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Opinión

Calma chicha

Lo que todavía no ha entendido el líder de la oposición -y no sólo él- es que Sánchez y sus socios sí tienen una idea de España, un rumbo definido

PP Casado
El presidente del Partido Popular, Pablo Casado. EFE

Los defensores del periodismo entendido como literatura tienen razón al menos en una de sus justificaciones: los hechos, por sí solos, no son siempre suficientes para comprender la realidad. La corrección que proponen consiste en engordarlos, convertirlos en relato; metáforas, interpretaciones, adorno. Pero normalmente basta con reducir el zoom y colocar determinados hechos, que por sí solos no dicen gran cosa, junto a otros hechos.

La semana pasada, el presidente Sánchez dio una gira por Estados Unidos, y se produjeron varios hechos relevantes. Con una realidad política como la nuestra, en la que cada tres días tenemos que asimilar un nuevo escándalo del Gobierno, un nuevo ataque a los jueces y una nueva defensa del despotismo, conviene no perder de vista el conjunto. 

El objetivo de Sánchez en su viaje a Estados Unidos, se decía desde España, era atraer inversiones americanas. Para conseguirlo, iba a hacer lo posible por convencer a los inversores de que el nuestro es un país estable. Pero cuando el editor de Reuters le preguntó por sus posibilidades de victoria en las próximas generales, Sánchez respondió que "la oposición sólo grita", porque le sale ya en automático, y a pesar de que no parece un mensaje muy tranquilizador sobre nuestro país. ¡Imaginen si llegan al Gobierno!

Sánchez fue a Estados Unidos a trabajar la Marca España, decían desde aquí para afear el seguimiento crítico o burlón de los españoles. Pero al segundo día la prensa española comprometida ya estaba trabajando la Marca Sánchez, que es de lo que se trataba. Mientras el presidente decía allí que le gustaba definirse como un hombre que cumple, aquí lo definían como la viva imagen de Superman. Los americanos, según nos contaban en La Ser y en La Sexta, no sabían si se trataba de un pájaro, de un avión o del presidente de su próximo destino vacacional.

La última ley educativa de su Gobierno no es que evite proteger el español en nuestro territorio, sino que fomenta la desaparición de nuestra lengua común

Después, en California, el presidente defendió, qué cosas, la fortaleza del español. "Un embajador de libertades", al que "le sienta bien el mestizaje, resiste la vecindad de otras lenguas". Pero la última ley educativa de su Gobierno no es que evite proteger el español en nuestro territorio, sino que fomenta la desaparición de nuestra lengua común en las escuelas entregadas a los nacionalistas.

Para comprender nuestra realidad política hay que tener en cuenta otro hecho relevante: mientras Sánchez hacía las Américas, Casado decidía ponerse lírico. Con tono de editorial de programa radiofónico, el líder de la oposición insistía en la idea de que la relación de Sánchez con sus socios de Gobierno es meramente comercial, y que sus socios sólo persiguen intereses personales. Por eso Sánchez prefiere pactar con ellos y no con el PP, contraponía Casado, porque al parecer el PP tiene una idea de España, y los otros son "un barco fantasma, a la deriva, esperando la próxima tormenta electoral que lo desfondará". Lo que todavía no ha entendido el líder de la oposición -y no sólo él- es que Sánchez y sus socios sí tienen una idea de España, un rumbo definido, y que donde muchas veces cuesta ver un proyecto nacional claro es precisamente en el principal partido de la derecha.

El lastre y el desastre

Una parte de la derecha ha terminado por creerse el cuento de que lo que ahora se llama “guerra cultural”, que antes era simplemente la defensa continuada de ciertos principios, valores y modelos políticos, es algo de lo que se puede prescindir. Un lastre, podría decir Casado si quisiera continuar con las metáforas náuticas. Pero el lastre es precisamente lo que da estabilidad a ciertas embarcaciones, y lanzarlo por la borda puede conducir al desastre.

A nuestro alrededor no sólo están destruyendo el suelo común de la nación y las leyes, sino que también están erigiendo un edificio nuevo, con derecho de admisión

El rechazo a la "guerra cultural", el rechazo incluso a defenderla con otras palabras, no es más que el anhelo de una normalidad política que en España es hoy imposible. Se habla del sinsentido de la "guerra cultural" o de "cortinas de humo" para eludir la obligación de defender principios concretos. Gestionemos desde el centro, dicen; o sea, centrémonos en la gestión. Mientras tanto, a nuestro alrededor no sólo están destruyendo el suelo común de la nación y las leyes, sino que también están erigiendo un edificio nuevo, con derecho de admisión, para sustituir lo que hasta hace poco pensábamos que siempre sería España: una democracia más o menos moderna. 

Es un error inmenso. No es sólo que la gestión no movilice a los votantes; es que una parte esencial del proyecto político del Gobierno consiste en eliminar la posibilidad de que la derecha pueda volver a gestionar algo a nivel nacional. Eso es la guerra cultural, que no es más que la batalla moral y política. Y la decisión no consiste en hacerla o no, sino en entenderla o ignorarla.

Persona non grata

Los hechos y la visión general, decíamos al comienzo. La semana pasada el PP participó en dos votaciones. En una de ellas, en el Congreso, votó en contra de convalidar el decreto que relaja el uso de la mascarilla en exteriores, a pesar de la cuestionable utilidad de ese uso y sólo porque con ello creen que dañan al Gobierno.

La otra fue más importante. El viernes, en el pleno de la Asamblea de Ceuta, se votó una propuesta del Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía, un partido local. La propuesta consistía en pedir que Santiago Abascal fuera declarado persona non grata. Y fue declarado persona non grata, porque el PSOE votó a favor y el Partido Popular decidió abstenerse y dar legitimidad a un mecanismo que deberían rechazar siempre, por principios. Ni siquiera tuvieron la decencia de votar a favor, de mancharse del todo; prefirieron quedarse en el centro, porque esta vez los repudiados no eran ellos.  

Hay algo peor que ser una hoja caída en un río a merced de la corriente: ser una hoja caída en una piscina. La tranquilidad, eso sí, está garantizada.

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