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Opinión

Muertes evitables

Cuando oficialmente se dice que no hay acoso y los amigos y familiares de las víctimas apuntan que sí, que a estas niñas se las hostigaba en el colegio, tenemos un gran problema

La imagen de las gemelas que sufrieron acoso y se suicidaron en Sallent
La imagen de las gemelas que sufrieron acoso y se suicidaron en Sallent

"Esto no pasa aquí" es una frase común en los centros educativos cuando sale un caso de acoso a la luz pública. “El instituto no había detectado ningún tipo de acoso”, decía el consejero de educación catalán, Josep Cambray, ante el suicidio de una niña y el intento fallido de su hermana gemela en un pequeño pueblo que no llega a 7.000 habitantes esta semana. ¡Vete al médico!, gritaba desde su escaño, en el Congreso, un diputado del PP mientras el líder de Más País, Íñigo Errejón, reclamaba poner el foco sobre la salud mental, por primera vez en la vida política de este país hace un par de años.

Esa es una actitud extendida, la de no reconocer o detectar este grave problema. Se trata de preservar vidas porque el drama en la falta de atención a nuestra salud mental viene de antes de la pandemia, aunque según los datos oficiales, el mal se ha disparado. Que se suiciden once personas al día en este país es un drama terrible. Algunas de estas muertes, seguramente, pudieron evitarse en el caso de que existiera una red médica y social seria, importante, bien dotada. A la falta de reconocimiento del problema se suma que si no es noticia, si no hay un desenlace fatal no existe. La cuestión es antes de llegarse a ese desenlace fatal ha habido una serie de mecanismos de prevención y protección de salud pública, reconocimiento social, apoyo político y económico, que han fallado.

Cuando algo se niega es imposible encontrar la solución. Cuando no se quiere poner el foco en quienes acosan, en quienes hostigan a las víctimas, es que algo se está haciendo mal

El acoso escolar también forma parte de este problema, de la salud mental de los menores acosadores, de la educación que reciben, de los problemas familiares o médicos de sus padres y que, por diferentes motivos, no pueden ser tratados. Cada vez más se habla de las emociones en las aulas, de reconocerlas, de abordarlas, de acompañar, gran labor de los profesores en esta materia, pero no es suficiente. Cuando algo se niega es imposible encontrar la solución. Cuando no se quiere poner el foco en quienes acosan, en quienes hostigan a las víctimas, es que algo se está haciendo mal. Y eso ocurre, y mucho más de lo que trasciende.

Los patios de colegio son el gran reflejo de la sociedad, los niños representan con sus juegos, con su agresividad, con los insultos, las burlas, con su rendimiento en las aulas, lo que desgraciadamente viven en sus casas, escuchan de sus padres, de sus familiares, de sus amigos. Todo educa o deseduca. Parece desconocerse la gran responsabilidad social que tenemos como padres en que esas criaturas crezcan en un ambiente positivo, sano, para que resulten respetuosos, generosos, cariñosos, buenos compañeros, buena gente. La salud mental también dependen del tiempo, de conciliar, de tener en el bolsillo suficiente dinero para dar una buena alimentación, educación y vida a tus hijos. Pero fijarse en que Miriam Nogueras aparta una bandera española del atril en el que va a hablar es más noticia que abordar lo esencial.

La vida de las gemelas de Sallent cambió cuando sus padres tuvieron que abandonar su tierra natal, Argentina, en busca de una vida mejor. Y, aquí, en nuestro país, se toparon con el mayor de los horrores, como es el hecho de perder a un hijo en tan trágicas circunstancias. Cuando oficialmente se dice que no hay acoso y los amigos y familiares de las víctimas apuntan que sí, que a estas niñas se las insultaba en el centro educativo, tenemos un gran problema. No se está abordando con la urgencia que merece este asunto para atajar tan alto número de muertes evitables.

Mientras leen esto, miles de niños de toda España están recibiendo algún tipo de burla o maltrato en el patio del colegio y quien debe combatirlo mira hacia otro lado

Fallaron una vez más todas las alertas y puede decirse que hay culpables. Muchos. Culpa de la escuela que no lo detectó, por falta de medios o por impericia profesional o por no darle importancia al tema. De la administración que no establecer protocolos de actuación claros. De grupos externos a los centros educativos que puedan acompañar alumnos que tengan alguna dificultad en el edificio en el que pasan la mayor parte de su vida, que se convierte en una cárcel para algunos.

Mientras leen esto, miles de niños de toda España están recibiendo algún tipo de burla o maltrato en el patio del colegio y quienes han de evitarlo, miran hacia otro lado. El problema, si no se afronta, cada vez será peor. Es imprescindible una reacción colectiva para evitar que se perpetúe el sufrimiento del menor o del adolescente y, en el peor de los casos, el desencadenante fatal como puede ser el suicidio.

Los colegios deben estar dotados de medios para actuar, de profesionales serios, bien capacitados, en ningún caso pueden ser juez y parte. No se puede aislar como se hace a la víctima, al acosado, en lugar de al acosador. La Administración, a todos los niveles, tampoco reacciona con la presteza obligada. Los servicios que deben atender la salud mental están saturados, tanto para adultos como para menores. Emociona ver una votación en el Congreso, ver el panel de votación en verde de todos los diputados que han votado sí a una proposición no de ley presentada por Errejón para que los médicos puedan conceder bajas laborales de dos semanas a quien tenga a un familiar en riesgo de suicidio, para que pueda acompañarle, cuidarle. No hay nada más importante en la vida que tener un buen acompañamiento, sentirse acompañado, eso es salud mental, eso es lo que debe proteger la política, no mirar hacia otro lado. .

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  • Y
    Yastacari

    Los directores de los colegios no quieren problemas. Todos los protocolos que están en marcha o los que quedan por inventar acabarán en el callejón sin salida de "son menores". Y si a los medios se les ocurre informar, la Consejería de turno invocará la "confidencialidad de datos". Al final, el acosado tendrá que cambiar de centro.