Quantcast

Opinión

Menos ascos y más democracia

El papel de Casado, de momento, es hacer preguntas incómodas. ¿Y qué otra cosa debe hacer el partido de la oposición?

El PP acusa a Sánchez de "volver a mentir" sobre la factura de la luz: "Pagamos un 21% más"
Pablo Casado, en el Congreso de los Diputados.

Cancelar un chiste o pedir la muerte social de un político, o enviar quejas a un partido de la oposición por sus declaraciones, incluso querer vetar partidos políticos, es más propio de la Santa Inquisición que de un ideal igualitario y noble, progresista. Sin embargo, los platós de televisión, los medios y hasta el Congreso se han convertido en tribunales donde la izquierda puja por la muerte social definitiva de un personaje público. La pesadez de este ambiente radica en su gravedad, en la carga del juicio emocional.

Pero nadie que haya leído a Julio Camba puede decir que esto es un hábito reciente, o achacarlo a una especie de deriva reaccionaria. Ese carácter acusatorio del socialismo ya lo denunciaba en un artículo nuestro querido Camba en ABC, de 1934, en el que se defendía de las acusaciones del partido: “Lo que no puede pasar, de ninguna manera, es que los dirigentes del Partido Socialista quieran convertirse en acusadores y, mal que les pese, tendrán que resignarse a ello”.

Esta manía persecutoria forma parte del ADN de nuestro socialismo autóctono, y se impone en la política y en el periodismo, se increpa hasta en los actos públicos porque la vicepresidenta “está asqueada”. Una mala costumbre que solo se sostiene si crees ciegamente en la superioridad moral de la izquierda, solo así se legitima un chantaje moral del tipo pasivo agresivo, que se refleja en actitudes de amonestación estrambóticas.

¿No confundirán los socialistas a Casado con una planta decorativa que está ahí porque, ya se sabe, queda bien en democracia que haya un partido opositor?

¿Que en una discusión en el Congreso se le ocurre al jefe de la oposición pedir que se ocupen de los abusos de las menores tuteladas en Baleares y la Comunidad Valenciana? Pues la cosa es nítida: Pablo Casado “está desequilibrado”. La cosa es bastante cómica, porque el problema de Casado es que está demasiado equilibrado, suele mantener la templanza, la voluntad por encima de los instintos. Prueba es que cuando ha dicho una palabra fuera de tono esta semana se han llevado las manos a la cabeza. ¿No confundirán los socialistas a Casado con una planta decorativa que está ahí porque, ya se sabe, queda bien en democracia que haya un partido opositor?

Igual es necesario poner de relieve la estupidez de verter estas acusaciones, porque el papel de Casado, de momento, es hacer preguntas incómodas. ¿Y qué otra cosa debe hacer el partido de la oposición? No hay ningún tipo de justicia moral cuando se acusa a la oposición por decir que el Partido Socialista está arruinando a España, o que tiene que investigar el caso de las menores y dilucidar las responsabilidades políticas, es su papel. ¿Desde qué podio moral de justicia divina puede el Gobierno dictar las reglas de lo que se puede preguntar y lo que no es moralmente aceptable? ¿Es acaso moralmente aceptable que la explotación de menores tuteladas no se esclarezca y no se asuman responsabilidades políticas?

¿No confundirá acaso Nadia Calviño al jefe de la oposición con un periodista de esos que ya no pueden preguntar? Hace poco solicitaban a la presidencia de la Cámara que "tome las medidas necesarias" contra los medios de comunicación que hacen preguntas incómodas. Es la misma cosa, acusar a aquellos que hacen su trabajo de tener un comportamiento amoral. El mensaje es nítido: hay que halagar los sentimientos de los políticos del Gobierno y evitar señalar su responsabilidad en todos los asuntos que puedan perturbar la paz del tablero inclinado.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.