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Opinión

El puñetazo bávaro

El primer ministro bávaro, Markus Söder, y el líder de la Unión Socialcristina (CSU) de Baviera y ministro federal del Interior, Horst Seehofer.

Poco a poco, elección tras elección se va redibujando el mapa político de Alemania. Hace ya muchos años que el país abandonó el bipartidismo CDU-SPD que caracterizó las primeras décadas de la Bundesrepublik. Pero, a pesar de ello, tanto cristianodemócratas como socialdemócratas habían conseguido mantener el control del sistema. Con contadas excepciones los verdes, los liberales y los comunistas de Die Linke no eran más que condimentos de un guiso que cocinaban y servían las dos grandes formaciones históricas.

Eso es lo que paulatinamente se va diluyendo en Alemania. Los resultados en Baviera de este domingo son un clavo más en el ataúd del viejo sistema bipartidista. Hace sólo 15 años, en tiempos del incombustible Edmund Stoiber, el CSU obtenía en Baviera un 60% de los votos. Por aquel entonces ocho de cada diez bávaros votaban a uno de los dos grandes partidos y sólo Los Verdes conseguían colarse en el Landtag, pero con un puñado insignificante de diputados.

Hoy hay seis partidos en este parlamento regional y el CSU tiene que conformarse con un 37%. Y dando gracias, porque podría haber sido mucho peor de haber presentado AfD un candidato con gancho. Aunque lo cierto es que de candidatos tampoco andaban muy bien armados el resto. Los cristianodemócratas presentaron al actual ministro-presidente de la región, un tipo llamado Markus Söder, que llegó hasta ahí de pura carambola cuando al anterior presidente, Horst Seehofer, se lo llevó Merkel a Berlín el pasado mes de marzo como ministro de Interior.

A Baviera le sucede lo que a todas las regiones ricas de Europa: hay un sentimiento generalizado de expolio por parte de otras partes del país

Podría decirse que Seehofer, que es perro viejo (tanto que lleva en el Bundestag desde 1980) se olía de lejos la tostada y puso tierra de por medio. Tampoco había que ser un lince para verlo. Del gran descontento alemán, los bávaros son los campeones de ese descontento.

Baviera es un land extraordinariamente próspero. Para que nos hagamos una idea, su PIB es cuatro veces el de Hungría y se asemeja al de Holanda. Si fuese un país independiente estaría entre las principales economías de Europa. La industria bávara es muy sofisticada y de altísimo valor añadido, una auténtica máquina de innovar y exportar.

Con un PIB per cápita que duplica al de regiones como Mecklemburgo o la vecina Turingia, a Baviera le sucede lo que a todas las regiones ricas de Europa: hay un sentimiento generalizado de expolio por parte de otras partes del país. Sentimiento que se ha acrecentado en los últimos años.

No es casual que el eslogan electoral del derechista AfD en estas elecciones fuese "Nuestro dinero para nuestra gente". Con un mensaje tan directo han metido a 22 diputados en Landtag y se han hecho con el 10% de los votos. Es un lema polivalente. Lo mismo sirve para los bávaros, que están hartos de enviar fondos a los ruinosos Estados de la antigua RDA, que para los que claman contra la inmigración.

Por suerte, la estrategia de convertir la inmigración en el único problema de Baviera no ha funcionado; o al menos no ha funcionado del todo

Este de la inmigración ha sido el tema estrella de las elecciones. Por Baviera entró la ola de refugiados sirios del verano de 2015 por lo que aún hoy es un tema muy delicado. Pero ni con esas el AfD ha conseguido colocarse en la parte alta de la tabla, lo que vendría a demostrar que los bávaros están enfadados, pero no desesperados. Lo que ha perdido el CSU se ha ido en buena parte al FDP y a una formación regional llamada Freie Wähler (Electores Libres), ambas de corte liberal.

Luego la estrategia de convertir la inmigración en el único problema de Baviera no ha funcionado. O al menos no ha funcionado del todo. Lo que sí ha hecho es poner a la izquierda alemana contra las cuerdas una vez más. Los Verdes y el SPD suman un mísero 28,4% de los votos, ni un tercio han conseguido en una región que siempre fue de derechas, pero nunca antes tan de derechas como ahora.

Porque si el CSU ha recibido un varapalo, no ha sido menor el del SPD, que ha pasado del segundo al quinto puesto y ha visto con amargura cómo perdía de una tacada la mitad de sus escaños. Los socialdemócratas están ante un cruce de caminos. O siguen apoyando a Merkel en el Gobierno y contemplan como su partido se disuelve, o rompen con la canciller ocasionando una crisis política de gran envergadura seguida de una convocatoria electoral anticipada.

No es una decisión fácil. El día 28 habrá elecciones regionales en Hesse. Quizá haya que esperar a ese momento para que se decidan. Con gran dificultad podrán aguantar otro puñetazo como el de Baviera. Ni ellos ni sus socios berlineses. Ambos lo llevan crudo. Y todo indica que la pesadilla no ha hecho sino comenzar.

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