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Opinión

Periodistas en conflicto de intereses

Empezaba a señalarse la clara incompatibilidad entre oficiar como periodista dirigiendo, por ejemplo, un programa de radio y hacer con la propia voz publicidad

El festival Eñe reúne cada año, a finales de noviembre, a lectores, editores, críticos, periodistas y escritores.

Se presentaba el Informe anual de la profesión periodística que en los últimos diecisiete años, desde 2004, viene cumpliendo como si fuera una ITV del periodismo, por utilizar la expresión de la que se valió Juan Caño, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, en la apertura del debate ante una veintena de socios en la sede de la calle Claudio Coello.

El director del Informe, Luis Palacio, pasó revista a diversas variables como el proceso creciente de digitalización; la diversa inserción laboral de los profesionales a título de asalariados o de autónomos; la dedicación que prestan, ya sea a labores informativas en los medios o a otras antagónicas, propias de la comunicación al servicio de instituciones o de empresas empeñadas en la difusión de la buena nueva, el disimulo de sus carencias y el logro de la adhesión del público, entendido como agregado de ciudadanos o consumidores; las presiones detectadas para alterar la verdad o el arma de doble filo que son las redes sociales.

Y en estas, llegó el comandante y mandó parar. Fue cuando, en la primera intervención, Jorge del Corral sugirió que era el momento de dirigirse a la Academia (se entendía que a la Real Academia de la Lengua) con el ruego de que procediera a definir qué es un periodista y favorecer así que saliéramos de la confusión en que nos encontrábamos. Otro de los participantes pretendió zanjar de modo instantáneo el problema avanzando que periodista es aquel que ha logrado el grado de periodismo en una facultad universitaria. Así los licenciados en periodismo serían periodistas, de la misma manera que los licenciados en derecho son abogados o los licenciados en medicina, médicos. Pero esas equiparaciones fueron desmontadas enseguida para diferenciar a los meros licenciados con título habilitante para el ejercicio profesional de los que alcanzan a ser profesionales y son así reconocidos por el Colegio correspondiente.

Una proposición a la inversa: rebajar la ambición del propósito y empezar por el descarte señalando quiénes no son periodistas porque transgreden los límites de la profesión

La senda de la definición del periodista parecía muy polémica y avanzar por ella se hacía impracticable. Entonces otro de los presentes propuso proceder a la inversa. Rebajar la ambición del propósito y empezar por el descarte señalando quienes no son periodistas porque transgreden los límites de la profesión y se encuentran inmersos en conflictos de intereses por lo que deberían ser excluidos de la nómina de la Asociación de la Prensa.

Del fondo de la sala un progre de cierta edad invocó el “prohibido, prohibir” de mayo del 68. En esa línea la réplica fue derogar el código penal. Empezaba a señalarse la clara incompatibilidad entre oficiar como periodista dirigiendo, por ejemplo, un programa de radio y hacer con la propia voz publicidad. Para estos casos en los que se encuentran muchos de los más encumbrados se propuso que se les aconsejara afiliarse a la CEOE donde serían muy reconocidos como emprendedores de éxito pero que no se les aceptara en una Asociación de la Prensa, seguramente irrelevante pero cuidadosa de separar el periodismo de sus tergiversaciones y conflictos de intereses. Palabras nunca oídas antes en semejante ágora social. Veremos.

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