Lo hemos visto esta semana con el pacto de las cuotas de catalán en plataformas audiovisuales, ahora ERC amenaza con tumbar los presupuestos del Estado si el PSOE no avala enmiendas para blindar el catalán en la ley del Audiovisual. En la prensa se habla solo de pasada de lo fundamental, que es la pela. Ellos conjuran, negocian, tú asistes al drama psicológico de la negociación y ellos pactan. Bajo este concepto de la política, el dirigente que formula el compromiso más satisfactorio y duradero en un conflicto es el artista político por excelencia. La normalización de la amoralidad de la política, o el divorcio entre la política y la ética es el tema de fondo de nuestra democracia.

Hay “detalles” históricos que se plantean en el transcurso de la obra y que van al corazón del carácter de esta política, desde el asesinato del duque de Enghien, supuestamente a manos de Talleyrand, acontecimiento que estremece a toda Francia, hasta los antecedentes jacobinos de Fouché y su participación en algunos eventos desagradables durante el Terror. “Le olfateo y me doy cuenta de que huele mal. Todavía peor que yo, que sólo huelo a sangre”, dice Fouché. Acaban brindando “por la inmovilidad de la historia y oír el movimiento de la política”, y por el nuevo Antiguo Régimen, y por el hijo de San Luis, por su amistad. Es un maravilloso espejo de los rufianes sin escrúpulos. La política, en esta concepción, abandona el terreno de la ética y se acerca al de la estética: vuelve el concepto maquiavélico del “divorcio entre la política y la ética”.

La política pasa a ser un juego de negociaciones y favores. La política es un “baile” de los partidos en la fiesta de la ineptocracia

La clave de esta estrategia ha sido la “geometría variable”, crear compromisos puntuales con las partes interesadas, pero compromiso tras compromiso, esa geometría ya se va solidificando y marcando un bloque gubernamental que se basa en el pacto, el olfateo, lo táctico o la forma hasta tal punto que se ha comido los problemas sobre el contenido, el fondo y la sustancia de lo que se pacta. La ironía feroz, el mundo de las negociaciones millonarias, de los repartos de poder entre los socios del gobierno, ya no tiene contrapesos. En este ambiente, desde la base se reproducen y se repiten patrones: la multitarea de pescar y jalar canapés, las cordialidades y ambiciones arropadas en nobleza y champán. Son los círculos de cualquier institución donde priman los intereses. Y así, la política pasa a ser un juego de negociaciones y favores. La política es un “baile” de los partidos en la fiesta de la ineptocracia. La obra termina cuando los dos hombres han decidido el destino de Francia, o más precisamente con Talleyrand persuadiendo a Fouché de que preste juramento a Luis XVIII, y éste aceptando a cambio de un cargo. Hay una preeminencia del valor estético sobre cualquier otro valor moral pero, además, se presenta una política estetizada que se encarna en la figura del artista-gobernante, se apuesta por el personalísimo sin ningún pudor.

El comentarista político y escritor Chateaubriand, se encontraba en una antecámara de Saint-Denis cuando vio a Talleyrand y Fouché, cogidos del brazo entrando en los aposentos del borbón. Dejó en sus Mémoires d'Outre-Tombe, esa imagen, para la eternidad del “7 de julio de 1815, hacia las once de la noche”: “Me dirigí a Saint-Denis. Introducido en una de las estancias (…) De pronto una puerta se abre: entra silenciosamente el vicio apoyado en el brazo del crimen, M. de Tayllerand caminando sostenido por M. Fouché: la visión infernal pasa lentamente delante de mí, penetra en el gabinete del rey y desaparece”.

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