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Opinión

Marshall no estuvo en la Moncloa

Todo son desaires e intemperancias a uno y otro lado del poder y de la oposición. Todos recitan lo de la mano tendida pero no se dan ni el codo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia de este sábado en Moncloa.

Ojalá que llueva café en el campo/ Que caiga un aguacero de yuca y té/ Del cielo una jarina de queso blanco/ Y al sur una montaña de berro y miel/ dice la canción de Juan Luis Guerra. Aquí la reclamación compartida parece más modesta. Nuestro ojalá es que lloviera un plan Marshall sobre la Unión Europea de forma que como después de la II Guerra Mundial pudiéramos remontar la crisis económica que nos dejará en herencia el coronavirus cuando logremos superar la pandemia. Por una vez había consenso, hasta que nos caímos del guindo cuando Josep Borrell aclaró que Marshall, aquel general designado secretario de Estado por el presidente Truman, ni está ni se le espera y que la UE tendrá que salir del pozo por sus propios esfuerzos solidarios. Tampoco la reedición de los Pactos de la Moncloa a la que se ha referido la ministra Portavoz, María Jesús Montero, tiene visos de abrirse camino.

Cuando entonces, en 1977, la propuesta venía auspiciada por el presidente Adolfo Suárez y su indiscutible ministro de Economía, Enrique Fuentes Quintana, y había tenido una preparación ambiental de gran intensidad. Ahora, todo son desaires e intemperancias a uno y otro lado del poder y de la oposición. Todos recitan lo de la mano tendida pero no se dan ni el codo. El presidente Sánchez prefiere que los demás se sumen a las decisiones que toma en el monte Tabor y en el PP consideran que quien no cuente con ellos para tomar las decisiones tampoco espere que las suscriban sin rechistar después. Las susceptibilidades están servidas y las espadas en alto. Examinemos, por ejemplo, lo que Sánchez se deja decir por los Rufianes, Torras, Puigdemones y portavoces de EH Bildu y Junts per Cat, sin acusar ofensa ninguna y comparemos con las réplicas que dirige al PP, a quien necesita de modo inevitable para pactar. Sepamos también que Sánchez ya está advertido de que cualquier signo de pacto en la dirección del PP o de Ciudadanos le generaría un descosido por la parte de ERC y dentro del Gobierno por parte de Unidas Podemos.

Una vez reducida a cero la aceleración en que estábamos instalados, vuelven las grandes preguntas, se alteran los órdenes de prioridad y han de reasignarse los valores concedidos a los planes y fines por los que se activan los humanos"

Volvamos ahora a la situación de partida. El caso es que algunos consideraban que una reducción organizada del trabajo abriría un camino hacia la felicidad, pero nunca veían el momento oportuno de emprenderlo, de desacelerar el ritmo de producción y de consumo que diera lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Y de pronto, un virus microscópico nos ha llevado del frenesí de la aceleración creciente al confinamiento paralizador, que se nos ha impuesto por nuestro bien para bloquear los contagios infecciosos. Tal vez el desplome nos haya permitido comprobar que “este mundo no iría tan rápido si no estuviera constantemente perseguido por la proximidad de su caída”, según dictamina Luciano Concheiro en su libro Contra el tiempo. Momento de considerar cómo, una vez reducida a cero la aceleración en que estábamos instalados, vuelven las grandes preguntas, se alteran los órdenes de prioridad y han de reasignarse los valores concedidos a los planes y fines por los que se activan los humanos.  

Convengamos en que las condiciones de clausura y distanciamiento interpersonal, con supresión de todas las actividades laborales salvo las declaradas imprescindibles o que puedan cumplirse telemáticamente, configuran una experiencia insólita, con graves repercusiones en nuestro esquema axiológico. Inmovilizados, como estamos, nuestra reflexión ha de ser apresurada, habida cuenta de que la fuerza que impulsa el restablecimiento de la cotidianeidad se atiene al principio de Arquímedes, según el cual, un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo experimenta un empuje vertical hacia arriba igual al peso del fluido desalojado. En nuestro caso, quienes se han visto sumergidos en el fluido de la calamidad experimentan un empuje vertical hacia la superficie de la normalidad que es igual al peso del volumen de la cotidianeidad desalojada.

La historia nuestra y la de quienes nos precedieron como habitantes del planeta confirma que la recuperación de la cotidianeidad se sobrepone a toda clase de calamidades, pandemias, glaciaciones, erupciones volcánicas, terremotos, tsunamis, desbordamientos y bombardeos ya sean convencionales o nucleares. Enseguida, las necesidades primarias vuelven a dictar su ley hasta recuperar el nivel de normalidad que sea posible. Cada uno de los afectados, en cuanto el fenómeno perturbador amaina su peligrosidad, va tanteando las tinieblas hasta que se hace la luz precisa para atender las obligaciones más elementales, respecto de sí mismo y de los demás. Saldremos escarmentados y rencorosos, pero también irreductibles. Ars longa vita brevis.

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