Opinión

El pedestal de Iglesias

Hay gente que se mete en política para que le erijan una estatua. Son adictos al pedestal

El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias.
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias. Europa Press

Los años me han convertido en un escéptico, especialmente con las revoluciones. Comparto lo que escribió Baroja acerca de ellas: “La revolución es una época para histriones. Todos los gritos sirven, todas las necedades tienen valor, todos los pedantes alcanzan un pedestal”. La revolución que suponía, teóricamente, romper el bipartidismo con la irrupción de Ciudadanos por un lado y Podemos por el otro ha cumplido a la perfección la definición barojiana. Histriones, gritos, necedades y pedestales para pedantes. La gente, conocido el experimento, vuelve más o menos por sus fueros aprendiendo que los experimentos solo son recomendables cuando se llevan a cabo con gaseosa. Eso, quienes todavía estén por la labor de votar, que los hay que, desengañados, no quieren saber nada más de política.

Iglesias ha sido el paradigma de esa hornada de gente que pretendían vendernos por moderno algo rancio y viejo, a saber, el comunismo. Con su presencia en los platós, en las redes sociales, con su demagogia de barra de bar, su aplomo en la mentira y su férrea voluntad de no conocer ni a su padre en su ascenso hacia la cúspide, el dirigente morado deja la vicepresidencia del Gobierno – más bien, le hacen dejarla – para, dice él, frenar a la ultraderecha de Ayuso. No creo que vaya a convencer a nadie de que su revolución, aquella que aseguraba que jamás saldría de Vallecas y acabó en un casoplón de Galapagar, se defienda mejor desde la Puerta del Sol que desde Moncloa. Agotado el repertorio de gritos y necedades, al histrión solo le queda buscar un pedestal que le ofrezca un mínimo de solidez para seguir con el tren de vida que ofrece el sueldo de un político de campanillas.

Es mucho más interesante que Nadia Calviño acabe por marcharse del Gobierno, que lo hará más pronto que tarde, o que esta crisis nacida en Murcia y rematada en Madrid finalice en la convocatoria de unas elecciones generales adelantadas

No todo ha sido así en esta etapa de sucedáneos. Ahí tienen a gente de Ciudadanos que se marchó del partido, reingresando a sus trabajos. No hay nada como tener oficio para no lamer suelas. Toni Cantó es el último ejemplo. Iglesias es incapaz de emularlo porque su plaza como profesor se le quedó pequeña hace tiempo. Quería serlo todo sin nadie que le disputara el puesto. El pedestal tiene mal compartir y no es este hombre persona que admita a nadie a su lado con un mínimo de criterio. El espacio, grande o pequeño, solo es para él. Que las presiones para que abandonara el Gobierno eran muchas, tanto desde Europa como desde los sectores económicos más potentes españoles, no constituye ninguna novedad. Estaba más que amortizado por Sánchez, que tiene un ego todavía mayor que ese socio que, al principio, no le dejaba dormir y luego le ha servido para cambiar el colchón de Moncloa las veces que ha querido. Así que el presidente lo ha dejado caer. A enemigo que huye, puente de plata. Hay mucho menos de sofisticada operación política de altos vuelos que de comadreo de patio de vecindad, créanme. Es mucho más interesante que Nadia Calviño acabe por marcharse del Gobierno, que lo hará más pronto que tarde, o que esta crisis nacida en Murcia y rematada en Madrid finalice en la convocatoria de unas elecciones generales adelantadas antes de que finalice este año o, a lo sumo, a principios del siguiente. Iglesias es de una irrelevancia tal que, a poco que se examine, se hundirá.

En esta carrera de vanidades entre presidente y vicepresidente, con episodios bufonescos que sonrojarían a cualquiera, el final no podía ser otro. Sánchez, a lo suyo, lo mismo que Iglesias. El primero quiere ir de estadista europeo, el otro de nuevo Lenin español. Su torpeza los incapacita para nada que no sea aferrarse a la silla el máximo de tiempo posible y, aunque parezca lo contrario, eso es lo que está haciendo el podemita. Sabía que tenía los días contados en la vicepresidencia y se ha adelantado a los maquiavelismos de Redondo. Mantiene su liderazgo en la formación morada, mantiene, de momento su escaño en el Parlamento nacional y, además, obtiene una visibilidad enorme al autoproclamarse el adversario número uno del PP y de Vox. Pero todo es pura impostación. ¿Recuerdan la imagen del otro día en la que Iglesias esperaba el saludo protocolario de los Reyes, sin nadie del Gobierno que le hablara, y dando pataditas al suelo como un niño al que han reñido por no haber hecho los deberes? Recupérenla y verán como la tragedia ya se mascaba, y de qué manera. La mirada del todavía vicepresidente debió fijarse en los pedestales de alguna de las ocho estatuas que decoran los Jardines de Sabatini. Acaso la de Alfonso X El Sabio, quizá la de Jaime I El Conquistador o la de Felipe II. No debió caer en que lo importante siempre es quién ocupa el pedestal. La maceta no cuenta, cuenta la flor que en ella reposa.

Por eso creo poco en revoluciones. Solo se fijan en los altares y nunca lo hacen en los santos.

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