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Opinión

La paradoja de la eficiencia

Durante las últimas décadas, las empresas punteras del planeta se han convertido en expertas en logística

La paradoja de la eficiencia
Contenedores apilados en la terminal de Yangshan, en el puerto de Shanghái (China). Xu Congjun / DPA / Europa Press

La historia empezó probablemente en Toyota, la empresa que habitualmente recibe el título de inventores de la manufactura ajustada (just-in-time o lean manufacturing en inglés), adoptando métodos de producción basados en minimizar la existencia de inventarios. El modelo parte de la idea de que una factoría debe operar con el número de materiales, piezas, y componentes estrictamente necesarios para estar produciendo sin interrupciones, sin tener almacenes llenos detrás ocupando espacio. Los inventarios cuestan dinero, requieren un sitio para guardarlos, y son señal de que hemos gastado en algo antes de lo debido; es un uso de capital ineficiente que nos expone a tener materiales sobrantes, o tener que descartar componentes si cambiamos el diseño o la demanda cae.

Desde los años setenta, que es cuando los principios de manufactura ajustada empiezan a salir de Japón, la competencia entre empresas y la globalización han hecho que estos procesos hayan evolucionado y expandido de manera extraordinaria. La industria mundial está organizada en colosales redes de materias primas y componentes conectadas entre sí en complejas cadenas de fabricación.

Hablemos, por ejemplo, del iPhone. Tenemos a menudo la imagen de China como fábrica del mundo y FoxConn, la empresa privada con más empleados del país, como este ente gigante que alimenta toda la producción de Apple. En realidad, menos de un cinco por ciento de los componentes de un iPhone 12 Pro son fabricados en China. Un 27% de componentes viene de Corea del Sur, un 22% de Estados Unidos, otro 22% de Europa, y el resto se los reparten Taiwan y Japón. Cada iPhone es el resultado de una elaborada danza de cientos de empresas, cada una aportando una parte minúscula del producto final, coordinadas por Apple en una red colosal que abarca varios continentes, miles de camiones, barcos, trenes, estibadores, obreros, ingenieros, contables y vendedores, operando todos ellos con la máxima eficiencia posible alimentado las fábricas del planeta just-in-time sin apenas inventarios.

Cualquier empresa manufacturera tiene cadenas de logística igual de gigantescas y abrumadoras; cuanto mayor es la complejidad del producto fabricado, más complicadas serán

Apple es una cadena industrial, pero casi toda la industria mundial funciona así estos días. Cualquier empresa manufacturera tiene cadenas de logística igual de gigantescas y abrumadoras; cuanto mayor es la complejidad del producto fabricado, más complicadas serán. Apple es más eficiente que nadie en estos procesos, pero todo el mundo opera bajo esta lógica y estos parámetros. Nadie tiene inventarios gigantes, nadie tiene grandes excesos de capacidad; todo se fabrica al momento, transportando sólo lo que necesitamos ahora y confiando en que todo llegue cuando toca para seguir produciendo.

Las empresas de transporte siguen también una lógica parecida. Un barco, contenedor, camión o remolque vacío, amarrado o aparcado es un desperdicio. Todo el sistema logístico mundial está diseñado alrededor de la eficiencia; tener tanta capacidad como sea estrictamente necesaria para manejar exactamente la cantidad de mercancías que las cadenas de producción exigen, pero ni una gota más. Un vagón de tren parado es un activo depreciándose que molesta a los accionistas; o se pone a circular, o va al desguace.

Dice mucho del enorme genio detrás del capitalismo mundial que este sistema tan complicado no sólo funcione tan bien, sino que lo haya hecho durante décadas, reduciendo precios y costes de fabricación de casi cualquier cosa que se os pueda pasar por la cabeza, siempre con eficiencias crecientes. Es una proeza casi inaudita, una muestra del genio humano para crear sistemas complejos. Es también una maquinaria tan optimizada y con un margen de error tan reducido que termina por ser vulnerable a cambios imprevistos.

Un colosal desbarajuste

Especialmente cuando ese cambio imprevisto es una pandemia.

La epidemia de la covid-19 tuvo un par de efectos casi inmediatos en la economía global. Por un lado, forzó el cierre temporal de muchas industrias, retrasando la producción durante varias semanas. Por otro, y más importante, cambió dramáticamente los hábitos de todo el planeta. En apenas unos días, dejamos de consumir servicios; abandonamos los restaurantes, cines, teatros, vacaciones. El dinero ahorrado lo pasamos a gastar en bienes de consumo que pudiéramos usar en casa, como ordenadores, televisores, bicicletas estáticas, muebles, sillas, y la miríada de hobbies post-covid que hemos aprendido todos.

Esto es: la oferta, la capacidad de producir de la economía global, disminuyó debido a los cierres. La demanda, el dinero que gastamos entre todos en cachivaches, aumentó de forma dramática. En un mundo en el que las empresas tienen cadenas de suministro gigantes y carecen de inventarios, capacidad de reserva, o margen de error, esto ha producido un desbarajuste colosal en el complicadísimo engranaje de la economía mundial.

Los primeros en caer han sido los semiconductores, que cuando todo el planeta se ha puesto a comprar tabletas y portátiles se han quedado secos

La "crisis de suministro" que estamos viendo estos días es el resultado de estos desajustes. Dado que todo el mundo funcionaba sin inventarios y a lo loco, cualquier eslabón de la cadena puede dejar al resto encallado y sin componentes. Los primeros en caer han sido los semiconductores, que llevaban años apenas siendo capaces de cubrir la demanda de la era digital, pero cuando todo el planeta se ha puesto a comprar tabletas y portátiles se han quedado secos. La combinación entre retrasos, muelles saturados con montañas de importaciones y cuellos de botella variados han hecho el resto. Una vez que los retrasos aparecen, además, su efecto es además acumulativo: el monumental atasco en los puertos de la costa oeste en Estados Unidos ha hecho que muchos contenedores no puedan ser embarcados en dirección a Asia una vez descargados, empeorando aún más su escasez y retrasando aún más otros envíos.

Fenómenos extremos

El caos logístico de estos meses, cómo no, acabará por arreglarse. Los mercados son mecanismos fabulosos para asignar recursos escasos, y poco a poco los cuellos de botella irán desapareciendo, sea porque se añade más capacidad, sea porque se encuentran alternativas.

La crisis, sin embargo, debería servir de lección. Aunque es difícil que volvamos a ver un evento que les pega una patada tan monumental a los engranajes de la globalización en un futuro cercano, el cambio climático y los cada vez más habituales fenómenos meteorológicos extremos harán que tengamos crisis así con mayor frecuencia. Un tifón en Taiwan que cierre la industria de semiconductores un par de semanas, inundaciones en China, o un temporal que inutilice el puerto de Rotterdam eran improbables hace treinta años, pero es algo que veremos suceder más a menudo en los años que vienen.

Sin duda, la globalización y las hiper- eficientes, extensas, complejísimas redes de logística mundial han contribuido muchísimo al bienestar de la humanidad en tiempos recientes. También nos han hecho quizás no más vulnerables, pero sí creado riesgos que antes no existían. Tomemos nota.

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