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Opinión

Más besos, no menos

El hombre es el primer primate de la historia evolutiva al que se le ha obligado, durante más de un año, a no tocar a sus congéneres, a no abrazarlos, a no besarlos

Homenaje a Pedro Zerolo
Homenaje a Pedro Zerolo

Una joven periodista de Vitoria, Laura Alzola, publicó hace poco un tuit en el que decía esto: “Que no vuelvan los dos besos a las mujeres en el ámbito profesional, por favor”. El asunto se ha difundido mucho. Yo no uso Twitter, pero me enteré gracias a un artículo de la escritora santanderina Nuria Labari, que lo citaba. Nuria está de acuerdo con Laura y lo explica así: “Basta ya de machismo en el trabajo. Saludar a las mujeres con dos besos y a los hombres con un apretón de manos es una forma de subrayar el género por encima del cargo o del criterio profesional en el entorno laboral. Y en este sentido, dar dos besos puede ser una forma de menospreciar a las mujeres por el hecho de serlo”.

Miren ustedes, a mí estas cosas me ponen muy triste. Sobre todo porque comprendo y, en buena medida, doy por bueno el argumento de estas dos mujeres. A ellas dos besos, a ellos un apretón de manos. Sí, es una costumbre idiota y discriminatoria, a poco que se piense. Pero la solución ¿cuál es? ¿Eliminar los besos? ¿Echarse para atrás o quitar la cara cuando te vayan a besar? ¿Poner gesto de enfado cuando alguien lo intente? ¿Seguro?

Los dos besos en la mejilla como forma habitual de saludo de los hombres a las mujeres (y de las mujeres entre ellas, ¿eh?) no es en absoluto universal. Se usa en España, Portugal, Italia, quizá la mitad de Francia y varios países de Hispanoamérica. No mucho más allá. La diferencia con el apretón de manos es antiquísima, pero se vuelve definitiva a principios del siglo XX: es cuando los medios de comunicación (singularmente el cine) cargan al beso, aunque sea en la cara, con un significado erótico que no siempre tuvo, ni mucho menos, y que va inequívocamente ligado a la cultura machista. Que un hombre salude a una mujer con dos besos, bueno. Que dos mujeres se saluden así, vaya y pase. Pero ver a dos hombres besarse en la mejilla significa que, una de dos: o son familia, o son maricones. Ese es nuestro automatismo cultural. El nuestro. No el de otros.

Una anécdota, una excepción

En familia, el beso no tiene más significado que el del cariño. Nos besamos todos sin ningún problema, aunque aún recuerdo aquella nochebuena (no demasiado lejana) en que mi sobrino Juan, apenas un adolescente pero educado severamente en el catolicismo, hizo ademán de saludarme con un apretón de manos: sabía que su tío Luis era gay y quizá no quería que nadie pensase que… Por supuesto, se llevó dos besos reventones, de los que hacen chuik chuik, de su “depravado” tío. Imagino que la edad y el mayor conocimiento habrán hecho que se le pase la tontería. Anoto esta anécdota como excepción, no como norma.

Los suizos suelen saludarse con tres besos. Ellos y ellas. Los polacos, también. Y los rusos, y muchos pueblos eslavos. Hay zonas de Francia en las que los besos en la mejilla de “hola, qué tal” no son tres sino cuatro. En numerosos países árabes es un signo de gran respeto que los hombres se besen… en el hombro, pero besar a una mujer en público, por más castamente que sea, te puede llevar a la cárcel. Aún recuerdo aquel viaje a Albania (país de mayoría musulmana) en que algunas periodistas de nuestro grupo, y digo premeditadamente algunas y no algunos, se ruborizaban al ver que muchos varones caminaban por la calle cogidos de la mano.

Que se lo digan a los castísimos varones de la Conferencia Episcopal o de la curia vaticana, que se saludan siempre con dos besos en la mejilla

Eso, que entre nosotros quiere decir nada más que una cosa, allí es un sencillo y común signo de amistad. Y ahora hay quien se queja de que los besos mejillescos de saludo son machistas. Caramba, lo serán aquí… El mundo es muy grande. Y eso demuestra que el pecado suele estar en el ojo del que lo ve, no en el que supuestamente lo comete. Que se lo digan a los castísimos varones de la Conferencia Episcopal o de la curia vaticana, que se saludan siempre con dos besos en la mejilla: besos fallidos, besos estériles que no se depositan, que no van a ningún sitio, que se pierden en el aire, que muchas veces no son más que leves roces de mejillas. Pero besos.

Hablaba aquí hace poco de una novela reciente del escritor Manuel Vilas, Los besos, en la que se deja clarísimo que algo muy importante hemos aprendido (o deberíamos haber aprendido) todos con la pandemia: que los besos son fundamentales. Esenciales. No se puede vivir sin besos, sin abrazos, sin contacto físico. El hombre es el primer primate de la historia evolutiva al que se le ha obligado, durante más de un año, a no tocar a sus congéneres, a no abrazarlos, a no besarlos para demostrarles su afecto. No su deseo sexual más o menos oculto o implícito: su afecto, ni más ni menos. Eso ha sido terrible.

"En el ámbito profesional"

Yo creo que la solución no es que haya menos besos sino que haya más. No olvido que el tuit de Laura Alzola incluía una expresión que lo cambia todo: “en el ámbito profesional”. Añado yo: y en el social también, en las relaciones humanas cotidianas. En el trato común. Más besos. Lo que hay que hacer no es quitarlos por machistas o discriminatorios, sino multiplicarlos para que dejen de serlo.

Pertenezco a una fraternidad en la que, desde hace siglos, es costumbre saludarse con tres besos o tres abrazos. Ellos y ellas, todos. No vean qué bien. Hay quien lo hace maquinalmente, pero conozco a más de cuatro caballeros ilustres, barbados y cargados de hijos que, cada vez que me ven, me atizan tres besos tremendos, sonoros, contundentes, de esos capaces de desatascar un fregadero. Los hermanos nos besamos sin el menor problema. Esa multiplicidad osculeatoria nos hace sentir muy bien a todos. Y a todas. No quieran saber cuánto lo hemos echado de menos durante la pandemia.

Esa sería la manera definitiva de acabar con los machismos. Porque, a fin de cuentas, el beso es una muestra de afecto, de respeto, de amor, de muchos sentimientos

Más besos y no menos. ¿Recuerdan al gran Pedro Zerolo? Él también era consciente de la carga machista del beso en la mejilla a las chicas y no a los chicos. ¿Saben qué hizo? Pues lo que estoy diciendo: besar a todo el mundo. Rápido de reflejos como era, le atizaba dos rápidos besos a todo quisque antes de darle tiempo a reaccionar, así fuese ministro, director general, hombre, mujer, animal, vegetal, mineral o cosa. Yo vi con mis ojos el parpadeo de perplejidad que puso el entonces presidente del Gobierno, Zapatero, el día en que Zerolo (no recuerdo el motivo de la reunión) le atizó dos besos a Trinidad Jiménez y, a renglón seguido, otros dos a él. Zapatero, entonces, se sorprendió, pero el mundo está cambiando a gran velocidad.

¿Cómo que no vuelvan los dos besos a las mujeres en el ámbito profesional? Al contrario, caramba. Que vuelvan y que se traigan con ellos los besos de todos y para todos. En el ámbito profesional y en todos los ámbitos. Esa sería la manera definitiva de acabar con los machismos. Porque, a fin de cuentas, el beso es una muestra de afecto, de respeto, de amor, de muchos sentimientos. Pero el apretón de manos quería decir, ya antes de la Edad Media, solo una cosa: “Tranquilo, ya ves que no llevo armas”.

Ustedes juzgarán qué es más inquietante.

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