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Opinión

Mandarines

La derecha se va dando cuenta de algo fundamental: los individuos no se mueven solo por sus intereses, sino también por sus pasiones y sus creencias

La Perestroika y otras redondeces
El antiguo jefe de Gabinete de Pedro Sánchez, Iván Redondo. Efe

Mandarines es un término despectivo que surge en los círculos existencialistas de la posguerra para designar a aquellos políticos y miembros de la alta cultura que defendían, más que el conocimiento y el desarrollo de sus países, sus intereses de clase. Entre los mandarines se sitúan aquellos líderes o figuras públicas que son despóticos, arrogantes y desdeñosos. Aquí en España tenemos el caso de personajes políticos muy arrogantes e impostados, que al tiempo se revelan como auténticos perdedores. Mucha apariencia y escasa entidad. Si la línea entre el personaje y el hombre real de algunos políticos se acaba de cruzar, no nos hemos enterado, porque ya no existe. Mientras tanto, los vídeos de Ayuso baten récords de visualización. Da a sus seguidores lo que piden, firmeza y un discurso que deja a los mandarines con la mandíbula desencajada. ¡Abajo el mandarinato! Los mandarines como Redondo dan la sensación de acumular demasiado poder político y caen mal. Luego además se revelan como malos ajedrecistas.

Ayer veía en una encuesta de Elcano que los españoles tenemos muy “baja la autoestima”. “España es el país europeo de la muestra que peor valoración tiene de sí mismo”. No solo estamos desenraizados sino que se hace evidente la pérdida de referentes, la fragilidad de nuestro patriotismo, la ruptura de la comunidad. Y esto Ayuso, y todos los que, con mueca de desaprobación la llaman populista, lo intuyen. Si eres Nietzsche quizás puedes crear tu propia filosofía y encontrar sentido en este vacío estomacal que es la España socialista, pero la mayoría de los ciudadanos necesitamos crear lazos sociales.

Una sociedad con bajo autoestima y sin conocimiento de su historia y su cultura puede suplir también su vacío en las tribus, las identidades tribales. Y así podemos encontrar dos tendencias actuales en España, el colectivismo identitario de la izquierda por un lado y la búsqueda de líderes naturales, por otro. Hay líderes que saben, mediante el carisma, amplificar e intensificar este sentido de conexión con una ciudadanía que se siente huérfana en su propio país. Crean una conexión personal basada en su carisma, pero también saben sacar lo mejor de nosotros. Ayuso tiene estilo natural, discurso propio, comicidad y domina varios registros. Si además demuestra nobleza de espíritu y vergüenza torera para no mentir sin pudor, es comprensible que arrase en Madrid, en Nueva York y en Pekín.

Hay voces que dicen que la pantomima del franquismo ha ido demasiado lejos, ya dejamos atrás los años de la Movida y hay que pasar página

La derecha se va dando cuenta de algo fundamental: los individuos no se mueven solo por sus intereses, sino también por sus pasiones, sus creencias y en general interfieren otras fuerzas dominantes como el amor por la propia comunidad y el orgullo español, herido por el separatismo y una izquierda que cree que la Hispanidad es un invento de Franco. Hay voces que dicen que la pantomima del franquismo ha ido demasiado lejos, ya dejamos atrás los años de la Movida y hay que pasar página.

Al final solo somos personas, somos seres completamente contingentes que dependen de una comunidad y de otras personas, lo que, en esencia, no es tan diferente del amor.  El amor hacia las personas y hacia tu comunidad. Algunos políticos saben comprender nuestro carácter más primitivo, la necesidad que tenemos de los demás, de la comunidad. Y eso que con mueca de superioridad moral llamamos populismo, en el país con la autoestima más baja de Europa supone un campo experimental en la política que pone las relaciones humanas y la comunidad como un primer paso hacia la recuperación de nuestro autoestima. Los líderes más populares son los que conocen nuestro carácter, nuestra necesidad de crear lazos y comunidad.

No hay nada, ni siquiera el arte o la tecnología, que nos permita trascender la primitiva necesidad de las relaciones humanas, de crear lazos entre nuestros conciudadanos. La mercancía política más avanzada sabe crear un vínculo entre el líder y la comunidad, esa mirada de complicidad que alude a un lenguaje y a una cultura compartida es capital humano. Hace tiempo David Jiménez Torres escribió en El Mundo que lo próximo que podría venir en política era un hiperliderazgo personal a nivel nacional. Él pensaba en una suerte de Berlusconi, alquilen que viniera de fuera de los partidos pero con poder, carisma mediático y aprovechara el desencanto con la partitocracia. Quizás no se cumpla la definición del líder carismático, pero parece que algunos ya intuían la crisis del Mandarinato. Las apariencias engañan, la semana pasada nos enterábamos de que Iván Redondo, ese Rasputin en la sombra que representaba la política seria, no es más que un vendehumos profesional. El Mandarinato en España tiene mucho de impostura pero poco a poco todos nos vamos conociendo.

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