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Opinión

Cotufas en el Golfo (1)

Muerte de un barrendero

Ha tenido que fallecer este trabajador para que el Ayuntamiento y la empresa contratada hablen ahora de la necesidad de flexibilizar la jornada laboral

Muere un barrendero del Ayuntamiento de Madrid tras sufrir un golpe de calor
Un barrendero en las calles de Madrid

Ahora les llaman limpiadores, pero toda la vida en Madrid fueron barrenderos. Los recuerdo bien, sobre todo en los días de frio en invierno, embuchados en trajes de pana verde limpiando las calles. Los recuerdos vestidos así, viniendo a mi casa para pedir respetuosamente el aguinaldo a cambio de una tarjeta en la que los barrenderos del barrio te deseaban Feliz Navidad. Siento por ellos la misma admiración que por los camareros, un oficio en el que hoy resulta cada día más difícil encontrar mano de obra española. Que te limpien las aceras y quiten de ella las cosas que no podemos imaginar es digno de admiración. No hay sueldo que pague eso. Que te sirvan una consumición, y utilizo bien el verbo servir, es un acto que, si lo pensamos un poco, está lleno de respeto a cambio de unas monedas. Cuando hay detrás de la barra eso que llamábamos antes un profesional, el rápido saludo y la despedida respetuosa estaba asegurada. Y uno, claro esta, vuelve a esos lugares que cada día escasean más.  

No sé si son los sueldos, no sé si es la dureza del oficio, pero lo cierto es que resulta ya muy extraño encontrar a un profesional con su chaquetilla blanca poniendo encima de la barra del bar el café que a diario toman sus clientes. Esos camareros de antaño, ¿dónde estarán esos camareros que llenaban y humanizaban bares y cafeterías?

Sí me pregunto si ese barrendero de 60 años habría estado trabajando a esa hora de uno de los días más calurosos de los últimos años de haber sido un trabajador del Ayuntamiento de Madrid y no de una contrata

Con los barrenderos y barrenderas -cada día son más ellas que ellos- pasa algo parecido. La emigración lo va copando ante la evidencia de que ese trabajo no lo quieren los españoles. Acaba de morir un barrendero de 60 años en Madrid a causa de un golpe de calor. He intentado buscar su nombre sin fortuna. Las noticias cuentan la causa de la muerte, la calle en que el hombre cayó derrotado por el calor inhumano. Desplomado, aseguran las crónicas. El sábado, en la avenida de San Diego, en el distrito de Vallecas, trabajaba este barrendero cuando eran las 17.30 de la tarde. A esa hora se desmayó. Cuando le atendieron, su temperatura corporal era de 41.6º. El hombre es un empleado de la empresa Urbaser, arrendataria del ayuntamiento de Madrid. No deseo entrar en la responsabilidad de la empresa o la que finalmente pueda tener el Consistorio, aunque mucho me temo que con la ley en la mano es ninguna. Pero sí me pregunto si ese barrendero de 60 años habría estado trabajando a esa hora de uno de los días más calurosos de los últimos años de haber sido un trabajador del Ayuntamiento de Madrid y no de una contrata. Eso eran cuando los madrileños los llamábamos barrenderos y no empleados de la limpieza.

Que uno sepa, desde hace décadas los agricultores de Castilla madrugan, echan unas horas y vuelven a sus casas antes del mediodía. O simplemente no salen

Ha tenido que morir un barrendero para que nos enteremos de que ese trabajador estaba vestido con su ropa reglamentaria fabricada de “poliéster”, quizá el material más inadecuado para un oficio como este. Ha tenido que fallecer este trabajador para que el Ayuntamiento y la empresa contratada hablen ahora de la necesidad de flexibilizar la jornada laboral, algo inaudito que no sabe uno cómo algo así no estaba recogido en un convenio, tanto para los días de calor como de frío. Que uno sepa, desde hace décadas los agricultores de Castilla madrugan, echan unas horas y vuelven a sus casas antes del mediodía. O simplemente no salen. Que esto no suceda en Madrid da qué pensar.

No tenía intención de hablarles del barrendero sin nombre, pero su muerte debe hacernos reflexionar. Cuando me he sentado delante del teclado tenía en mi libreta el nombre de la Laura Borràs, la presidenta del Parlamento catalán, abrumada por la sombra de la corrupción, que allí llaman persecución de la justicia franquista. En libreta había subrayado esta frase: escribir sobre el cachondeo de la alta velocidad andaluza y el marrón que el endosan a Felipe VI inagurando semejante chapuza.   

Siempre creo que los periodistas andamos cada vez más despistados y distraídos en las cosas que sólo importan a los políticos y a nosotros mismos

Tenía pensado escribir sobre la posibilidad de que el presidente Pedro Sánchez adelante las elecciones, pero enseguida descarté meterme en ese fregado en la seguridad de que ni el mismo presidente sabe si las va a adelantar o cumplirá el calendario. Peccata minuta me parece todo esto ante la muerte de un barrendero. Siempre creo que los periodistas andamos cada vez más despistados y distraídos en las cosas que sólo importan a los políticos y a nosotros mismos. Así vamos como vamos. Escribo casi siempre escuchando la radio, a veces con Radio Clásica, sin duda la más recomendable en estos tiempos para que no te invada la melancolía de lo evidente y superfluo. He dejado de escuchar el concierto número 20 para de piano de Mozart interpretado por Hélène Grimaud. Ha sido un rato, lo justo para cambiar a la radio generalista y confirmar que en todas las tertulias se hablaba de la dimisión de Adriana Lastra. ¿Mozart por Lastra? Ni por pienso, que decía don Quijote.

Claro, lo primero que pensé es que no tenemos remedio. Después volví a sentir cerca la muerte de ese barrendero tendido en el asfalto madrileño tras un golpe de calor. El gran debate entre lo importante y lo interesante. La verdad de la vida frente a la solemnidad de la nada. Una pena. El despiste que nos gobierna, quiero decir.  

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